La «normalización» del acoso.
Bullying y mobbing son términos que todos conocemos, hasta el punto de que se han convertido en asunto de impacto social. El acoso, el abuso en todas sus formas se está haciendo cada vez más visible.
La visibilización de estos fenómenos ha provocado que se hayan generado movimientos y asociaciones. Asociaciones que buscan la prevención y la eliminación de todo tipo de acoso, en todos los ámbitos: escuelas, empresas, etc.
También han surgido espacios especializados para atender a las víctimas, proporcionándoles apoyo y acompañamiento. El trabajo de estos espacios es fundamental para minimizar las consecuencias físicas, mentales, psicológicas y emocionales que las víctimas pueden experimentar en las distintas etapas de su vida.
Esta visibilidad también ha facilitado que cuando alguien nos comenta que está sufriendo mobbing en su puesto de trabajo o que su hijo o hija está siendo víctima de bullying en su centro escolar, podamos comprender, aunque sea parcialmente, qué es lo que está viviendo.
Obviamente, si no hemos sido víctimas de acoso, no podemos ponernos en su piel. Podemos empatizar con ellos/as y con el sufrimiento que están experimentando.
El acoso no es algo puntual que sucede en un momento en el tiempo y luego desaparece. Más bien al contrario. Un niño/a víctima de bullying en la escuela muy probablemente será un adulto/a que víctima de moobing o maltrato de algún tipo.
Lamentablemente, tendemos a aceptar este tipo de maltrato. En algunas ocasiones y en ciertos ámbitos no lo cuestionamos, es algo que sucede, ha sucedido y no parece que vaya a dejar de suceder.
Nos mostramos indignados con el hecho. Expresamos lo incomprensible que nos resulta que alguien pueda ejercer este tipo de acoso hacia otra persona. Nos quedamos en eso. Solemos hacer poco por solucionarlo, especialmente si nuestro hijo o hija es la persona abusadora.
Como mucho, reaccionamos y ofrecemos apoyo, especialmente si somos víctimas o lo hemos sido o alguna persona cercana lo ha sido en algún momento. Pero no somos conscientes de que estos hechos de acoso no solamente se producen en el ámbito escolar y laboral. En la cotidianeidad de las relaciones sociales somos acosados y acosamos. En muchas ocasiones, de forma totalmente inconsciente, mantenemos y toleramos situaciones de acoso moral y psicológico que «preferimos» ignorar y no ver.
A veces, cuando alguien nos menciona que se siente mal ante el trato de un amigo, un cliente, un trabajador de un comercio, no le damos credibilidad ni importancia y le decimos que lo ignore. Excusamos y justificamos la actitud de esa persona, ninguneando el malestar que nos han expresado.
Según el Diccionario de la Real Academia de la lengua Española, el acoso psicológico o acoso moral es “la práctica ejercida en las relaciones personales, consistente en dispensar un trato vejatorio y descalificador hacia una persona, con el fin de desestabilizarla psíquicamente”.
Atendiendo a esta definición, ¿cuántas veces en nuestra vida diaria nos hemos encontrado involucrados en este tipo de situaciones? Ya sea como víctima, como ejecutor o como observador.
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos participado en estos sucesos, de manera más o menos consciente, de forma más o menos voluntaria. Realmente ¿qué hemos hecho por cambiarlo? Entre poco y nada, porque no está visibilizado, categorizado, es algo «que le pasa a la gente». Hasta que no ponemos una etiqueta a un suceso o a una situación cualquiera por injusta que sea, no la tomamos en cuenta o tendemos a minimizarla..
La sutilidad del maltrato en el día a día.
Las relaciones personales son aquellas en las que interactuamos con otra persona, independientemente del vínculo que tengamos con ella. Son el trato diario con el con el portero, nuestros vecinos, el conductor del autobús, la panadera, el del kiosco o quien nos pone un café cada mañana.
Los fenómenos de acoso e intimidación se producen a diario hacia aquellas personas a las que minus valoramos. Lo hacemos por diferentes motivos: su profesión, su forma de vestir, sus características físicas, el lugar en el que viven o por haber nacido o crecido en determinado lugar. Circunstancias todas o casi todas que son aleatorias en algunos casos o circunstanciales en otros.
Cuando se ejerce un acto de discriminación, de acoso o de vejación hacia otra persona, estamos provocando en ella una desestabilización psíquica. Si ésta se mantiene en el tiempo, puede tener consecuencias de alto impacto en su salud mental, emocional y psicológica.
En muchas ocasiones, estas situaciones no se perciben de forma clara; dudamos de la intencionalidad y podemos llegar a pensar que estamos malinterpretando las palabras y actitudes de la otra persona. Pensamos o interpretamos que son hechos puntuales y aislados y que esa persona está teniendo un mal día, ha cedido ante un acto impulsivo o no es consciente del malestar que sus actos provocan.
Puede que sea así pero, a veces, estas actitudes se mantienen en el tiempo y, de manera progresiva, van aumentando en intensidad y frecuencia. Esta escalada puede provocar en quien la padece normalice y acepte este maltrato, instalándose y provocando daños en su autoestima y autoconcepto.
Esto hace que nosotros mismos degrademos nuestra valía, colocándonos de forma inconsciente en una posición inferior. Esta forma de sumisión se produce inicialmente ante quien nos maltrata o acosa y puede llegar a generalizarse ante el resto de nuestro entorno o incluso ante la sociedad.
Por esto es importante que, en el momento en que detectamos este tipo de comportamientos, actuemos para ponerle fin. Cuando observamos cómo una persona es degradada, ignorada o ninguneada deberíamos saltar como un resorte para poner freno a la situación.
¿Qué puedo hacer si soy víctima de acoso?
Este tipo de maltrato y/o de acoso puede ser un hecho aislado o una actitud mantenida en el tiempo. En cualquier caso, es imperativo hacerle ver a la persona acosadora o maltratadora, que su comportamiento es inadecuado, agresivo, molesto, etc.
Es fundamental defender nuestro derecho a ser tratados con dignidad. Es importante mostrarnos seguros y recalcar nuestra valía y el respeto del que somos merecedores, de manera pacífica pero activa, con firmeza y seguridad.
Para ello, debemos poner en juego la conocida asertividad. Indicar con claridad lo que ha ocurrido, cómo nos ha hecho sentir y mostrando nuestra disconformidad con que repita.
Hay en casos en los que no nos sentimos con fuerzas para actuar y preferimos ignorar, aguantar lo que nos echen. Evitamos generar malestar en el otro o no provocar un conflicto y anteponemos su bienestar al nuestro.
En estas ocasiones, siempre podemos pedir ayuda, consejo, compañía para sentirnos más seguros en nuestras acciones. Sentirnos escuchados y acompañados nos da seguridad.
Pedir ayuda a un amigo, a un familiar, a nuestra pareja o incluso a un profesional, es un acto de valentía y fuerza. No debes avergonzarte por hacerlo. Si una situación nos provoca malestar, incomodidad o sufrimiento, debemos hacerla explícita y buscar la forma de solucionarla.
Está claro que hay muchos tipos de maltrato, de acoso, formas infinitas de hacernos sentir inferiores, raros, diferentes y de que esto nos genere malestar. Es fundamental, cuando estamos inmersos en una situación en la que nos sentimos maltratados, ninguneados, molestos permanentemente, asustados incluso, dar un paso atrás e intentar romper esa dinámica.
Darse cuenta de que estamos siendo víctimas de acoso o de abuso no siempre es fácil. Solemos justificar a nuestros maltratadores: son cosas de niños; fulanito es un borde; nuestra pareja ha tenido un mal día en el trabajo o nuestra madre ha perdido los nervios.
Maltratar no es una solución. Que nos maltraten no es justo, sano ni necesario. Se puede romper el círculo. Si necesitas ayuda, estamos para acompañarte.
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