¿Hay sólo una masculinidad?
Siempre que leemos un relato, a no ser que aparezca específicamente la palabra “mujer” en el título, consideramos que el sujeto protagonista del discurso versa sobre el hombre cis. En los últimos años han surgido narrativas específicas para los hombres en torno a las masculinidades. Es decir, a sus experiencias específicas de un contexto histórico-social-cultural.
¿Qué es la masculinidad? ¿Consiste en no depilarse? ¿En sentarse con las piernas muy abiertas? ¿En tener un tipo concreto de genitalidad?
Desde las sociedades primitivas hemos vivido separadxs por nuestras diferencias sexuales biológicas, las cuales han sido el vehículo para la asignación de los distintos papeles asociados a los hombres y a las mujeres. Así, se ha ido construyendo un sistema donde lo entendido como viril, varonil, dominante, poderoso, enérgico es masculino y “de hombres”, mientras que lo sensible, sumiso, emotivo, estético y frágil es “de mujeres”.
En la actualidad, y sobre todo en la cultura occidental, seguimos considerando como único este sistema, en el cual los niños deben, en todo momento, ser fuertes, demostrar poder, no expresar sus emociones y alejarse de todo aquello que sea catalogado como “femenino” por el miedo de ser visto socialmente como “menos hombre”. Así, sin darnos cuenta criamos a nuestros hijos dentro de un bucle de patrones, los cuales se han normalizado desde hace décadas, que dictan cuál es la manera correcta de ser un hombre en sociedad y así llegar a alcanzar lo que todo hombre debe alcanzar: respeto y dignidad.
Podemos entender la masculinidad, aludiendo a la hegemónica, como aquel modelo de comportamiento impuesto a aquellas personas que se identifican como hombres, que origina una situación de desigualdad. Independientemente de tu identidad de género, te has preguntado:
¿Qué es lo que erotizas en una pareja sexual? ¿Hemos aprendido a erotizar el buen trato, la dulzura, la constancia, el cuidado? ¿O seguimos reproduciendo (in)conscientemente el patrón de atracción hacia alguien intermitente, violento, que no supone una base segura?
Tipología de masculinidades
Desde luego, la visión de las masculinidades no se reduce a un estereotipo de agresividad y ya. Podríamos distinguir cuatro posibles actitudes resaltadas en la literatura:
1º) En el grado más elevado de la continuidad de la cultura machista, se encontrarían aquellos hombres que están protagonizando una reacción patriarcal frente a los avances de las mujeres, la cual incluso se está traduciendo en programas políticos. Serían los “posmachistas”, donde el denominador común no es el mero hecho de ser hombres, sino su creencia en cierto ideal de masculinidad. No es solo su modo de vida lo que se encuentra amenazado, sino la forma en que se perciben como hombres.
2º) En un segundo nivel, nos encontramos a aquellos hombres que prorrogan roles y estereotipos tradicionales, que no se cuestionan el orden establecido, entre otras cosas porque de él extraen múltiples beneficios, y que, por tanto, en ocasiones sin ser conscientes del todo, reproducen una subjetividad masculina patriarcal y, en paralelo, contribuyen a mantener una feminidad complementaria.
3º) Un tercer grupo, formado mayoritariamente por hombres más jóvenes, sería el de aquellos que han empezado a cuestionarse su estatuto tradicional, por ejemplo, gracias a un modelo de ejercicio de paternidad corresponsable. Es evidente que en muchos casos las necesidades de negociar con la pareja los espacios y los tiempos cuando se tienen hijxs puede suponer el inicio de una revisión de la propia identidad y el desarrollo de capacidades (como las del cuidado, anteriormente no ejercitadas ni valoradas como masculinas).
4º) En el nivel más avanzado de compromiso igualitario, estaría el grupo todavía reducido de hombres que no solo han iniciado un proceso de transformación personal, sino que también han asumido un compromiso público en sentido feminista. De esta manera, participan en colectivos y asociaciones, tales como AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de género), tienen presencia pública en actos de protesta y manifestaciones, como las ruedas de hombres contra la violencia, o incluso han iniciado una línea de reflexión teórica y académica sobre la masculinidad y su incidencia en la situación de las mujeres.
Por supuesto, esta clasificación no está cerrada. No siempre hay una coherencia absoluta ni en los discursos ni mucho menos en las prácticas, pudiendo encajar en varios grupos a la vez.
Llegadxs a este punto del artículo, puede que sientas cierta confusión. Y es normal, puede que esta sea la característica básica de la realidad de los hombres cis en el siglo XXI. Confusión ante un contexto donde las mujeres cis ya han dejado de responder en gran medida a los roles tradicionales y en el que progresivamente se está planteando una redefinición de nuestro modelo de convivencia.
Empieza a aflorar cierta consciencia de que ya no sirven los viejos paradigmas, pero carecemos de nuevos referentes. Sabemos que tenemos un largo camino de “deconstrucción” y posterior redefinición, pero (in)conscientemente nos pesa el miedo a colocarnos en una posición de incomodidad y renuncia a nuestros privilegios, que siempre nos han allanado el camino.
Esta crisis con la masculinidad, ciertamente ambivalente, podría empezar a ser el pretexto perfecto para superar la masculinidad patriarcal y sentar las bases para un nuevo pacto social donde las mujeres, por fin, no ocupen un lugar subordinado.
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