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Neurodivergencia: ¿por qué hemos pensado que todxs teníamos que ser iguales?

Durante mucho tiempo, el mundo ha estado diseñado para un tipo de cerebro: el “neurotípico”. Todo —la escuela, los horarios laborales, las normas sociales, las formas de comunicarse— gira en torno a un estándar que, además de ser muy rígido, es profundamente excluyente. Y sin embargo, hemos crecido creyendo que ese estándar era lo “normal”, lo deseable, lo correcto. ¿Cómo no íbamos a intentar encajar ahí?

La neurodivergencia —el TDAH, el autismo, el trastorno del procesamiento sensorial, entre otras formas de funcionar— pone en jaque esa idea de homogeneidad. Pero no porque sea un problema, sino precisamente porque revela lo absurdo que es suponer que todxs deberíamos funcionar igual.

¿Por qué se hace masking?

El masking, o camuflaje, es una estrategia que muchas personas neurodivergentes aprenden (a veces sin saberlo) para poder parecer “normales” en contextos sociales, escolares o laborales. No es una elección libre. Es una forma de sobrevivir. De evitar el rechazo, el acoso, la incomodidad ajena.

Consiste en imitar expresiones faciales, forzar contacto visual, ocultar intereses intensos, reprimir movimientos corporales autorregulatorios (los conocidos “stims”), y fingir que no hay ruido o estímulos que incomodan. Es agotador. Y a la larga, puede ser devastador para la salud mental: ansiedad, depresión, burnout, sensación de desconexión profunda con una misma.

¿Y por qué llegan tan tarde los diagnósticos?

Porque el sistema sanitario y educativo sigue anclado en estereotipos. Porque los modelos diagnósticos tradicionales fueron construidos en su mayoría observando a niños varones, blancos, de clase media. Porque muchas personas han aprendido a enmascarar tan bien que nadie sospecha lo que hay debajo. Porque aún hoy se patologiza la diferencia en lugar de comprenderla.

Y también porque todavía hay miedo. Miedo a ponerle nombre a algo que lleva años siendo negado. Miedo al estigma. Miedo a lo que pueda significar aceptar que siempre hubo una diferencia y nadie la vio. O peor: que la vieron, pero no la comprendieron.

Entonces… ¿cómo reparamos esto?

scuchando. Validando. Dejando de asumir que las personas neurodivergentes tienen que adaptarse a un sistema que no fue diseñado para elles. Empezando a preguntarnos en serio: ¿cuántas formas de ser hay que aún no estamos permitiendo?

Este no es un llamado a «integrar la diversidad» desde una mirada condescendiente. Es un llamado a cuestionar el modelo mismo. Porque no se trata de enseñar a encajar, sino de construir espacios que no excluyan.

Quizás el verdadero cambio empieza cuando dejamos de preguntarnos cómo hacer que todas las personas se comporten igual, y empezamos a preguntarnos cómo acompañar a cada quien a ser quien es, con lo que eso implique.