¿Cómo abordar a un familiar violento?
La violencia dentro del núcleo familiar es uno de los problemas más dolorosos, complejos y difíciles de afrontar en nuestra sociedad. Este tipo de violencia no solo deja huellas físicas o psicológicas en las personas que la padecen, sino que también genera un profundo conflicto emocional y moral, pues quien agrede no es un extraño, sino alguien cercano: un padre, una madre, una pareja, un hijo o un hermano. Es precisamente esa cercanía afectiva la que convierte estos actos en experiencias especialmente traumáticas, ya que el hogar, que debería ser un espacio de seguridad, protección y amor, se transforma en un lugar de miedo, tensión y sufrimiento. Enfrentarse a un familiar violento implica romper silencios, desafiar creencias culturales arraigadas y, en muchos casos, superar la culpa, la vergüenza o el miedo al juicio social.
La violencia familiar tiene muchas formas: física, psicológica, económica, simbólica. Reconocerla es el primer paso, pero ¿cómo actuar, especialmente cuando los estereotipos de género —como la obediencia, el cuidado incondicional o la sumisión— pesan tanto?
- Priorizar la integridad física y emocional: La seguridad personal no es negociable. Esto puede implicar desde pedir ayuda a redes cercanas hasta activar mecanismos de protección estatal, como denuncias o medidas cautelares.
- No minimizar ni justificar la violencia: Los mandatos sociales tienden a responsabilizar a las mujeres o disidencias de «provocar» o «exagerar» el conflicto. Reconoce que la violencia nunca es tu culpa.
- Construir una red de apoyo feminista: Rodearte de personas, organizaciones o colectivos que entiendan y acompañen desde una mirada de género puede ser vital para no quedar aislada.
- Acceder a recursos institucionales especializados: Existen líneas de atención, refugios, asesorías jurídicas y psicológicas específicas para víctimas de violencia de género. Es fundamental conocer y utilizar estos recursos.
- Reconocer la violencia estructural: Entender que muchas veces las instituciones (familiares, judiciales, policiales) minimizan o revictimizan a quien denuncia. Esto no invalida tu experiencia ni tus derechos.
¿Cuándo es legítima la defensa propia?
La legítima defensa es un principio jurídico reconocido y protegido por las leyes de la mayoría de los países, y representa una excepción al deber general de no causar daño a otros. Se trata del derecho que tiene toda persona a protegerse a sí misma o a un tercero cuando se enfrenta a una agresión injusta. No obstante, para que esta defensa sea considerada válida ante la ley, deben cumplirse ciertos requisitos claramente establecidos, los cuales buscan evitar abusos y asegurar que la reacción haya sido realmente necesaria y justificada.
Agresión injusta
El primer requisito es la agresión injusta, lo que significa que debe existir una amenaza real, actual e ilegítima contra la integridad física, la libertad o incluso la vida, ya sea propia o de otra persona. Esta agresión no puede ser hipotética ni basada en suposiciones; debe tratarse de un peligro inminente y concreto que justifique la necesidad de una respuesta defensiva inmediata.
Proporcionalidad
El segundo elemento clave es la proporcionalidad. La respuesta defensiva debe estar en equilibrio con el nivel de amenaza recibida. Esto implica que no es lícito responder con una violencia desmedida a un ataque menor. Por ejemplo, no se puede justificar causar un daño grave si la agresión inicial fue leve o no representaba un riesgo serio para la vida o integridad de la persona. La ley exige que el acto de defensa no supere lo estrictamente necesario para neutralizar el peligro.
Necesidad
El tercer criterio es la necesidad. La legítima defensa solo se aplica cuando no hay otra opción viable para evitar el daño. Esto significa que si es posible escapar, pedir ayuda o recurrir a otro medio menos agresivo para resolver la situación sin ponerse en mayor riesgo, se debe optar por esa vía. La violencia como medio de protección solo se justifica cuando no queda ninguna otra alternativa eficaz y segura.
Cuando estas circunstancias se presentan dentro del ámbito familiar, la situación se vuelve aún más compleja. En el entorno doméstico, donde predominan los lazos afectivos, la convivencia diaria y una carga emocional intensa, es particularmente difícil evaluar con claridad el nivel de amenaza y actuar de forma racional. La emocionalidad puede distorsionar la percepción del peligro y llevar a respuestas impulsivas, lo cual complica la interpretación jurídica de la legítima defensa.
Aun así, es importante subrayar que el hecho de que el agresor sea un familiar no anula el derecho a defenderse. Si una persona es víctima de una agresión física dentro del hogar, tiene el pleno derecho de proteger su integridad física de forma proporcional y razonable, sin que ello constituya un delito. La ley no obliga a nadie a soportar violencia por parte de sus seres queridos y contempla estas situaciones con especial sensibilidad, considerando tanto el contexto emocional como los riesgos concretos involucrados.
¿Qué papel ocupa la culpa?
Sentirse culpable es extremadamente común después de defenderse o después de tomar medidas drásticas (como denunciar o alejarse de un familiar violento). Hay varias razones para esto:
- Lealtad familiar: Desde pequeños, se nos enseña a proteger y amar a la familia, a veces incluso a costa de nuestro bienestar.
- Esperanza de cambio: Muchas personas desean creer que su familiar mejorará, y sienten que rendirse o defenderse es «traicionar» esa esperanza.
- Internalización de la violencia: A veces la violencia se minimiza o se justifica («no fue para tanto», «yo lo provoqué»), aumentando la culpa.
Es importante entender que protegerse no es traicionar. Cuidar de ti mismo no es egoísmo, es responsabilidad. La culpa puede ser un síntoma de que valoras los vínculos familiares, pero no debe impedirte actuar en defensa de tu dignidad y tu vida.
Trabajar la culpa suele requerir acompañamiento psicológico. Un terapeuta puede ayudarte a distinguir entre culpa saludable (que te lleva a la reflexión) y culpa tóxica (que te paraliza y perpetúa el daño).
Nadie debería tener que elegir entre su seguridad y su familia, pero a veces es inevitable. Enfrentar la violencia de un ser querido es uno de los actos más valientes que existen.
Reconocer el peligro, actuar en consecuencia y manejar las emociones complejas que surgen —como la culpa— son pasos fundamentales para sanar y construir una vida libre de violencia.
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