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Covid-19: vivir entre la libertad y los límites.

Imagina que te saltas un semáforo en rojo y tienes la mala suerte de provocar un accidente con otras personas, víctimas, implicadas. Cualquiera que reciba esta noticia será capaz de ver tu irresponsabilidad y tener claro que has cometido una infracción grave al volante.

Esto que vemos tan claro, en lo que, probablemente, todo el mundo esté de acuerdo, podría ser comparable a la situación que estamos viviendo a causa de la Covid-19.

Aparece aquí un debate sobre la responsabilidad personal, el poder de otros sobre nuestra libertad y el riesgo.

Responsabilidad personal versus control externo.

Este debate puede generar una reflexión que a nivel psicológico tiene mucho jugo.

¿Cómo te sientes cuando otro te dice lo que tienes que hacer?

¿Es más importante lo que tú necesitas que cualquier otra cosa?

¿Toleras la frustración de ver muchos de tus planes cancelados?

¿Empatizas con situaciones lejanas a ti?

¿Evitas lo que te genera malestar?

Hay personas que creen que su comportamiento depende exclusivamente de ellos y que no tienen que rendirle cuentas a nadie. Se olvidan de algo importante: su libertad termina donde comienza la del otro.

Si te saltas un semáforo en rojo puedes poner en peligro la vida de los demás. Cuando te saltas las normas impuestas ante la Covid-19 estás haciendo lo mismo: poner en peligro la vida de los demás.

Muchos nos preguntamos si es realmente necesario que nos inunden con normas, que nos mareen con restricciones cuando la autoresponsabilidad personal sería la solución más fácil.

Otros se ofenden porque el Gran Hermano controla sus actos, cómo viven su vida o cómo se relacionan.

Tu comportamiento afecta a quienes están a tu alrededor y puede tener consecuencias más allá de tu entorno.

La situación actual es excepcional e inesperada. A estas alturas sabemos que estamos ante un virus que se contagia con rapidez y que afecta a todos, lo que significa que estamos ante una ‘enfermedad colectiva’.

Es una situación de peligro extremo, ya que lo que se contagia es una enfermedad grave, que puede dejar secuelas permanentea y que incluye el riesgo de muerte.

Volviendo a la reflexión propuesta, lo que tú hagas con tu vida es muy lícito, pero ¿qué ocurre cuando lo que haces con tu vida puede condicionar en cierto modo la vida de otros?

Cuando hablamos de salud hay algo imperativo: la garantía de que no atentar contra ella.

Las conductas temerarias que afectan a la salud de las personas van en contra de uno de los derechos fundamentales del ser humano.

Ante la pandemia que estamos viviendo son necesarias las restricciones. Aunque esto suponga ciertas limitaciones en nuestra libertad personal y el “enorme” esfuerzo de no poder salir de marcha.

Los niños durante su infancia necesitan normas y límites y esto no es algo malo, todo lo contrario, es un acto de protección, de cuidado y de enseñanza hacia ellos.

Que exista una figura de autoridad ante los peques es lo natural y se entiende que cuando vamos creciendo, somos nosotros mismos los que desarrollamos e integramos esa capacidad de ser responsables.

Ser responsables de lo que hacemos y de la forma en que esos actos repercuten en nuestro entorno. Esa es la teoría.

La realidad vinculada a esta pandemia es otra bien distinta.

Si observamos los datos sobre el aumento de la incidencia de la Covid-19 tras las navidades o escuchamos la cantidad de fiestas que cada fin de semana desmantela la policía o vemos las terrazas abarrotadas, todo esto da que pensar sobre dónde queda esa supuesta responsabilidad personal.

¿Necesitamos restricciones mucho más severas para contener la pandemia?

Es muy preocupante que a nivel social no seamos capaces de mantener la responsabilidad individual y colectiva.

Quizá estamos creando una sociedad que lo quiere todo y lo quiere ya, sin esperas ni pausas, y que por supuesto, ni mucho menos un virus lo va a parar.

Las quejas constantes sobre lo que hace uno u otro llenan las conversaciones a pie de calle.

De nuevo, sin quitarnos la visera egoísta, nos perdemos lo más importante: el virus no entiende ni sabe sobre vidas o muertes. Su tarea es expandirse, sobrevivir y sigue haciendo su labor mientras los seres humanos nos entretenemos en debates que se alejan de la colaboración, la solidaridad y la empatía.

“Yo estoy sano, a mí me da igual”, “yo vivo solo, no vivo con mis padres”, “total, tendremos que pasarlo todos, ¿no?”, “¿para qué ponen esta medida si luego permiten hacer otras cosas? Menudos patanes…”

Todas estas frases podrían pasar desapercibidas en otras condiciones, pero, en el momento en el que estamos, estas frases implican la posibilidad de generar daño a otros y de alejarnos del objetivo común que es recuperar la situación de bienestar.

Ante una situación como la actual necesitamos normas y límites, control y potenciar el cuidado común.

¿Qué ocurre si hay personas que no quieren acatar dichas normas y límites?

Podríamos hablar de cierta incapacidad para la adaptación a nuevas situaciones o de los pocos recursos que tenemos a la hora de gestionar nuestras emociones y nuestros actos.

La gestión personal de la pandemia refleja un estilo previo de conducta que en una situación límite saca a la luz lo mejor y peor de cada uno.

Quizás no soportes la sensación de soledad y te es imposible quedarte en casa sin salir o conocer a gente nueva.

También puede ser que quieras controlar en todo momento lo que ocurre a tu alrededor y ver gente sin mascarilla o superando las distancias mínimas recomendadas te pone de los nervios.

Es posible que ya desde la infancia acostumbras a que tus deseos sean cumplidos casi siempre y lo que no consigues te irrita.  

Existe la opción de autoconfinarse y salir sólo lo mínimo necesario.

Puede ser que, si alguien te dice lo que tienes que hacer, te sientes atacado como si esa persona no tuviera capacidad para darte indicaciones.

Son solo algunos ejemplos de lo que puede suceder a nivel individual.

Ignorar sistemáticamente las normas, a nivel colectivo, nos convierte en una sociedad dependiente de una figura de autoridad que nos recuerde hasta donde sí y hasta donde no.

Ir al otro extremo, autoimponerse las restricciones más estrictas yendo incluso más allá, nos habla de una sociedad que quiere controlar lo incontrolable.

Como si no tuviéramos aún desarrollado nuestro lóbulo frontal y fuéramos incapaces de aguantar nuestros impulsos, reprimir nuestras pulsiones y posponer la recompensa.

O como si la necesidad constante de control nos hiciera llegar a extremos insalubres y poco realistas.

¿Crees que la situación actual te desborda? ¿Te sientes un bicho raro por cumplir las medidas? ¿Tienes la sensación de no poder evitar saltarte las restricciones justificando con múltiples argumentos el porqué haces lo que haces? ¿Te sientes mal por ello? Cualquiera de estas preguntas te están pidiendo respuesta. Si quieres comenzar a trabajar para encontrarlas, en Quiero Psicología exploraremos en tu historia vital para comprender las dinámicas que despliegas en esta peliaguda época.

lesbianas

El amor en el siglo XXI

Vivimos en una sociedad en la que el amor se ha convertido en algo de usar y tirar. Pensamos una relación como algo temporal y perecedero, sentimos que podemos saltar de relación en relación sin implicarnos demasiado emocionalmente. 

Esto no es un concepto nuevo, Zygmunt Bauman en su libro “Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos” habla justo de esto, de lo volátiles que son los vínculos que nos estamos acostumbrando a crear.

Esta es la época de la obsolescencia programada, que hace que todo tenga una vida útil determinada y luego se quede obsoleto. Ya no interesa que los productos duren para siempre, se busca que haya un consumismo constante.

Es justo por eso que estamos todo el tiempo expuestos a actualizaciones: el último modelo de móvil, la última lavadora, la nueva forma de planchar o el nuevo coche, son ejemplos que hacen que pongamos el foco en lo nuevo, en lo actualizado, antes que invertir tiempo y dinero en arreglar lo que ya tenemos. Cuando pedimos presupuesto para arreglar lo que se nos ha estropeado, podemos ver como muchas veces nos sale más rentable comprar algo nuevo y “mejor”.

Sale más económico comprar algo nuevo que reparar lo viejo.

Si llevamos esta idea a las relaciones, ¿te suena?

Esta prisa por “actualizarse”, por cambiar lo antiguo por algo nuevo y supuestamente mejor, puede haber creado en ti una sensación de incertidumbre e inestabilidad porque no sabías cuales eran las bases del vínculo ni dónde están o cuáles son los limites.

En tu relación, la otra persona, desde su individualismo, realmente no atendía a tus necesidades ni a las necesidades comunes. Aunque esto te generaba malestar te mantenías a su lado esperando que algún día fuera diferente. Sin hacer nada al respecto, claro está, sólo esperando un cambio ajeno a ti pero que podría cambiar tu relación.

Puede ser que hayas sido tú quien ha tenido esta necesidad de no querer etiquetar, de no poner en palabras lo que está pasando ya que así tienes la sensación de mayor libertad.

Las personas no somos objetos.

Sentimos, nos emocionamos y tenemos necesidades. Merecemos saber la verdad, conocer en qué punto está la otra persona y tomar conciencia de en qué punto estamos nosotros. Se trata de ser responsables afectivamente. Serlo para con los demás y, sobre todo, serlo para con nosotros mismos.

¿Has sentido que tu pareja no se responsabiliza de las cosas que no van bien en la relación?

¿Tienes la sensación de que prefiere pasar del tema y no comprometerse con el cambio?

¿Prioriza su necesidad individual de vivir algo placentero y prefiere no ocuparse de aquello que genere malestar?

Cuando hablamos de vínculos frágiles, hablamos de la incapacidad de permanecer en una relación, de lo fugaz del encuentro y de la búsqueda de otro diferente para que siga satisfaciendo esa necesidad de consumir. De consumir otra relación sin haber intentado estar de manera sincera en la anterior.

¿Te has encontrado en alguna situación donde tú querías tener algo más y la otra persona solo buscaba una relación sexual?

Por supuesto, al hablar de relaciones y de vínculos, también hablamos de sexualidad. El sexo se ha convertido en algo que tiene un fin en sí mismo: la obtención de placer. Lo placentero se consigue en el mismo encuentro y el homo consumens, busca encuentros sexuales sin implicación emocional.

Este concepto el de homo consumens, (utilizado por primera vez por Eric Fromm en su libro «Socialist Humanism») refleja muy claramente el espíritu que queremos representar en este post: el hombre, la persona, cuyo objetivo principal no es poseer cosas sino consumir. Lo que sea. A toda velocidad. Una detrás de otra. También se pueden consumir personas, sexo, en vez de cosas.

Pero el sexo no es sólo placer o no tiene porqué serlo. Es una forma de estar con el otro, una forma de acercamiento, de ser junto a otra persona. En el sexo hay una implicación, del tipo que sea, y negar esta parte sería desvincularnos del concepto cuerpo-mente. Como diría Bauman, parafraseando a Milan Kundera, “la insoportable levedad del sexo” puede hacer que sientas confusión, desvinculación o disociación.

Vivir en una sociedad que promueve el consumismo no implica que tengas que ser consumista.

Es importante que seas consciente de lo que realmente necesitas, de si te estás sintiendo bien haciendo lo que haces o no, de si esa relación te esta generando una sensación de incertidumbre que no te permite estar seguro/a.

Tienes derecho a querer algo diferente, o al menos a replantearte lo que estás teniendo o has tenido. Puedes desear que haya sinceridad en tu relación. Sinceridad contigo mismo/a y sinceridad con la otra persona. Quizás necesites plantearte algunas preguntas:

¿Cuáles son las necesidades que tienes en tu relación? ¿son iguales para tu pareja? ¿cómo las satisfaces?

¿Cuáles son las bases de tu relación?

¿Dónde están los limites? ¿cuáles son los tuyos?

¿Cómo es la comunicación entre vosotros?

Puede que ambas partes hayáis acordado tener una relación abierta. Los límites son diferentes que si habéis acordado tener una relación donde el vínculo se limita a vosotros dos.

Quizás una necesidad de tu pareja sea que ambos paséis tiempo con su familia y para ti no es una necesidad e incluso preferirías no hacerlo.

En ambos casos es muy importante negociar las necesidades de cada uno y llegar a un punto en común.

Si vuestras necesidades personales no coinciden, habría que plantear cuáles son las bases de la relación, aquellas sobre las que se asienta el vínculo, sobre lo que descansa, lo que le sirve de soporte.

Es importante que sepas y busques lo que necesitas. A lo mejor un encuentro sexual cada dos semanas no es lo que te está satisfaciendo realmente, a ti te gustaría compartir más con esa persona pero sin embargo “aceptas” eso que te da, aunque sea mucho menos de lo que te gustaría tener.

Una vez que has reflexionado sobre el punto en el que estáis, en el que estás y en el que crees que está la otra persona, ¿por qué no hablar sobre ello?: “yo siento esto y necesito esto, ¿tú como te sientes respecto a esto?”. Tienes derecho a una comunicación sincera.

Una comunicación sincera implica hablar de cómo me siento y esperar que el otro me hable de cómo se siente, de forma sincera. Esto permite tener claro hacia donde ir, con cuidado y respeto.

Si conozco el punto de partida, puedo ser más consciente de la situación real y no invertir tanto tiempo en adivinar el pensamiento del otro: “no sé si querrá lo mismo que yo”, “parece que quiere una cosa pero luego hace otra”.

Busca lo que te haga sentir bien a nivel emocional, afectivo y sexual. El ser humano es un ser social y necesita al otro para sobrevivir. El otro es quién nos sirve de modelo, nos enseña a regularnos emocionalmente cuando somos pequeños, es el otro a través del que aprendemos a vivir en el mundo. Cuando somos adultos es el otro el que nos sirve de reflejo, nos acompaña, quien nos sostiene y nos cuida y el que nos debería respetar.

Si sientes que esa persona no te está acompañando, respetando y cuidando, quizá no estés donde deberías estar. Plantéate si la relación en la que te encuentras es la que te gustaría tener y qué puedes hacer para cambiar eso. ¿Por qué no nos llamas y hablamos de ello?

niños y cuarentena

La cuarentena ¿cómo ha afectado a nuestros niños y niñas?

Durante este año hemos vivido un estado de confinamiento, un hecho novedoso en nuestras vidas.

Nadie había estado en una situación similar antes. Ni los adultos, ni por supuesto, los niños.

Todos hemos actuado en función de nuestros recursos y lo hemos vivido lo mejor que hemos podido.

Obviamente, el tiempo que hemos estado en casa sin poder salir de manera normal y con las restricciones posteriores, ha tenido repercusiones.

¿Qué consecuencias ha tenido esta situación en nuestros niños y niñas?

Los efectos del confinamiento en niños y adolescentes dependen de muchas variables, la principal es la edad, porque en función de ésta sus necesidades varían.

De 0 a 3 años.

Los niños más pequeños, lo que más han sentido es la falta de salir a la calle. Los niños de esta edad muestran una alta necesidad de movimiento; un movimiento que les permite vivir nuevas experiencias, observar, ver… que les ofrece la estimulación que necesitan para que su desarrollo cognitivo sea óptimo. Se han visto privados de esa movilidad, pero al ser su capacidad de adaptación alta, se adaptaron al confinamiento y también a las salidas restringidas.

De 4 a 6 años.

Los niños en la franja de edad de 4 a 6 años siguen necesitando moverse, descubrir y explorar, además de una necesidad específica de socializar. Quieren ver a sus amiguitos, jugar con ellos, relacionarse e interactuar.

En este rango de edades, los niños y niñas están en un momento clave. Establecen sus primeras relaciones sociales y generan sus habilidades que practican en el colegio y los parques, espacios de los que se han visto privados.

Se ha observado que los niños se han mostrado más tímidos, más retraídos a la hora del contactos con otras personas (adultos o niños). De nuevo se han adaptado y han aprendido a jugar solos con pocas interacciones con iguales, exceptuando el caso de aquellos que tienen hermanos.

Con estas edades, también han podido aparecer o intensificarse miedos a monstruos o seres fantásticos. Su imaginación es muy vívida y en ocasiones les cuesta distinguir la realidad de lo que ellos han imaginado.

De 7 años en adelante.

En el grupo de niños y niñas entre los 7 años y la adolescencia, se inician los sentimientos de pertenencia a un grupo. No interaccionar con sus iguales les ha podido generar sentimientos de frustración. Necesitan esas interacciones para generar su autoconcepto, su visión de ellos mismos frente al grupo.

Las respuestas ante esa frustración pueden ir desde aceptación acompañada de un sentimiento de tristeza, hasta muestras de rebeldía por no poder salir. Tanto la tristeza como la rebeldía pueden darse de forma cíclica y, aparentemente, no estar relacionadas con la situación de haber estado confinados.

En esta etapa, nuestros hijas e hijas son conscientes de los peligros reales y pueden surgir miedos a salir a la calle para no contagiarse o no querer interaccionar con sus mayores para evitar la posibilidad de contagiarles.

Algunos niños han podido expresar estos miedos al ser conscientes de ellos, pero otros no han sabido identificarlos. Estos últimos han podido mostrar síntomas físicos, como malestar general, cambios en las rutinas del sueño o en los hábitos alimenticios, dolores de cabeza, etc.

En la adolescencia la necesidad principal es la interacción con iguales, el sentimiento de pertenencia al grupo es lo que guía sus acciones. No poder interaccionar con sus amigos les hace sentirse aislados, ignorados… en esta etapa todo es fugaz, o es ahora o se va a perder… “si no veo a mis amigos, van a dejar de serlo” es un pensamiento bastante frecuente.

El no reconocimiento de las figuras de autoridad está muy presente. Las consecuencias más comunes son la rebeldía y la transgresión de las normas. Como en el grupo de edad inmediatamente anterior, la expresión física de las emociones es muy común.

¿Qué hacer ahora?

Hemos vivido un verano atípico. Medidas restrictivas que han hecho que, a pesar de no estar ya en confinamiento, la sensación de falta de libertad sigua presente. Esta es la razón de que las consecuencias aparecidas durante el periodo de encierro permanezcan o incluso comiencen a manifestarse ahora.

Si observamos que hay un cambio en su actitud o en su forma de actuar, debemos prestar atención y acompañar sin juzgar o cuestionar. Lo que están sintiendo es real, aunque los adultos lo veamos desde otra perspectiva. Algunas pautas para ayudar a nuestros niños son:

  • Lo que están experimentando no es algo rotundo ni irreversible. Escuchar, apoyar y acompañar son las claves. Así podremos encontrar una oportunidad para ayudarles a desarrollar habilidades y recursos que necesitan y les serán útiles a lo largo de su vida.

  • La solución no pasa por preocuparse en exceso o ponerse en lo peor. Debemos prestarles la atención debida, actuando según las necesidades del menor y no adelantando consecuencias.

  • Una opción muy válida es que te asesores y te informes. Entender que es un proceso normal y que no actúan así por capricho. Son consecuencias lógicas de la situación que todos estamos viviendo.

  • Plantéate la posibilidad de acudir a una profesional cuando sea necesario. Si tienes dudas, si observas que el estado de ánimo del niño es preocupante, si la ayuda que le prestas no es suficiente, acudir a una psicóloga infantil puede ser el empujón que necesites, tanto tus niños y niñas como para tú. En quiero Psicología tenemos profesionales especializadas en la atención a niños y adolescentes, contáctanos y hablamos.