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Saber decir «basta».

Somos animales sociales, seres que vivimos en tribu, en grupo, necesitamos del otro y por eso buscamos las interacciones relacionales, las relaciones de amistad.

El primer grupo relacional que aparece en nuestra vida es la familia: compartimos nuestros primeros años con ellos, nuestras primeras interacciones, es el espacio protegido en el que experimentamos y adquirimos nuestra forma de relacionarnos.

Más tarde, con la incorporación al colegio, comenzamos a poner en práctica lo aprendido en casa.

Estas primeras relaciones ajenas a la familia, a medida que pasa el tiempo, van ganando terreno compartiendo con nuestros amigos y compañeros gran parte de nuestro ocio, trabajo, actividades.

Todo este tiempo compartido provoca que generemos vínculos de amistad que adquieren mucha importancia.

En ocasiones, estos vínculos llegan a ser más importantes que los familiares o de pareja. Se muestran constantes en nuestro día a día a lo largo de los años, convirtiéndose en fuente de apoyo y escucha mutuos.

Con nuestras amistades encontramos una vía de escape a situaciones vitales que pueden estar estresándonos: dificultades laborales, conflictos con los padres o hermanos, discusiones con la pareja, etc

Sabemos que siempre tendremos un hombro en el que apoyarnos y llorar si es necesario. Donde no nos van a juzgar y se pondrán de nuestro lado, así como nosotros haremos por ellos. Es una concepción de la amistad donde todo es mutuo, recíproco, equitativo… un hoy por ti y mañana por mí.

Qué ocurre cuando la amistad se convierte en un constante “hoy por ti”.

Todos tenemos o hemos tenido una amistad a la que parece que, de forma constante, le están pasando cosas malas. Una persona a la que le sobrepasan sus circunstancias vitales y a la que siempre le sucede algo.

Parece que usan a las amistades como descarga emocional. Por no defraudarles, nos mostramos fuertes y aguantamos el tirón.

Les escuchamos, les apoyamos, les ofrecemos un consuelo que nunca parece ser suficiente. En honor a la amistad que nos une, continuamos impertérritos, afrontando y aguantando.

Es importante tener en cuenta que para mantener una amistad, no debe ser obligatorio recoger toda esa carga emocional que el otro vuelca sobre nosotros.

No al menos de forma constante hasta llegar a ser agotadora.

Si permitimos que esta situación de desequilibrio se mantenga en el tiempo, padeceremos consecuencias directas en nuestro estado anímico y emocional.

Soportar durante un periodo prologando esta sobrecarga, provocará altos niveles de estrés y fatiga emocional cada vez que estemos con esa persona e incluso pudiéndose extender al resto de nuestra vida.

¿Cómo identificar si estás siendo la descarga de alguien?

La amistad es un camino de doble sentido.

Hay veces que somos apoyo para otros, y en otras ocasiones nos apoyamos en nuestros amigos.

No es cuestión de llevar una cuenta de “debe y haber” pero sí es necesario que la relación sea equitativa. Que no sintamos que nos absorben o que nos usan como saco de boxeo o paño de lágrimas exclusiva y constantemente.

La dificultad estriba en saber si la sensación que estamos teniendo es cierta y no dejarnos llevar por el convencionalismo de que en la amistad hay que aguantar.

De hecho, la palabra clave de toda esta cuestión es aguantar.

Cuando aguantamos, estamos haciendo un sobreesfuerzo. Estamos usando más energía, más recursos de los que deberían ser necesarios para mantener una situación.

Estamos tolerando y asumiendo situaciones, casi siempre de manera inconsciente, por miedo a ser abandonados, a no ser aceptados, a no ser queridos. Pero en nuestro fuero interno sabemos que la situación es injusta para nosotros.

Algunas de las señales que nos indican que es el momento de decir “hasta aquí” pueden ser:

  • Sentirte de forma continuada fatigado y cansado cada vez que estás con esa persona o hablas con ella telefónicamente o por mensajes.

  • Evitas estar a solas con esa persona. Buscas quedadas grupales en sitios públicos.

  • Minimizas el tiempo en el que interactúas con él/ella. Por ejemplo, quedas sólo para tomar un café, acortas las conversaciones telefónicas o por mensaje aludiendo responsabilidades de cualquier tipo.

  • Sientes que tienes que hacer acopio de energía antes de un encuentro o llamada con esa persona.

  • Eludes conscientemente hablar de determinados temas, cambias las conversaciones a temas más triviales, generales o superficiales. Evitas preguntar “¿qué tal?” porque ya sabes que la respuesta va a ser negativa.

Si observas alguna de estas señales es el momento de decir “¡para!, ¿qué ocurre aquí?, ¿esta situación está siendo justa para mí?”.

Si la respuesta a esta última pregunta es un ¡no! es el momento de actuar.

Toca hablar con esa persona para comunicarle de manera respetuosa y asertiva que te estás viendo saturado por la situación y que necesitas que se produzca un cambio.

Ahora que lo veo en mi ¿qué busco en el otro?

Además de las señales que podemos ver en nosotros mismos, existen características que vemos en el otro que nos pueden ayudar a averiguar si estamos en una situación en la que debemos decir basta, te mostramos una pequeña clasificación.

– Pesimista por convicción:

Personas que tienen una visión pesimista de la vida, están convencidos de que su perspectiva es la única válida y la transmiten de forma tajante y constante.

Esta perseverancia puede provocar que las personas que le rodean acaben adoptando la misma visión y que siempre centren su atención en los aspectos negativos de las situaciones.

– Catastrofista:

Se trata de personas que ven la vida como una sucesión de inminentes desgracias.

Sienten que están en constante peligro y así lo transmiten a su entorno.

Se muestran incapaces de disfrutar de las situaciones positivas que se presentan, por miedo a que desaparezcan o por la creencia de que ellos no son merecedores.

– Quejica o victimista:

Sus problemas son siempre mucho más importantes que los de los demás.

Se quejan de todo lo que les ocurre, nunca nada bueno.

Son ese tipo de personas que se venden como víctimas de su entorno, de su familia, de su situación familiar o de la sociedad.

– Pusilánime o débil:

Se muestran como seres desvalidos y en los demás generan pena o lástima ya que hacen sentir que sin la ayuda del otro no podrían hacer frente a sus circunstancias vitales.

Dar una segunda oportunidad.

En algún momento de nuestra vida hemos padecido o hemos hecho padecer a alguien situaciones de descompensación en la relación.

Situaciones vitales extremas, rupturas sentimentales, fallecimientos de familiares o personas cercanas, dificultades laborales, económicas, etc.

En estas situaciones, una de las dos personas ha necesitado mayor apoyo durante un periodo prologando de tiempo.

Justo por esto, todos, en alguna ocasión ofrecemos segundas y hasta terceras y cuartas oportunidades.

Debemos tener en cuenta que todos tenemos un límite que si es sobrepasado, puede provocar la modificación radical de nuestra relación.

Cuando sentimos que esa persona está tirando de nosotros de forma continua, sin ofrecer un respiro y sin tener en cuenta que nosotros también estamos viviendo nuestra vida con sus circunstancias, mejores o peores, es momento de poner límites.

Si te encuentras en esta situación y necesitas ayuda para comenzar a establecer tus límites, contáctanos. Estamos para ayudarte.