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¿Qué es la parentalización?

La parentalización o parentificación es un proceso donde, a raíz de diferentes circunstancias, el hijo ha de hacerse responsable de sus propios padres. Esto provoca una inversión de roles, el niño pasa a desempeñar la figura paterna, responsabilizándose y cuidando de sus progenitores.

Formas de la parentalización:

La parentalización puede darse a través de múltiples formas:

  • Emocional: Existen padres con dificultades para regular sus emociones, que tienden a delegar la toma de decisiones relevantes en sus hijos ante su falta de estrategias de afrontamiento. Estos hijos, desde los primeros años de vida, tienden a hacer de sostén emocional, a cuidar la salud mental de sus padres o incluso ejercen de mediadores entre las disputas de sus progenitores.
  • Económica: Se trata de niños o adolescentes que han de hacer frente a gastos económicos para sostener a la familia porque sus padres se encuentran en situación de desempleo o sufren de alguna alteración que les impide trabajar. Estos menores o bien han de combinar la escuela con un trabajo, o en los peores casos, acaban abandonando sus estudios.
  • Instrumental: Estos niños se encargan de realizar las tareas domésticas como la limpieza del hogar, la compra, cocinar, llevar a sus hermanos menores al colegio, etc.

¿Por qué ocurre?

La parentificación tiene lugar cuando nos encontramos con padres que carecen de habilidades de afrontamiento y de regulación emocional suficientes para manejar sus propios estados mentales, y por tanto, para también responder a las de sus hijos.

Cuando un progenitor no es capaz de empatizar con las necesidades individuales que tiene su hijo ni presenta la capacidad para poder responder adecuadamente a sus demandas, se da un cuidado negligente. ¿Qué quiere decir esto? Que las necesidades del niño no se reconocen correctamente o se ignoran.

A consecuencia, el niño desarrolla diferentes estrategias a modo de supervivencia. Habrá menores que tenderán más a la evitación, ignorando y bloqueando sus emociones y necesidades, porque saben que no se les va a atender o incluso, pueden ser sancionados. Mientras que otros, ante esta negligencia, tenderán a hiperresponsabilizarse ellos mismos no solo de sus propias necesidades sino también de las de sus padres.

Estos fenómenos suelen ser recurrentes en entornos donde uno de los progenitores padece algún trastorno mental, entre padres que se encuentran bajo un proceso de divorcio, familias donde ha fallecido uno de los principales cuidadores, situaciones de riesgo social, padres que consumen sustancias o relaciones de maltrato.

¿Qué consecuencias tiene en la vida adulta?

Cuando somos bebés, somos seres totalmente dependientes de nuestros cuidadores. Nuestro cerebro y por tanto, las principales funciones ejecutivas, están todavía sin desarrollar, por lo que recibir un cuidado adecuado y mantener un vínculo seguro con nuestros cuidadores es esencial para poder lograr un funcionamiento adaptativo en la vida adulta.

Si crecemos en un entorno parentalizado, evidentemente, estas necesidades básicas no se van a poder cubrir adecuadamente.

Como hemos explicado antes, el niño, desde su propia inmadurez cerebral y siguiendo las reacciones de sus padres, desarrollará sus propias estrategias para evitar el sufrimiento: Reprimir sus emociones, ignorar sus propias necesidades, anteponer las demandas de sus padres a las suyas, sobreproteger a sus cuidadores, etc.

Siguiendo la teoría del apego, y cómo podemos ver a través de las personas que atendemos, estos patrones de comportamiento y roles quedan instaurados en la memoria del niño y generan por un lado, una representación de cómo han de actuar en el resto de situaciones sociales y por otro lado, una serie de expectativas de cómo actúan los demás.

Es como si el cerebro, con el fin de simplificar la información y ahorrar energía, crease una especie de mapa mental o guión de actuación para poder enfrentarse a las situaciones sociales y evitar así el malestar.

El problema surge cuando estos mapas son representaciones distorsionadas de la realidad, es decir, cuando el niño ha asumido una inversión de roles que no le corresponden a su edad madurativa y por tanto, no representan un adecuada relación paterno-filial.

A consecuencia, hablamos de niños inseguros, con baja autoestima, sensación de desprotección y por tanto, un elevado nivel de ansiedad, que podrá interferir en la vida adulta.

Estas personas, ante la ausencia de un modelo de regulación emocional eficaz, suelen tener dificultades para identificar sus estados emocionales y regular sus propias emociones.

De hecho, es muy habitual que estos niños parentalizados desempeñen un rol cuidador en el resto de situaciones sociales, como con amigos y pareja, ya que han aprendido que lograrán ser reforzados y escuchados si anteponen las necesidades de la otra persona a las suyas.

Suelen ser personas con dificultades para expresar su opinión, poner límites, decir que no, y sobre todo, dependen mucho del refuerzo externo para reafirmar su valía.

Otra estrategia muy común es la de desarrollar un patrón evitativo. Estos menores cuando exponen sus necesidades o sus estados emocionales, son ignorados y a veces incluso castigados. Por ende, ante esta negligencia, aprenden que la mejor forma de sobrevivir, y no resultar molestos para sus padres, es desconectarse de sus emociones.

Si crees que has sido un niño parentalizado y te sientes identificado con este post, tiendes a hiperresponsabilizarte de las necesidades de tu entorno y experimentas malestar, en Quiero Psicología podemos ayudarte.

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