Despatologizando identidades que escapan de lo «normativo»(II)
El supuesto sexo biológico
Como ya mencionábamos en nuestro anterior artículo sobre este tema: Nacemos dentro de este marco sociocultural que va a marcar el significado de nuestras identificaciones y lo va a hacer, primariamente, en función de una atribución a un supuesto sexo biológico -adecuándonos así a la estética de la diferencia sexual- (Fausto-Sterling y García Leal, 2006). No obstante, y como bien remarca Elena Casado (1999), el sexo biológico y/o el género no son las únicas categorías que marcan las identificaciones y que establecen una jerarquía de poder: la clase social, etnia, diversidad funcional, edad, orientación sexual, etc. son también categorías que confieren identidad.
La distinción sexo/género supone que siempre es posible diferenciar entre lo biológico –sexo– y lo cultural –género–. Al mismo tiempo supone la maleabilidad del género frente al carácter permanente e inmutable del sexo. Este binarismo supone la idea de que en la dimensión biológica siempre es posible hallar la distinción entre mujeres y hombres. Butler (1999) desmantela la división radical entre sexo y género en contra de la idea de que la biología es el destino. ¿Qué tiene de natural el sexo cuando en su definición han operado diferentes discursos para producirlo? Butler sostiene que el sexo es también una construcción social y en ese sentido la distinción sexo/género es, por tanto, absurda. El sexo, más bien, es en sí mismo una construcción, instaurado a través de normas de género que ya están en su lugar. El objetivo consiste por tanto en deshacer el sexo para instalar la proliferación de nuevas formas posibles, incluso morfologías corporales que escapen a las restricciones de lo binario.
Tal como señala Foucault (2008), las categorías sexuales han sido asignadas a partir del siglo XIX. Este proceso de clasificación se ha acelerado y han proliferado una enorme variedad de identidades sexuales que resultan paradójicas y ambiguas. Los sujetos que portan estas identidades no pueden ser claramente clasificados en la dicotomía hombre/mujer. Estamos hablando de la intersexualidad y la transexualidad. Son estas personas las que desafían fuertemente las concepciones de cuerpo que subyacen al binarismo. La intersexualidad cuestiona el modelo dimórfico de la diferencia sexual desde que las cirugías de reasignación de sexo constituyen un testimonio sobre el establecimiento de nuevos contornos a cuerpos con morfologías ambiguas. Hay evidencias de que el sexo no ofrece una morfología binaria exhaustivamente clasificable (Kessler y McKenna, 2000).
Las discusiones que giran en torno al género siempre implican la dimensión del sexo. En este sentido, teorizar la intersexualidad y transexualidad supone un desafío fundamental, no solo para la comprensión del género, sino para cuestionar, de modo más radical, el sexo. Aunque limitada por las categorías actualmente disponibles, la teoría Queer ha demostrado potencialidad para cuestionar los supuestos que operan en torno al sexo. Esta postura torna posible producir interrogantes que nos conduzcan hacia nuevos supuestos acerca de la materialidad de los cuerpos, más allá de las marcas binarias del sistema sexo/género.
Cuerpo y género
El pensamiento feminista de la Segunda Ola se ha construido sobre la base de una concepción de cuerpo naturalmente y dimórficamente diferenciado. El cuerpo, en estos términos, constituye una superficie sobre la cual el género opera como un acto de inscripción cultural (Butler, 1990).
Es en la construcción de las identidades cuando se internaliza la discriminación. Lo que Bourdieu denominó habitus (2007). Es importante mencionar este concepto porque le otorga una importancia primaria al cuerpo. El cuerpo no es sólo un espacio material, es la cobertura simbólica con la que nos recubrimos e interactuamos. Es el conjunto de significados que le atribuimos y bajo los cuales nos reconocemos. El género, en este sentido, construye el cuerpo. Por ello, no nos referimos sólo a una materia física que nos venga dada con el nacimiento: nos referimos a una matriz de significados en permanente construcción que confluyen en ese lugar físico (Butler, 1990; 1993).
Para Bourdieu (2007), la dominación se asienta en las estructuras sociales: un sistema de clasificación por sexo que tiene una idea sobre la masculinidad y la feminidad. Esto se interioriza en las identidades y se asienta en los cuerpos –cuerpos que sienten, piensan y hacen-. Es a través de un proceso de subjetivación en el que se construyen estructuras sociales que se escapan a la conciencia como se crean identidades reconocibles con respecto al género.
Estas estructuras históricas de dominación implican que las personas no contemos con la misma legitimidad política, los mismos privilegios, los mismos derechos de ciudadanía o las mismas posibilidades de elección (Gil, 2011).
Y durante mucho tiempo ha privado a las personas invisibilizadas incluso de una adecuada atención sanitaria, social, educativa… Desde Quiero Psicología luchamos en contra de esa discriminación, así que si te has sentido así y quieres contárnoslo, tienes nuestras puertas abiertas.
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