La semana pasada publicamos este post https://www.quieropsicologia.com/salud-mental-y-covid/ en el que te hablábamos de lo relacionada que está la pandemia con ciertos problemas de salud mental.
En él hablábamos de la depresión. De que seguimos sintiendo vergüenza a la hora de reconocer que tenemos un problema de salud mental.
Si eres de los que se han enganchado al mundo de las series y los canales privados, probablemente hayas visto el estreno en Netflix de una película española: «Loco por ella».
A primera vista puede parecer la típica comedia romántica.
Lo cierto es que esconde una realidad silenciada: el estigma de la salud mental.
Una de cada cuatro personas padecerá una enfermedad mental a lo largo de su vida.
Aún así, la salud mental sigue siendo un tema tabú en nuestra sociedad.
Salud mental = tabú.
Seguro que has escuchado miles de frases “motivadoras” que no solo te invitan a rechazar las emociones desagradables, como la ansiedad o la tristeza, sino que te hacen sentir mal, incluso culpable si las experimentas.
Este tipo de «motivaciones» hacen que expresar tu malestar pueda ser visto o sentido como algo negativo.
Puedes llegara sentirte discriminado o discriminada por hacerlo: «es que Rebeca se está quejando todo el día», «a Manuel no le llames que está siempre triste y me amarga», «mejor me callo, que van a pensar que estoy loco».
Esto que estamos haciendo se llama discriminar.
El fenómeno que explica la discriminación hacia las personas diagnosticadas con una enfermedad mental, se llama estigma.
El estigma implica mostrar rechazo y actuar de forma discriminatoria a partir de prejuicios sociales.
¿Por qué aparece este estigma?
El cerebro tiende a asociar ideas con características determinadas para simplificar la información. Tomamos atajos para poder predecir cómo actuar en determinados contextos y tomar decisiones más rápidamente.
Desde la infancia creamos asociaciones como “altura = peligro”, “azul= frío” o “rojo = quema”. Estos esquemas pueden llevarnos a sobregeneralizar y atribuir características negativas a ciertos colectivos, actitudes, formas de vestir o de pensar, etc.
A partir de elementos diferenciadores (las famosas «etiquetas») como haber sido diagnosticado de una enfermedad mental, la identidad sexual, nuestra raza, la forma de vestirnos, etc. aparecen determinados estereotipos asociados a cada una de ellas.
Esto provoca una categorización social.
Cuando actuamos de acuerdo a esos estereotipos, esas asociaciones que hemos visto antes (azul = frío, enfermedad mental = peligro, negro = malo, rojo = quema) estamos favoreciendo la discriminación social y el estigma hacia las personas «etiquetadas» en cada uno de esos estereotipos.
¿Qué consecuencias tiene?
Numerosos estudios científicos exponen que si una persona está etiquetada con un diagnóstico de enfermedad mental, tiene una alta probabilidad de ser considerada peligrosa para la sociedad. Percibimos a estas personas como violentas, impredecibles e incompetentes.
Así, desde el desconocimiento absoluto, sin haber hablado con ellas, dando por sentado una serie de cosas que pueden o no darse. Cada persona es un mundo. Cada diagnóstico mental también.
Uno de los estereotipos que más se asocia a las enfermedades mentales es el de la falta de control que la persona diagnosticada va a tener sobre los síntomas y su responsabilidad sobre la aparición de la enfermedad.
Tendemos a hacerles responsables de padecer una enfermedad mental, dando por sentado que son débiles e incapaces de manejar sus síntomas.
Las consecuencias sociales que provoca este fenómeno son devastadoras para este colectivo.
Más del 44% de las personas con un diagnóstico de enfermedad mental (la que sea) sufre discriminación laboral.
Más del 30% sufren rechazo por parte de la familia, los amigos e incluso la pareja.
Todo esto hace que sus oportunidades laborales, sociales, relacionales, se vean drásticamente limitadas.
Estas limitaciones les conducen, pasito a pasito, al aislamiento social.
¿Lo más preocupante?
Que muchas de estas personas son víctimas de discriminación por parte de otras que también han sido diagnosticadas con una enfermedad mental.
Auto-estigma
¿Por qué aceptamos que una persona pida la baja por una lesión y no por sufrir ansiedad o depresión?
¿Qué hace que guardemos el secreto si estamos deprimidos?
¿Tener una enfermedad mental te hace débil, incompetente, inútil?
Estas personas no solo han de convivir con la sintomatología de la propia enfermedad sino que también experimentan culpa, vergüenza, desesperanza y miedo.
Cuando hacemos propios los prejuicios asociados a una etiqueta social en la que sentimos que encajamos o nos han encasillado, caemos en el auto-estigma.
Ante el desconocimiento social y los prejuicios, es habitual sentir vergüenza a la hora de experimentar emociones desagradables.
Tristemente, esto también se asocia a la idea de acudir a terapia psicológica.
«Yo no estoy loco».
«Al psicólogo sólo van los que están fatal».
Los prejuicios que rodean a las enfermedades mentales, como la inutilidad y la peligrosidad de las personas diagnosticadas, son internalizados y pueden dar pie a silenciar nuestro malestar y aislarnos de nuestro círculo social para evitar un posible rechazo.
Los mensajes de positividad tóxica que encontramos en tazas que nos explican que sonreír es suficiente para tener un buen día.
Libros de autoayuda que te invitan a considerar tus pensamientos como tóxicos. «Creas lo que crees».
Campañas de publicidad que te bombardean con la idea de que la felicidad solo está en tus manos. «Si quieres, puedes».
Todo esto, crea un mensaje erróneo acerca de la salud mental y el autocuidado.
El auto-estigma puede agravar los síntomas.
Ante la vergüenza y el miedo, con el fin de protegernos, es normal que pensemos en minimizar nuestro malestar.
Le quitamos importancia, evitando pedir ayuda especializada.
¿Qué puedes hacer?
Un diagnóstico es solo una etiqueta. Ajustarse a una serie de síntomas.
Igual que a una persona que se lesiona un tobillo no le decimos «es un lisiado», a una persona que padece una enfermedad mental no la deberíamos identificar como «es un loco».
El diagnóstico no define la identidad de la persona.
No elegimos ni decidimos padecer diabetes, asma, una enfermedad cardíaca, etc.
Nadie elige sufrir una enfermedad mental.
Las emociones forman parte de nuestra vida. Las que nos gustan y las que no.
Todas tienen una función, todas están ahí para algo.
Rechazarlas o silenciarlas solo nos provoca un efecto rebote y un malestar mayor.
¿Conoces a alguien que esté pasando por un mal momento? ¿Crees que algún amigo o familiar podría padecer una enfermedad mental?
Si es el caso, evita juzgarle o decirle cosas como: “no te rayes, no es para tanto”, “seguro que en unos días se te pasa”.
Intenta ser empático.
Reconoce las dificultades que pueden estar atravesando y dile que estás ahí para lo que necesite.
Si eres tú quien se encuentra mal y no sabes por qué, date permiso para sentir emociones de esas que no te gustan.
Es normal tener días malos y sentir que no puedes hacer frente a todo.
Sentir ansiedad, tristeza o rabia no te hacen más débil, te hace humano.
Si estas emociones resultan cada vez más difíciles de manejar o crees que son demasiado intensas o duraderas y repercuten en tu día a día, permítete pedir ayudar especializada.
Como sabiamente dice el Jocker: Lo peor de tener una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la tuvieras.
Está en tus manos romper poco a poco este tabú y eliminar el estigma.
En Quiero Psicología estamos para ayudarte. Si juicio.