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¿Cómo encarar nuevos proyectos de cara a Septiembre si no encuentro motivación?

Aunque el calendario no lo marque como un inicio formal, para muchas personas Septiembre se vive como una especie de “nuevo enero”. Las vacaciones (o simplemente el cambio de ritmo del verano) funcionan como una pausa mental que nos permite tomar distancia de lo cotidiano. Y esa distancia a veces genera ganas de cambio o, en ocasiones, un poco de “vértigo”.

Volvemos a la rutina con la idea de reorganizarnos, “ponernos las pilas”, empezar algún proyecto, mejorar hábitos, avanzar en lo que venimos postergando. Pero no siempre sentimos esa energía renovadora que se supone que deberíamos tener. A veces volvemos sintiéndonos igual que antes, o incluso más desconectados, más agotados, o más desorganizados.

Y ahí aparece la tensión: por un lado, sentimos que deberíamos tener motivación, porque septiembre es un buen momento para iniciar cosas. Por el otro, nos enfrentamos a una realidad interna que no siempre acompaña: cansancio acumulado, inseguridad, dudas, frustración por intentos pasados que no funcionaron, o simplemente desánimo.

Empezar nuevos proyectos sin motivación es una realidad para muchas personas, pero existen diferentes maneras de acercarte al cambio: más realistas, más amables y más conectadas con tu momento actual.

Por qué fracasan tantos proyectos en septiembre

Muchas personas empiezan septiembre con buenas intenciones, pero abandonan sus proyectos a las pocas semanas. ¿Por qué sucede esto?

  1. Expectativas poco realistas: Queremos cambiar todo de golpe: comenzar una rutina de ejercicio, reorganizar nuestras finanzas, comer saludable, leer más, trabajar con más foco… todo al mismo tiempo. Pero el cambio real no ocurre de esa manera. Esta sobrecarga de metas solo genera frustración y sensación de fracaso anticipado.
  2. Falta de planificación concreta: Es fácil decir “quiero mejorar mi vida” o “quiero enfocarme más”, pero si no hay una ruta clara y pasos definidos, el entusiasmo inicial se diluye rápidamente. La motivación sin estructura se evapora.
  3. Motivaciones externas y no sostenibles: Muchas veces los proyectos nacen de una presión externa: lo que los demás esperan, lo que las redes sociales promueven, lo que creemos que deberíamos estar haciendo. Pero si no hay un motivo personal auténtico, es difícil sostener el compromiso a largo plazo.
  4. Miedo al fracaso o al juicio: Empezar algo nuevo implica exponerse, salir de la zona de confort, y a veces fallar. El miedo a hacerlo “mal” puede llevar a la parálisis: preferimos no empezar antes que afrontar la posibilidad de no hacerlo perfecto.

¿Qué puedo hacer si no me siento motivado?

La clave es dejar de esperar a que aparezca la motivación perfecta y entender que muchas veces la motivación se construye en el camino, no antes de empezar. Aquí algunas ideas para ayudarte a dar el primer paso:

  • Actuar antes de sentir: No necesitas sentirte motivado para hacer algo. Basta con empezar por una acción pequeña, concreta y accesible. A menudo, la acción genera movimiento interno, no al revés.
  • Buscar un propósito interno: Pregúntate: ¿para qué quiero hacer esto? ¿Qué valor mío se vería reflejado si logro avanzar? Encontrar un sentido profundo, más allá de los resultados inmediatos, ayuda a sostener la constancia.
  • Aceptar la incomodidad inicial: No necesitas estar inspirado para empezar. El cansancio, la inseguridad o la apatía no son señales de que “no es el momento”, sino parte natural del proceso. Aceptarlas con amabilidad puede ayudarte a convivir con ellas sin dejarte frenar.
  • Cuidar el contexto: No todo depende de tu fuerza de voluntad. A veces cambiar el entorno, reducir distracciones, rodearte de personas que te apoyen o simplemente poner límites a lo que te desgasta, puede ser más efectivo que cualquier mantra de motivación.

Cómo hacer una lista de objetivos realistas y alcanzables

Una buena lista de objetivos puede ayudarte a recuperar el foco sin caer en la autoexigencia. Para que funcione, debe ser realista, flexible y conectada contigo. Aquí algunos consejos para diseñarla:

  • Específica: En lugar de “quiero estar más organizado”, di: “voy a usar una agenda para planificar mis tareas los lunes por la mañana”.
  • Medible: Define formas de saber si estás avanzando. Por ejemplo: “leer 20 páginas por semana” en lugar de “leer más”.
  • Ajustada a tu contexto: Considera cuánto tiempo y energía tienes realmente. Un buen objetivo no debería generarte más ansiedad.
  • Flexible: Déjate margen para adaptarte. Si ves que una meta no encaja con tu realidad, no es un fracaso modificarla: es inteligencia emocional.
  • Con ritmo progresivo: Empieza por lo fácil. El avance gradual construye confianza, y la confianza genera motivación.

Un método sencillo: la regla del 3-2-1

Si te cuesta saber por dónde empezar, puedes usar esta plantilla rápida para organizar tu mes:

  • 3 cosas que te gustaría explorar o probar (sin presión de resultados)
  • 2 hábitos que quieres mantener o recuperar
  • 1 objetivo claro y medible que puedas revisar a fin de mes

Este esquema es amable, flexible y ayuda a ordenar sin sobrecargar.

No necesitas tener claridad total ni sentirte al 100% para empezar algo. De hecho, muchas cosas importantes en la vida se empiezan sin garantías, sin certezas, y sin energía abundante.

Lo importante no es lo fuerte arrancas, sino lo amable y constante que puedes ser contigo mismo en el proceso.

Si hoy no te sientes motivado, empieza igual, pero empieza en pequeño. Respeta tu ritmo y tus recursos, y no olvides que el cambio más duradero no se ve desde fuera: se construye desde dentro.

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Cómo afrontar una crisis de pareja en vacaciones

Las vacaciones suelen llegar con grandes expectativas: descanso, disfrute, conexión y tiempo para compartir con la pareja. Sin embargo, ese mismo tiempo extra de convivencia, sumado al cansancio acumulado del año y a las altas expectativas, puede generar discusiones y tensiones. A veces, lo que imaginábamos como días idílicos acaba convirtiéndose en un terreno de fricciones.

Vivir una crisis en vacaciones no significa necesariamente que la relación esté destinada al fracaso. Al contrario, puede ser una señal de que hay aspectos que necesitan revisarse y de que existe la oportunidad de crecer como pareja. La clave está en cómo afrontamos lo que sucede después.

Reconocer lo ocurrido sin dramatizar

El primer paso es poner palabras a lo que pasó. Muchas veces, el silencio o el dramatismo hacen que la situación se agrave. Reconocer lo ocurrido con serenidad ayuda a ponerlo en perspectiva.

En lugar de negar o minimizar lo que sentimos, conviene decir algo como: “Durante el viaje discutimos varias veces por los planes y eso me hizo sentir frustrade y distante”. Nombrar la emoción es más sanador que callarla o transformar la incomodidad en reproches.

Practicar la comunicación asertiva

Cuando hablamos desde la acusación (“nunca haces”, “siempre me ignoras”), el otro se pone a la defensiva. En cambio, hablar en primera persona acerca de cómo nos sentimos abre espacio para que la otra persona pueda escuchar sin sentirse atacada.

Por ejemplo:

  • En lugar de: “Nunca me escuchas”.
  • Decir: “Cuando siento que mis opiniones no cuentan, me frustro y me cuesta seguir disfrutando”.

Asertividad significa expresarse con sinceridad, pero también con respeto. No es callar lo que duele, ni soltarlo de forma hiriente, sino encontrar un equilibrio.

No quedarse atrapadx en el pasado

Después de una discusión, es fácil quedar enganchade al recuerdo de lo que se dijo o hizo. Pero recrear una y otra vez la pelea solo mantiene el conflicto vivo. Lo que ayuda a la pareja es usar el pasado como punto de partida para pensar en el futuro.

Pregúntate:

  • ¿Qué puedo hacer diferente yo para mejorar la comunicación?
  • ¿Qué necesitamos como pareja para evitar repetir este patrón?

Dejar de buscar culpables y pasar a la construcción conjunta es el verdadero cambio de perspectiva.

Poner el foco en soluciones

Quejarse o señalar lo que no funciona es fácil; lo difícil es ofrecer alternativas. Una crisis se resuelve cuando, en lugar de quedarse en el problema, se proponen acciones concretas:

  • “Cuando organicemos actividades, ¿te parece si primero compartimos nuestras ideas por escrito y luego decidimos juntes?”.
  • “Cuando una discusión se tense demasiado, hagamos una pausa de 10 minutos antes de seguir hablando”.

Este tipo de pactos sencillos ayudan a bajar la carga emocional y previenen que los conflictos se repitan.

Recordar lo que sí funciona

En medio de una crisis, es fácil enfocarse solo en lo negativo. Sin embargo, toda relación también tiene puntos fuertes que merecen ser reconocidos. Valorar lo que sí funciona —el apoyo mutuo, la complicidad, los momentos de ternura— ayuda a equilibrar la balanza y a no perder de vista la razón por la que la relación merece la pena.

Un gesto tan simple como decir: “A pesar de la discusión, agradezco mucho cómo me cuidaste en tal momento”, puede ser un recordatorio de que el vínculo no se reduce al conflicto.

Si hace falta, pedir ayuda

Hay discusiones que se resuelven conversando, y otras que muestran patrones más profundos que conviene revisar. En esos casos, buscar apoyo terapéutico individual o de pareja no es un signo de debilidad, sino de compromiso. Un espacio profesional puede ayudar a traducir esos conflictos en aprendizajes y nuevas herramientas de comunicación.

Tener una crisis de pareja en vacaciones no es el fin del mundo. Es una oportunidad para mirar con honestidad lo que está pasando en la relación y decidir cómo queremos seguir construyendo. Con asertividad, soluciones prácticas y un enfoque en el futuro, incluso una discusión dolorosa puede convertirse en un punto de inflexión que fortalezca el vínculo.

Porque, al final, lo importante no es no discutir nunca, sino aprender a reconciliarnos mejor cada vez.

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Volver al trabajo y sentir agobio

¿Cómo afrontar la vuelta a la rutina y reconectar con lo que te apasiona?

Volver al trabajo después de unas vacaciones, una baja o simplemente tras un tiempo de desconexión puede resultar abrumador. Para muchas personas, el regreso a la rutina laboral viene acompañado de ansiedad, desgana e incluso una sensación de vacío o falta de sentido. Pero ¿por qué ocurre esto? ¿Qué podemos hacer cuando sentimos que no queremos volver? Y, más importante aún, ¿cómo podemos recuperar la motivación y encontrar proyectos que realmente nos inspiren?

¿Por qué me siento así al volver al trabajo?

El agobio al regresar a la rutina no es solo una cuestión de pereza o falta de voluntad. Hay varios factores psicológicos que pueden estar en juego:

  • Desconexión entre tus valores y tu trabajo, Si lo que haces a diario no te representa, no te motiva o no te permite crecer, tu mente y tu cuerpo lo notan. El trabajo deja de ser una fuente de realización y se convierte en una carga.
  • Sobrecarga anticipatoria. Solo pensar en los correos acumulados, las reuniones pendientes o los conflictos sin resolver puede generar una ansiedad anticipatoria que te paraliza.
  • Falta de descanso real, A veces “descansamos” sin haber desconectado de verdad. El móvil, las preocupaciones o la culpa por no ser “productivos” pueden impedir una recuperación auténtica.
  • Síndrome postvacacional. Aunque no es un trastorno clínico, este estado de ánimo bajo y falta de energía que puede durar algunos días tras volver al trabajo es más común de lo que parece.

¿Qué problemas me puedo encontrar?

Volver sin motivación o con ansiedad puede tener consecuencias si no se aborda a tiempo:

  • Desmotivación constante: La apatía se convierte en la norma.
  • Bajada del rendimiento: La productividad y la calidad del trabajo se ven afectadas.
  • Problemas físicos y emocionales: Fatiga, insomnio, irritabilidad o síntomas psicosomáticos.
  • Conflictos laborales: Al estar más irritable o desconectado, pueden aumentar los roces con compañeros o superiores.

¿Cómo encontrar proyectos que me apasionen?

No siempre es posible dejarlo todo y empezar de cero, pero sí puedes hacer pequeños movimientos para acercarte a lo que te motiva:

  • Haz una pausa consciente. Pregúntate: ¿qué me gusta hacer? ¿Qué actividades me llenan, incluso fuera del trabajo? ¿Cuándo me siento más conectado conmigo mismo?
  • Revisa tus valores. Identifica tus valores fundamentales (creatividad, libertad, seguridad, impacto, conexión…) y analiza si tu trabajo actual los respeta o contradice.
  • Explora dentro y fuera del trabajo. Tal vez no puedas cambiar de empleo de inmediato, pero sí puedes buscar proyectos paralelos, proponer nuevas ideas en tu equipo o formarte en algo que te motive.

¿Cómo paliar la vuelta a la rutina?

Aquí algunas estrategias prácticas para amortiguar el golpe del regreso:

  • No intentes volver al 100% desde el día uno. Dosifica la carga de trabajo. Prioriza y no te exijas estar “al día” desde el primer momento.
  • Recupera tus rituales. Una taza de café tranquila, caminar al salir del trabajo o escuchar música en el trayecto pueden marcar la diferencia.
  • Agenda momentos agradables. Planea actividades placenteras fuera del horario laboral: cine, ejercicio, una comida con amigos.
  • Habla de cómo te sientes. Compartir tu malestar puede darte alivio y ayudarte a sentirte comprendido.
  • Haz pequeños ajustes. Cambiar el espacio de trabajo, replantear tus objetivos semanales o delegar tareas pueden ser mejoras importantes,

Sentirte agobiado al volver al trabajo no te hace débil ni raro. Es una señal de que algo dentro de ti pide atención. Tal vez necesites descansar más, establecer límites o replantearte tus metas. Lo importante es no ignorar lo que sientes.

Si consideras que no puedes afrontar la vuelta a la realidad, en Quiero Psicología podemos ayudarte.

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No disfruto de las vacaciones: cuando descansar se vuelve una amenaza

Hay personas que cuando llegan las vacaciones sienten alivio, alegría, descanso. Y hay otras que, aunque lo deseen, no pueden disfrutar de ese tiempo. Se sienten inquietas, irritables o incluso culpables. Porque no están haciendo “nada”, porque “pierden el tiempo”, porque no producen. Porque el silencio de la pausa confronta demasiado.

Esto no tiene nada que ver con ser “adictxs al trabajo” o con que “no sepan disfrutar”, como a menudo se les etiqueta. Tiene que ver con un estilo de funcionamiento psicológico que muchas veces ha sido aplaudido: el de las personas autoexigentes, responsables, organizadas. Las que siempre están haciendo algo, aprovechando el tiempo, “sacando rendimiento” a cada minuto.

Detrás de esa dificultad para desconectar hay muchas veces un perfil perfeccionista. Personas con un alto sentido del deber, con dificultades para ponerse límites, con una mirada crítica constante hacia sí mismas. Personas que han aprendido a sentirse valiosas por lo que hacen, no por lo que son. Y entonces, cuando dejan de hacer, aparece el vacío, la incomodidad, la sensación de estar fallando.

En vacaciones, el sistema nervioso intenta entrar en modo reposo, pero la mente no sabe cómo sostener esa calma. Se activa la ansiedad, la culpa, la sensación de que algo se está haciendo mal. El descanso se vuelve incómodo porque no hay objetivos claros, no hay resultados visibles, no hay validación externa.

Este malestar no es caprichoso. Es la consecuencia de un sistema que ha confundido el valor con la productividad, que ha romantizado la hiperactividad y que ha invisibilizado el daño psicológico que puede producir la autoexigencia crónica.

El problema no es el descanso. El problema es que descansar nos pone frente a nuestras propias heridas: el miedo a no valer, a no ser útiles, a no estar haciendo lo suficiente. Y eso no se resuelve con agendas ni con organización. Se resuelve aprendiendo a mirar con compasión esos lugares internos donde se gestó esa necesidad constante de hacer, de rendir, de demostrar.

Las vacaciones no deberían ser una prueba de productividad. Deberían ser un derecho y una necesidad. Pero para muchas personas, el verdadero descanso empieza cuando se permiten la incomodidad de parar. Cuando se dejan de buscar excusas para seguir haciendo. Y se empieza a hacer espacio, poco a poco, para simplemente ser.