¿Cuándo la masculinidad se vuelve tóxica?

¿Qué significa ser hombre?”

Es una pregunta  interesante que activa múltiples definiciones, significados y conceptos donde la cultura, las experiencias personales, la crianza y los estereotipos juegan un rol importante para poder responderla. Sin duda, es un interrogante que genera debate entre los diferentes puntos de vista, tanto teóricos como no, sobre lo que significa haber nacido hombre y cómo comportarse, a nivel social, familiar y personal, como uno. Desde las sociedades primitivas hemos vivido separados por nuestras diferencias sexuales biológicas, las cuales han sido el vehículo para la asignación de los distintos papeles asociados a los hombres y a las mujeres, construyendo así un sistema en donde aquello que es viril, varonil, dominante, poderoso, enérgico es masculino y “de hombres”, mientras que lo sensible, sumiso, emotivo, estético y frágil es “de mujeres”.

En la actualidad, y sobre todo en la cultura occidental, seguimos considerando como único este sistema, en el cual los niños deben, en todo momento, ser fuertes, demostrar poder, no expresar sus emociones y alejarse de todo aquello que sea catalogado como “femenino” por el miedo de ser visto socialmente como “menos hombre”.

Así, sin darnos cuenta criamos a nuestros hijos dentro de un bucle de patrones, los cuales se han normalizado desde hace décadas, que dictan cuál es la manera correcta de ser un hombre en sociedad y así llegar a alcanzar lo que todo hombre debe alcanzar: respeto y dignidad.

¿Cuándo la masculinidad pasa a ser entonces tóxica?

Que te guste jugar al fútbol, a la playstation, que no te interese la estética o las artes, o que simplemente no te identifiques o gustes “las cosas de niñas” no te hace un hombre tóxico. Te conviertes en alguien tóxico cuando tienes la idea irracional que todos los hombres que están alrededor de ti deben seguir ese patrón y que aquellos que disfruten de otras actividades, como por ejemplo, bailar ballet (una actividad socialmente vista como femenina) sean perseguidos, humillados, discriminados y, en algunos casos, agredidos o peor. 

A los niños desde muy pequeños se les educa para que sean fuertes e independientes, mientras que a las niñas se les enseña a ser obedientes, sumisas y a cumplir con las labores domésticas, las cuales no pueden ser llevadas a cabo por sus contrapartes masculinas porque “no es el deber ser”. Así, de generación en generación, se sigue transmitiendo los valores culturales de que el varón es quien tiene el poder y la niña debe mantenerse relegada en un segundo plano, es decir, se sigue promoviendo una visión de que la mujer representa el sexo débil y el hombre el sexo fuerte. Lo mencionado también puede manifestarse a través de la violencia, producto de ver a la feminidad y a la mujer, así como cualquier persona que se salga del sistema patriarcal, como algo inferior. Esta conducta muchas veces es una respuesta de ejercer dicha dominancia del hombre sobre la mujer (o del hombre sobre otros hombres) promoviendo y manteniendo en la sociedad comportamientos como el acoso sexual, las agresiones y violaciones sexuales.

 ¿Qué se puede hacer para cambiar? 

Como anteriormente se ha expuesto, muchos hombres son criados con la idea de que jamás deben mostrar y expresar emociones porque sino serían entonces como las mujeres y eso no se puede permitir en una sociedad donde se debe alcanzar la posición del famoso “macho alfa”. La empatía y la compasión también se encuentran en el hombre y las mismas pueden desarrollarse de la misma manera que en las mujeres. Estas dos habilidades humanas fomentan las relaciones y los vínculos con los otros y nos hacen más vulnerables, y al ser más vulnerables podemos pedir ayuda cuando lo necesitamos. 

En conclusión, es ineficaz castigar la expresión emocional en niños y reforzarla únicamente en niñas, puesto que el ser humano, independientemente de su sexo, es un ser emocional que experimenta y vive a partir de lo que siente frente a un estímulo o situación.

Las emociones son básicas para crecer y relacionarse positivamente con los demás, además de que sirven como factores de protección para prevenir que las personas, sobre todo los hombres, se hundan en un fondo sin vacío llegando incluso a cometer el suicidio.   

Por ello, si crees que por ser hombre no has desarrollado estas habilidades en Quiero Psicología podemos ayudarte a que te empieces a expresar y puedas ser más libre y más feliz.

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Excitación sexual: miedos y presiones

¿Qué es la excitación sexual?

La Excitación Sexual se entiende como a un proceso de aprendizaje individual y único. Cada persona, en su contexto y con sus propias circunstancias, pone a prueba los estímulos (supuestamente) excitantes para conformar, poco a poco, su propio mapa erótico, sus preferencias en cuanto a prácticas y técnicas.

Esta fase está definida por el placer y el deseo de mantener o aumentar los estímulos y las emociones. Se trata de un proceso en el que nuestras prioridades y necesidades cambian en función de la excitación sentida y del deseo, que ésta provoca, de aumentar la intensidad e incluso de buscar alcanzar el orgasmo, a través de comportamientos eróticos.

A nivel erótico, estamos más relajadxs, abandonándonos y concentrándonos a nivel sensorial y mental. Los sentidos aumentan el umbral de percepción de las caricias de todo tipo, táctiles, auditivas, olfativas, gustativas… y la imaginación se recrea en fantasías eróticas.

¿Qué errores o problemas pueden aparecer?

En ocasiones, ciertos errores de aprendizaje pueden interferir en dicho proceso, alterando nuestra vivencia sexual individual y/o de pareja. Estos elementos pueden afectar otras fases de la respuesta sexual, como el deseo o el orgasmo.

Muchos de los siguientes factores comentados no aparecen en solitario, sino que se complementan y propician unos a otros. La persona con una educación sexual insuficiente puede no conocer los requisitos básicos para mantener la excitación y generar así un miedo al fracaso, incluso en ausencia de problemas previos, que podría aumentarse si concibe a su pareja como más o menos coital o le atribuye, erróneamente o no, exigencias hacia la sexualidad o su satisfacción, etc

  • Ausencia de información o información errónea: La ignorancia, que en muchos casos es el único obstáculo a una buena vivencia sexual, afecta tanto al placer y su recepción, y tanto a la entrega personal como al abandono a las sensaciones.

Un mito no fundado pero muy generalizado está constituido por el orgasmo coital como criterio de normalidad. Desde este mito se difunde la idea de que las personas con vulva tienen un problema cuando no obtienen fácilmente el orgasmo por simple estimulación intravaginal, pudiendo originar complejos y tensiones en muchas de ellas que van a interferir en su respuesta excitatoria. También el mito del orgasmo simultáneo preocupa a muchas parejas heterosexuales que al ver en ello un criterio obligatorio de normalidad, incluyen en sus relaciones esa meta; así, todo el proceso de excitación quedará oculto, y en desventaja, frente a las estrategias y medios a aplicar para tener éxito.

  • Disvalor de la sexualidad: La educación diferencial de género hace de este disvalor una causa preminentemente femenina pues la sexualidad masculina ha sido ensalzada y promovida, mientras la femenina ha sido perseguida y castrada. De esta forma algunas personas socializadas como mujer pueden considerar la excitación como un mero trámite o un efecto colateral a otros beneficios como puedan ser el acercamiento emocional o la evitación de mayores conflictos. Mientras tanto, algunos hombres bajo esta situación es muy probable que no vean afectada su erección, aunque su excitación fuera menor de lo esperado/deseado, pues el simple hecho de mantener relaciones suele ser, bajo la educación tradicional masculina, suficiente.

Por otro lado, podemos encontrar también ciertos factores de ansiedad que influyen en nuestro proceso de excitación, como por ejemplo:

  • Temor al fracaso: En los hombres cisgénero (y algunas mujeres trans) esta causa va a estar siempre presente una vez que hemos generado el primer fracaso, pues no es más que la anticipación y el miedo a las consecuencias negativas experimentadas (y ahora imaginadas). Así, una vez vivido un fallo excitatorio y los malestares asociados es tremendamente sencillo crear un miedo que los prevenga e incluso los evite. Se suma, además, el fantasma de la impotencia: nuestra cultura falocrática ha vanagloriado tanto al pene, su tamaño, potencia o valor, que la simple posibilidad de su pérdida en términos de impotencia (problema no sólo sexual sino vital, inamovible, rígido, absoluto…) genera en gran número de hombres un pánico interno inconfesable.

En términos psicológicos hablamos de Profecía Autocumplida: cuando temo que algo pueda ocurrir y, por prestarle tanta atención, finalmente propicio el suceso. Teniendo en cuenta los elementos comentados en torno a la erección masculina (relación con la masculinidad, autoexigencia, ausencia de una erótica desgenitalizada, miedo a la impotencia, etc.) es terriblemente fácil crear un círculo vicioso iniciado por un primer fallo que provoca cierta preocupación y que nos llevaría a perder la Clave Erótica y así provocarnos el fallo excitatorio.  

  • Rol de espectador: es un comportamiento de auto evaluación y vigilancia que se dan al mismo tiempo que la persona está implicada en la actividad sexual. Se trata de un desdoblamiento de la persona: mientras se desenvuelve en la relación sexual, mantiene centrada la atención en su propio desempeño para evaluar su éxito o fracaso. Este juicio de bien o mal, éxito o fracaso, por su concepción absolutista de todo o nada genera bastante ansiedad a lo largo de todo el comportamiento vigilado durante el encuentro sexual.
  • Huida ante el placer: Estos comportamientos inconscientes de evitar toda sexualidad satisfactoria pueden esconder una gran ansiedad y una culpabilidad ligadas al placer. Dedicar poco tiempo a la relación sexual, rehuir toda caricia que podría ser excitante, orientar exclusivamente la relación hacia la consecución del orgasmo, son ejemplos de comportamientos destinados a evitar la ansiedad, la inseguridad o el fracaso.

Si te ha resonado alguno de estos factores, no dudes en ponerte en contacto con nosotras. En Quiero Psicología disponemos de un servicio de asesoramiento y terapia sexológica para brindarte la mejor atención posible.

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Conoce el vaginismo

¿Qué es?

Se trata de una contracción involuntaria de la musculatura que rodea la vagina (esfínter de la vagina y elevador del ano) al intentar introducir un objeto en el orificio vaginal, haciendo imposible la penetración (aunque la lubricación sea correcta y la erección adecuada)

Está formada por 2 procesos:

  • Orden mental que genera una anticipación de sentir miedo, dolor o peligro, que hace que se de
  • una contracción involuntaria y automática (e inconsciente mayoritariamente) de los músculos que rodean la vagina

A veces, la “primera contracción” se puede deber a cuestiones físicas, sin necesidad de anticipar nada. Sin embargo, posteriormente esa asociación entre penetración-dolor generará una respuesta evitativa por nuestra parte donde se dará la contracción vaginal.

Sabemos que en la sociedad en la que vivimos, no se nos educa en conocer, explorar, y amar a nuestra vulva. Vivimos constantemente con emociones como la vergüenza, la culpa o el asco hacia cuestiones relacionadas con nuestra vivencia sexual, como es en este caso la relación que establecemos con nuestra vulva.

¿Te has preguntado alguna vez cómo de presente la tienes en tu día a día? Y no solo a tu vulva, pues el placer sexual no se localiza solo en nuestra genitalidad, sino ¿cómo de presente está el placer en tu día a día? ¿Qué pasaría si empezásemos a tratarnos y hablarnos como lo hacemos con una amiga?

La desconexión con nuestro cuerpo y nuestras necesidades es tal en el sistema capitalista y patriarcal en el que nos vemos arrojadxs, que seguir los ritmos que se nos imponen, tenernos en cuenta, darnos el espacio y a la vez, gestionar todas las presiones de “dar placer a la pareja” y nuestra propia autoexigencia, es imposible. Así que date permiso, ante todo. Permiso para estar en una situación similar y permiso para aceptar que no siempre podemos con todo.

La frustración que surge de la norma coitocéntrica y/o reproductiva de la sexualidad puede presentar también problemas en otras fases de la respuesta sexual (deseo, excitación, orgasmo). Dicha frustración y los intentos fallidos que la acompañan junto al dolor, acaban generando una respuesta de evitación y miedo al fracaso que puede manifestarse de muchas maneras. “Es que no soy normal”, es a veces una de las frases mas escuchadas en consulta, pues las personas con vulva parecen no poder “ser sexuales” si les falta el pene o la penetración en su sexualidad, ya que esta parece darse “a través de la pareja” y la penetración de esta con su pene.

Errores que cometemos

Muchas veces venimos con errores de aprendizaje o miedos de base que influyen en la relación con nosotrxs mismxs y nuestra sexualidad. Podemos ser más o menos conscientes de ellos, dada la educación sexual que hemos recibido tanto a nivel familiar como a nivel de sistema. Por ejemplo:

  • Excesivo valor sobre el coito y la penetración, así como disvalor sobre el conocimiento del propio cuerpo y toda la sexualidad no coital. De esta manera se concibe la relación sexual sin coito como incompleta, a medias, aburrida…
  • Desconocimiento en la primera experiencia de coito. Los mitos y prejuicios acerca de las primeras penetraciones pueden no permitir una relajación que favorezca la excitación. Estas situaciones pueden conllevar una tensión que favorezca la molestia o dolor en la penetración.
  • Miedo al dolor: pensamientos como “mi vagina es pequeña”; “el pene es demasiado grande”; “las primeras veces duelen”
  • “El coito solo para quien se lo merezca. Para la persona adecuada”, donde obviamos nuestro propio deseo y realizamos el acto sexual para la otra persona
  • Sentimientos de culpa por hacer algo que no se debe
  • “Si lo hago dejaré de ser interesante, me dejarán de lado”. Se concibe que por haber dado “todo”, ya no queda nada que ofrecer sexualmente y podrían ser abandonadas
  • Miedo al embarazo
  • Miedo a contraer ITS/ITG (infecciones de transmisión sexual, genital)

Si sientes que estás pasando por una situación similar, no dudes en ponerte en contacto con nosotras. En Quiero Psicología tenemos las puertas abiertas para ti.

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¿Hay sólo una masculinidad?

Siempre que leemos un relato, a no ser que aparezca específicamente la palabra “mujer” en el título, consideramos que el sujeto protagonista del discurso versa sobre el hombre cis. En los últimos años han surgido narrativas específicas para los hombres en torno a las masculinidades. Es decir, a sus experiencias específicas de un contexto histórico-social-cultural.

¿Qué es la masculinidad? ¿Consiste en no depilarse? ¿En sentarse con las piernas muy abiertas? ¿En tener un tipo concreto de genitalidad?

Desde las sociedades primitivas hemos vivido separadxs por nuestras diferencias sexuales biológicas, las cuales han sido el vehículo para la asignación de los distintos papeles asociados a los hombres y a las mujeres. Así, se ha ido construyendo un sistema donde lo entendido como viril, varonil, dominante, poderoso, enérgico es masculino y “de hombres”, mientras que lo sensible, sumiso, emotivo, estético y frágil es “de mujeres”.

En la actualidad, y sobre todo en la cultura occidental, seguimos considerando como único este sistema, en el cual los niños deben, en todo momento, ser fuertes, demostrar poder, no expresar sus emociones y alejarse de todo aquello que sea catalogado como “femenino” por el miedo de ser visto socialmente como “menos hombre”. Así, sin darnos cuenta criamos a nuestros hijos dentro de un bucle de patrones, los cuales se han normalizado desde hace décadas, que dictan cuál es la manera correcta de ser un hombre en sociedad y así llegar a alcanzar lo que todo hombre debe alcanzar: respeto y dignidad.

Podemos entender la masculinidad, aludiendo a la hegemónica, como aquel modelo de comportamiento impuesto a aquellas personas que se identifican como hombres, que origina una situación de desigualdad. Independientemente de tu identidad de género, te has preguntado:

¿Qué es lo que erotizas en una pareja sexual? ¿Hemos aprendido a erotizar el buen trato, la dulzura, la constancia, el cuidado? ¿O seguimos reproduciendo (in)conscientemente el patrón de atracción hacia alguien intermitente, violento, que no supone una base segura?

Tipología de masculinidades

Desde luego, la visión de las masculinidades no se reduce a un estereotipo de agresividad y ya. Podríamos distinguir cuatro posibles actitudes resaltadas en la literatura:

1º) En el grado más elevado de la continuidad de la cultura machista, se encontrarían aquellos hombres que están protagonizando una reacción patriarcal frente a los avances de las mujeres, la cual incluso se está traduciendo en programas políticos. Serían los “posmachistas”, donde el denominador común no es el mero hecho de ser hombres, sino su creencia en cierto ideal de masculinidad. No es solo su modo de vida lo que se encuentra amenazado, sino la forma en que se perciben como hombres.

2º) En un segundo nivel, nos encontramos a aquellos hombres que prorrogan roles y estereotipos tradicionales, que no se cuestionan el orden establecido, entre otras cosas porque de él extraen múltiples beneficios, y que, por tanto, en ocasiones sin ser conscientes del todo, reproducen una subjetividad masculina patriarcal y, en paralelo, contribuyen a mantener una feminidad complementaria.

3º) Un tercer grupo, formado mayoritariamente por hombres más jóvenes, sería el de aquellos que han empezado a cuestionarse su estatuto tradicional, por ejemplo, gracias a un modelo de ejercicio de paternidad corresponsable. Es evidente que en muchos casos las necesidades de negociar con la pareja los espacios y los tiempos cuando se tienen hijxs puede suponer el inicio de una revisión de la propia identidad y el desarrollo de capacidades (como las del cuidado, anteriormente no ejercitadas ni valoradas como masculinas).

4º) En el nivel más avanzado de compromiso igualitario, estaría el grupo todavía reducido de hombres que no solo han iniciado un proceso de transformación personal, sino que también han asumido un compromiso público en sentido feminista. De esta manera, participan en colectivos y asociaciones, tales como AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de género), tienen presencia pública en actos de protesta y manifestaciones, como las ruedas de hombres contra la violencia, o incluso han iniciado una línea de reflexión teórica y académica sobre la masculinidad y su incidencia en la situación de las mujeres.

Por supuesto, esta clasificación no está cerrada. No siempre hay una coherencia absoluta ni en los discursos ni mucho menos en las prácticas, pudiendo encajar en varios grupos a la vez.

Llegadxs a este punto del artículo, puede que sientas cierta confusión. Y es normal, puede que esta sea la característica básica de la realidad de los hombres cis en el siglo XXI. Confusión ante un contexto donde las mujeres cis ya han dejado de responder en gran medida a los roles tradicionales y en el que progresivamente se está planteando una redefinición de nuestro modelo de convivencia.

Empieza a aflorar cierta consciencia de que ya no sirven los viejos paradigmas, pero carecemos de nuevos referentes. Sabemos que tenemos un largo camino de “deconstrucción” y posterior redefinición, pero (in)conscientemente nos pesa el miedo a colocarnos en una posición de incomodidad y renuncia a nuestros privilegios, que siempre nos han allanado el camino.

Esta crisis con la masculinidad, ciertamente ambivalente, podría empezar a ser el pretexto perfecto para superar la masculinidad patriarcal y sentar las bases para un nuevo pacto social donde las mujeres, por fin, no ocupen un lugar subordinado.

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Sexualidad no normativa: ¿Qué es el BDSM?

La sexualidad trasciende nuestra existencia. La sexualidad es tanto sexo, identidad de género, orientación sexual, afectividad, placer, erotismo, intimidad (y reproducción). Nacemos con ella, vivimos con ella y termina en el momento de nuestra muerte. Así, las prácticas sexuales son aquello que hacemos en y con nuestra sexualidad. Y aquello que hacemos está construyendo constantemente nuestra erótica.

Como ya recordarás (https://www.quieropsicologia.com/que-aprendemos-a-erotizar/), la erótica tiene un componente biológico, psicológico y social. A pesar de presentar ciertos elementos que nos predisponen (anticoncepción hormonal, uso de ciertos antidepresivos etc), tenemos un rol activo en su construcción.

¿Qué es «normal» en la sexualidad?

A nivel social, el relato hegemónico prescribe qué prácticas son normativas (o “normales”, como solemos escuchar, es decir, aquellas que siguen la norma establecida), como actualmente es la penetración vaginal y, más en un segundo plano, el sexo oral y la masturbación. No es casual que en la cima de la pirámide se encuentre aquella cuyo objetivo es la procreación-reproducción. ¿Y por qué?

Dicha rigidez normativa acerca de cómo ha de transcurrir la sexualidad de las personas se encamina a la reproducción y a decirnos cómo tenemos que relacionarnos. Parece que la sexualidad no sólo se condena y/o tolera, sino que tiende a comprenderse y apreciarse si dichas prácticas son solo reproductivas y que posibilitan “la monogamia heterosexual”.

Con esto, por supuesto, no pretendemos demonizar la penetración vaginal. ¡Faltaría más! En cambio, te invitamos a explorarte, conocerte y ampliar tu erótica, encontrando otras formas de disfrute y de placer, complementarias a las que ya vivencias.

Puede que llegado este momento te estés preguntando…

¿Y cuáles son esas prácticas no normativas?

Aquellas prácticas sexuales disidentes de dicha norma social, no normativas, son las que escapan de lo permitido y conforman una serie de placeres a los que podemos tener acceso, enriqueciendo mucho más nuestra erótica (que recordemos, nosotrxs construimos en gran parte). Prácticas como el fetichismo hacia objetos o partes del cuerpo, spanking, sumisión, sadomasoquismo, exhibicionismo, asfixia erótica, medical, voyerismo… hacen alusión a las otras formas eróticas no hegemónicas. Adentrarnos en alguna de ellas nos permitirá desplazar la importancia patriarcal de la penetración y los genitales a otras vivencias del placer que pueden (o no) incluirlas.

Hoy introduciremos una de las más conocidas a nivel popular: el BDSM. Dichas siglas recogen prácticas como:

  • Bondage: ataduras con cuerdas y la inmovilización del cuerpo, total o parcial, mediante el uso de correas, cadenas, film plástico, vendas, hinchables de látex…
  • Disciplina: conjunto de normas-reglas para educar a un sujeto a través del castigo corporal. Dichos castigos pueden implicar azotes y/o pellizcos, por ejemplo.
  • Dominación/sumisión: asunción de roles como mascotas, asumir ciertas edades, ciertos géneros, desarrollar un rol de objetos y representar profesiones y/o situaciones que se relacionan con el poder
  • Sadomasoquismo: se relaciona con el dolor físico y otras formas posibles que lo causen.

Los factores en común a tener en cuenta en dichas prácticas son:

  1. Se llevan a cabo de forma consensuada
  2. Existe un intercambio de poder (total o parcial), donde se cede el control del propio cuerpo y/o la conducta para el disfrute, el placer y la satisfacción de los sujetos participantes

Es relevante destacar la diferencia entre práctica y conducta. Hay conductas que, per se, no se pueden considerar BDSM. Por ejemplo, esposar las muñecas o azotar un trasero dentro de un encuentro sexual donde hay disfrute mutuo, no se transforma en una situación BDSM porque aquí entra en juego la manera de vivir en concreto dichas prácticas, el significado que se le de al encuentro y el acuerdo entre lxs participantes.

Hoy hemos hablado de una de las prácticas no normativas (en la que ahondaremos en el siguiente post), pero sólo es una dentro de las muchas que tenemos a nuestra disposición para ampliar nuestra erótica y descubrir nuevos placeres y formas de vivirnos sexualmente.

Si estás pensando en trabajar tu sexualidad en esta línea u otras que se te ocurran, no dudes en contactarnos. En Quiero Psicología estamos para ti.

¿Qué son las no-monogamias?

¿En qué piensas cuanto te hablan sobre no monogamias? poliamor, swinger, parejas abiertas, anarquía relacional… son conceptos que aluden a los ya conocidos modelos relacionales disidentes de una norma bajo la que se nos ha educado. Ahora, ¿has pensado alguna vez la cantidad de estereotipos o prejuicios que podemos haber introyectado al respecto?

Hace unos años, hablando con unos colegas tomando algo, salía este tema seguido de “uf, ya… gente un poquito promiscua ¿no?” o “yo creo que se abre la relación para evitar un compromiso con esa persona”.

Es comprensible que, viviendo en un mundo donde lo normal – es decir, la norma- es la monogamia, todo lo que se salga de este limitado cuadrado se discrimine, patologice, ridiculice o denigre. ¿Te suena esta forma de hablar?

¿Qué es entonces lo primero que se te viene a la cabeza al pensar en monogamia? Algunas respuestas de personas a las que se les ha preguntado esto fueron: celos, exclusividad, relación más importante, proyecto de vida en común, amor-de-verdad o prioridad.

Este pack es lo que nos llega sobre las no-monogamias, lo que está en la cultura popular, pero… como seguramente ya sepas, todo lo relativo al ser humano se da en un contexto político y social que influye considerablemente en cómo concebimos las cosas, cómo nos sentimos y cómo nos comportamos.

Spoiler: pocas cosas son “naturales” cuando hablamos de emociones y comportamientos.

¿Qué se te pasa por la cabeza si te digo que esto del poliamor, en verdad, no va de tener múltiples parejas?

En palabras de Brigitte Vasallo, nos hemos puesto a desmontar la monogamia sin saber lo que es. Y no es que no esté definida, sino que está mal definida. La monogamia no es una práctica. No es tener una pareja con exclusividad sexual y afectiva. Las personas amamos a mucha gente, pero solo a un tipo de amor le ponemos cierta carga (ese amor-de-verdad).

Cuando oímos la palabra amor, pensamos en amores de pareja, amores sexualizados, pero no en el amor a nuestras criaturas, por ejemplo, a nuestros animales de compañía o amistades. Por ello, algunas visiones acerca de la monogamia la sitúan no tanto como un modelo relacional, sino como un sistema, una superestructura que determina nuestra vida privada, organizando nuestros vínculos: cómo, cuándo, a quién, de qué manera amar, qué circunstancias son motivo de tristeza, rabia etc.

El amor lo vivimos todas y todos de maneras distintas, es algo abstracto que forma parte de un mundo emocional que no puede codificarse tan fácilmente. Sin embargo, cuando aparece la monogamia, esta codifica la noción de amor. Por eso, cuando hoy hablamos de amor, hablamos de una forma concreta de amor que pasa por una forma concreta de pareja.

El sistema monógamo es también al amor Disney, ese amor que nos han metido desde pequeñas.

La jerarquía

La monogamia entonces es un sistema que nos organiza los afectos a nivel social y de manera jerárquica. No tiene que ver con la cantidad. El foco, en su lugar, iría de la cantidad de personas involucradas a las dinámicas que hay entre ellas, y entre dichas personas y el entorno.

El poliamor no viene definido por el número de relaciones, sino por el tipo de relación”.

La confrontación:

La confrontación o competitividad es uno de los mecanismos básicos del sistema capitalista. El conflicto horizontal (es decir que nos peleemos entre nosotras) legitima dicha estructura jerárquica, sin afectar a su funcionamiento. Por lo que para que se mantenga esta estructura jerárquica se necesita a la envidia.

No es arbitrario que se de principalmente entre mujeres. Nuestra socialización de género nos ha enseñado que el fin de nuestra vida, aquello por lo que lo damos todo, gira alrededor de la idea de “príncipe azul”. Y por lo tanto parece generar la idea de que competimos para conseguirlo.

Por eso es sumamente relevante darnos cuenta de esta confrontación introyectada y minimizarla. Supone mirar hacia dentro y observar cómo el sistema nos influye para poder frenarlo en la realidad. Ahí es donde reside la verdadera revolución.

La exclusividad:

El imaginario monógamo nos convence de que “si amas de verdad, no desearás a nadie más”. En esta forma de pensamiento competitiva y jerárquica, te enamoras de “la mejor persona para ti”, tu media naranja.

Así, el pensamiento monógamo es sustitutivo: desear a alguien nuevo implica dejar de desear a la anterior persona, o como mínimo, ese deseo se ve matizado. De nuevo, volvemos a la pirámide: para que alguien más llegue a la cima, hay que desocupar la cumbre. Si la ensanchamos, pierde exclusividad y, por tanto, valor.

Si bien es cierto que, en ocasiones, la multiplicidad de afectos puede implicar descuidos o maltratos, pero esto no se debe a la multiplicidad en sí, sino a la manera en que nos situamos en esa multiplicidad, usándola como consumo de cuerpos.

Es curioso como también, la exclusividad la entendemos referida principalmente a lo sexual. Acostarse con otra persona es un drama, pero nuestra pareja “puede” ejercer violencia contra nosotras y tendremos, o el entorno tenderá, al “no es para tanto”, “es que tenía un mal día”. ¿Dónde estamos poniendo el peso?

¿Se puede ser poliamorosa y ser responsable afectivamente?

En ocasiones vemos a personas a las que se les llena la boca con el discurso de la responsabilidad afectiva, pero… ¿sabemos qué es realmente? ¿hablamos tanto de ella como la practicamos en nuestro día a día? La responsabilidad afectiva es:

  • Saber que los vínculos que construimos con otras personas implican cuidados. No confundamos aquí ser independiente con no estar pendiente de la pareja.
  • No ilusionar a alguien con planes de futuro si no quieres eso realmente.
  • Tener en cuenta el mundo emocional de la otra persona sabiendo que puede ser muy diferente al tuyo.
  • No confundir a la otra persona con “ahora sí, ahora no”, no siendo claras y honestas.
  • Dejar claras tus intenciones y expectativas que tienes con las personas que te vinculas.
  • Establecer límites y acuerdos entre las partes implicadas para respetarnos y no herirnos.
  • Asertividad, asertividad y más asertividad: “tenemos que hablar de esto que me ha molestado y ver cómo podemos solucionarlo”
  • Ser consciente de las consecuencias de lo que decimos/hacemos.
  • No hacer bombas de humo / ghosting y toda esa retahíla de evitaciones modernas

Como primo cercano de la responsabilidad afectiva están los cuidados. En muchas relaciones no monógamas, lo que a veces se hace con los celos es ponerlos sobre la persona que los siente bajo un “cariño, gestiónatelo”. Algo muy propio del individualismo.

Creo que es importante levantar un poco la mirada y darnos cuenta de que los dolores vienen, además de la mochila de aprendizaje de esa persona donde se encuentran apegos, relaciones pasadas, vulnerabilidades etc… de un sistema. Esto no exime la responsabilidad de los miembros de la red, para nada. Pero si que es necesario establecer acuerdos, pactos de realidad.

Se que alguien estará pensando que sí, que los acuerdos son importantes, pero si la persona no tiene cierto trabajo personal hecho, se pueden seguir reproduciendo ciertas violencias. Y estás en lo cierto. Las personas que llevan a cabo dichos pactos tienen que saber colocarse a si mismas en la red, saber desde qué lugar dicen qué cosas. Y, como no, esto en muchas ocasiones pasa por tener tiempo para el trabajo con una misma y dinero para poder pagarte la terapia correspondiente. Entonces, me surge otra pregunta: ¿son las relaciones no monógamas una cuestión de clase? ¿un privilegio?

Imagino que a estas alturas del artículo estarás un poco removida, poniendo la vista en el pasado y, con suerte, vislumbrando esas veces en las que no te han cuidado o no has cuidado como era debido. Está bien. Quizás también te estés planteando abrir tu relación de pareja, pero no sabes cómo hacerlo sin que nadie salga herido. Puede que también estés reflexionando desde qué lugar te vinculas, o en qué lugar dejas parte de tu entorno en pro de ese amor de película.

Permítete ese espacio de reflexión que seguro dará pie a una mejora en ti. Que sepas que desde Quiero Psicología también te acompañamos en ese quebradero de cabeza.

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¿Qué aprendemos a erotizar?

El origen de la palabra erótica se remonta a la mitología griega con el dios Eros, unión del amor y el deseo entre los sexos. También se concebía como la capacidad creativa de la naturaleza y fertilidad.

Seguramente cuando pensamos en erotismo nos vengan infinitud de palabras: comunicación, placer, excitación, fantasías, deseos, afectos… y, de hecho, una de sus definiciones más actuales lo concibe como un conjunto de comportamientos, pensamientos y sentimientos en torno a aquello con los que nos excitamos, tiene que ver con nuestros deseos sexuales y fantasías eróticas, con lo que nos seduce.

Entonces… ¿qué es y qué no es lo erótico?

La erótica se compone de tres partes:

Biológica:

Entendida como la capacidad innata para sentir y reaccionar ante estímulos eróticos y para convertir estímulos neutros en eróticos. Por ello, es común a toda la especie (cromosomas sexuales, hormonas, capacidad de respuesta sexual).

Aunque mi capacidad para sentir deseo sea biológica, un detalle importante es que hacia quién, dónde, cómo y cuándo es aprendido, entrando en juego la sociedad en la que vivo.

Psicológica:

Compuesta por nuestra personalidad, experiencias y aprendizajes particulares, es decir, nuestra mochila de vivencias.

Social:

Referida a la educación recibida desde nuestro nacimiento, las creencias sobre cómo funciona la sexualidad, los roles de género, el consumo de pornografía e incluso el amor romántico, entre otros.

Si nos centramos en una de las variables sociales más relevantes en la construcción de nuestra erótica, es una de las características del sistema en el que vivimos: el patriarcado. Este se entiende como aquel sistema de dominación que ejerce y mantiene la subordinación e invisibilización de las mujeres y todo aquello considerado como “femenino”, creando así una situación de desigualdad estructural basada en la pertenencia a determinado “sexo biológico”.

Algunas de las características que el patriarcado ejerce sobre nosotras es el temor a la sexualidad, tratándola como tabú o pecado, colocando sobre nuestras espaldas altas dosis de culpa y vergüenza. De hecho, las charlas en colegios e institutos sobre sexualidad se han orientado, principalmente, a evitar ITS y embarazos no planificados, y no tanto a la búsqueda activa de nuestro propio placer, nuestro autoconocimiento, la relación con nuestro o la comunicación sexual asertiva (tanto saber pedir lo que queremos como notificar cuando algo no nos gusta).

En términos generales, este patriarcado se caracteriza por una heteronormatividad, asumiendo que las relaciones entre las personas se dan entre un hombre y una mujer, marcando nuestro erotismo por una jerarquía en las prácticas sexuales, siendo la penetración vaginal la cima de estas.

Concretamente, hemos interiorizado una serie de mitos en torno a nuestra erótica:

  • Los hombres tienen más deseo sexual que las mujeres.
  • Hay una cantidad de deseo sexual que es el “normal”.
  • A partir de la menopausia las mujeres no tienen deseo.
  • Cuando las mujeres expresan su deseo, son unas “provocadoras”.
  • Hay unos preliminares necesarios para realizar posteriormente un coito.
  • Las mujeres son mas lentas para excitarse y tener orgasmos que los hombres.
  • Hay una normatividad que nos dice lo que es normal que nos excite y lo que no y todo lo que quede al margen es tratado como patológico.
  • En una relación sexual compartida, las personas implicadas han de tener el mismo ritmo sexual.
  • Hay una manera de funcionar bien en cuanto al nivel de las erecciones, la cantidad, el tipo de orgasmos.
  • Hay dos tipos principales de orgasmos en las personas con vulva: el vaginal y clitorial. En el caso de las personas con pene la estimulación de este es suficiente, dejando de lado otras partes y sobre todo algunas tabú como el ano.
  • Es mejor el orgasmo que se tiene cuando te toca alguien que cuando estás a solas.
  • Para tener una relación sexual “completa” tiene que haber orgasmo.

Mitos del himen y la virginidad

Realmente, el himen es una corona vulvovaginal, es decir, son los restos de la pared que solía separar los genitales externos e internos antes de que se formara la apertura vaginal. Al ser un tejido, la corona no se rompe – como cuenta el mito popular – sino que se desgarra. Ante una penetración (dedos, juguetes, un pene…) puede haber un sangrado por el desgaste de la corona. Sin embargo, la mayoría de las personas con vagina no sangran la primera vez que tienen sexo con penetración. De hecho, gran parte de las que si sangran, suele estar relacionado mas bien a la tensión y a la sequedad vaginal, que al supuesto himen.

Respecto a la virginidad… ¿cómo la definimos? Seguramente habremos escuchado la frase de que la virginidad “se pierde en nuestra primera relación sexual”, pero, si es algo que se pierde cuando tenemos sexo con penetración, reducimos el acto sexual a esta práctica en concreto dejando otros miles de realidades de lado que, en general, además, responde al placer masculino. ¿Tiene entonces algún sentido hablar de virginidad?

Entonces ¿qué hago con mi erótica?

Llegados a este punto es normal que la lectora tenga millones de preguntas en la cabeza, entre ellas observaciones como “muy bien, pero después de todo esto… ¿qué puedo hacer para trabajar en mi erótica?”. Finalizo este artículo recalcando que el trabajo en el potencial erótico de cada persona es único y debe ser ajustado a las vivencias que llevemos a cuestas desde nuestra primera infancia.

Por ello, en líneas generales, es sumamente importante recalcar la relevancia de los autocuidados como una actitud que implica ser consciente de las necesidades propias, tenerlas en cuenta y satisfacerlas sin sentirnos mal por ello. Dentro de estos autocuidados está tanto la capacidad para poner límites ante aquello que no queremos en cierto momento en nuestra vida, nuestra relación sexual, nuestras interacciones afectivo-románticas con otros vínculos etc como la asertividad o habilidad para expresar lo que quiero y lo que no, para decir sí y asegurarnos de que el resto de las personas han entendido nuestro mensaje. En definitiva, escucharnos, explorarnos, volver a escucharnos y comunicarnos.

Y si no te sientes capaz de explorar tu sexualidad, tienes bloqueos, limitaciones, no te sale decir que no o ser asertiva, pídenos ayuda, nuestras expertas estarán encantadas de atenderte y que puedas desarrollarte plenamente.