No disfruto de las vacaciones: cuando descansar se vuelve una amenaza
Hay personas que cuando llegan las vacaciones sienten alivio, alegría, descanso. Y hay otras que, aunque lo deseen, no pueden disfrutar de ese tiempo. Se sienten inquietas, irritables o incluso culpables. Porque no están haciendo “nada”, porque “pierden el tiempo”, porque no producen. Porque el silencio de la pausa confronta demasiado.
Esto no tiene nada que ver con ser “adictxs al trabajo” o con que “no sepan disfrutar”, como a menudo se les etiqueta. Tiene que ver con un estilo de funcionamiento psicológico que muchas veces ha sido aplaudido: el de las personas autoexigentes, responsables, organizadas. Las que siempre están haciendo algo, aprovechando el tiempo, “sacando rendimiento” a cada minuto.
Detrás de esa dificultad para desconectar hay muchas veces un perfil perfeccionista. Personas con un alto sentido del deber, con dificultades para ponerse límites, con una mirada crítica constante hacia sí mismas. Personas que han aprendido a sentirse valiosas por lo que hacen, no por lo que son. Y entonces, cuando dejan de hacer, aparece el vacío, la incomodidad, la sensación de estar fallando.
En vacaciones, el sistema nervioso intenta entrar en modo reposo, pero la mente no sabe cómo sostener esa calma. Se activa la ansiedad, la culpa, la sensación de que algo se está haciendo mal. El descanso se vuelve incómodo porque no hay objetivos claros, no hay resultados visibles, no hay validación externa.
Este malestar no es caprichoso. Es la consecuencia de un sistema que ha confundido el valor con la productividad, que ha romantizado la hiperactividad y que ha invisibilizado el daño psicológico que puede producir la autoexigencia crónica.
El problema no es el descanso. El problema es que descansar nos pone frente a nuestras propias heridas: el miedo a no valer, a no ser útiles, a no estar haciendo lo suficiente. Y eso no se resuelve con agendas ni con organización. Se resuelve aprendiendo a mirar con compasión esos lugares internos donde se gestó esa necesidad constante de hacer, de rendir, de demostrar.
Las vacaciones no deberían ser una prueba de productividad. Deberían ser un derecho y una necesidad. Pero para muchas personas, el verdadero descanso empieza cuando se permiten la incomodidad de parar. Cuando se dejan de buscar excusas para seguir haciendo. Y se empieza a hacer espacio, poco a poco, para simplemente ser.




Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!