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Pacientes insistentes y con apego ansioso

Cómo intervenir sin reforzar la dependencia y favoreciendo el desarrollo y la autonomía.

Muchos terapeutas han experimentado la complejidad de acompañar a pacientes con altos niveles de ansiedad interpersonal: aquellos que envían mensajes entre sesiones, que preguntan reiteradamente si la relación terapéutica está bien, que se angustian si el terapeuta tarda en responder o si una sesión se reprograma. Aunque a veces estas conductas pueden sentirse invasivas o demandantes, en la mayoría de los casos reflejan un patrón emocional profundamente arraigado: un estilo de apego ansioso.

Estos pacientes no son simplemente «dependientes» o “intensos”. Están expresando, a través de su insistencia, un temor profundo a la pérdida del vínculo. Lo que buscan no es atención excesiva, sino aliviar una angustia que sienten como urgente y desbordante. El desafío clínico está en cómo sostener el vínculo con empatía, sin ceder a reforzar patrones que alimentan esa misma ansiedad.

¿Qué significa “apego ansioso” en la práctica clínica?

El apego ansioso se construye muchas veces en historias donde el cuidado fue inconsistente: a veces disponible, a veces no. Como resultado, estos pacientes desarrollan la creencia de que el amor es inestable y que hay que luchar constantemente para mantener la conexión.

En consulta, este patrón se manifiesta con:

  • Necesidad frecuente de confirmación: “¿Qué te parece/qué opinas sobre esto?”, “¿Está bien lo que dije/lo he hecho bien?”.
  • Alta sensibilidad al silencio o al cambio: interpretaciones rápidas de abandono o indiferencia.
  • Dificultad para tolerar pausas, demoras o distancia en la relación terapéutica.
  • Conductas impulsivas para aliviar el malestar: mensajes fuera de sesión, urgencias, audios, alargar las sesiones.

Aunque comprensibles, estas conductas no ayudan a largo plazo. Al contrario, refuerzan el círculo de ansiedad – búsqueda – alivio – ansiedad, generando más dependencia.

¿Por qué no es útil responder a todas las demandas?

Cuando el terapeuta responde siempre de forma inmediata a las demandas (por ejemplo, atendiendo mensajes fuera del horario o modificando frecuentemente el encuadre para evitar angustia), puede estar reforzando sin querer un patrón que perpetúa el malestar:

  • El paciente aprende que solo puede calmarse si el otro responde.
  • Se evita el contacto con el malestar, sin desarrollar herramientas para tolerarlo.
  • La ansiedad aumenta cada vez que el entorno no responde como se espera.

Así, sin buscarlo, el vínculo terapéutico se convierte en una fuente de alivio momentáneo, pero no de crecimiento. La función del terapeuta no es estar siempre disponible, sino ayudar al paciente a tolerar mejor la espera, la incertidumbre y la autonomía emocional.

¿Qué estrategias clínicas se pueden implementar?

Mapear el patrón emocional y relacional

Antes de intervenir, es útil comprender con el paciente qué sucede cuando siente urgencia o temor al abandono:

  • ¿Qué dispara esa ansiedad?
  • ¿Qué interpreta cuando no hay respuesta?
  • ¿Qué siente y cómo actúa en esos momentos?
  • ¿Qué espera que ocurra si contacta inmediatamente?

Explorar estas preguntas permite nombrar el ciclo y empezar a observarlo desde una posición más consciente y menos impulsiva.

Sostener límites con claridad y calidez

Los límites terapéuticos (como no responder mensajes fuera del horario o no extender sesiones) no son castigos. Son parte del marco de trabajo y, correctamente planteados, pueden ser contenedores de la ansiedad.

Frases útiles para comunicar límites sin invalidar:

  • “Entiendo que fue difícil esperar. Me alegra que hayas traído eso a sesión para pensarlo juntos.”
  • “No siempre podré responder fuera de horario, pero eso no significa que no me importe tu malestar.”

Este tipo de respuestas reconocen la emoción sin reforzar la conducta impulsiva, favoreciendo formas más saludables de conexión.

Fortalecer recursos internos para la autorregulación

El objetivo no es que el paciente deje de sentir angustia o necesidad, sino que pueda atravesar esos estados sin quedar atrapado en ellos ni depender exclusivamente de otro para calmarse.

Estrategias posibles:

  • Identificar pensamientos repetitivos que intensifican la ansiedad.
  • Desarrollar autoinstrucciones: frases internas de calma y contención.
  • Técnicas de respiración, escritura o distracción que ayuden en momentos críticos.
  • Acordar planes de acción para situaciones entre sesiones (por ejemplo, esperar un tiempo antes de actuar, registrar la emoción, anticipar que será tema de la próxima sesión).

Reforzar cada avance, por pequeño que sea

Cuando un paciente logra no escribir fuera de sesión, tolera una espera, o puede expresar su angustia en vez de actuarla, es importante reconocerlo:

“Eso que hiciste requiere un gran esfuerzo. Lo que antes necesitabas resolver en el momento, ahora lo pudiste sostener hasta que lo hablemos juntos.”

El refuerzo positivo de estas pequeñas victorias fortalece su sentido de eficacia y aumenta su autoestima.

Los pacientes con apego ansioso no necesitan más respuestas inmediatas. Necesitan experiencias relacionales que les muestren que el vínculo puede sostenerse sin urgencia, que su malestar puede ser sentido sin que se desborde, y que pueden contar con otro sin tener que pedirlo a gritos.

Como terapeutas, nuestra tarea no es calmar cada vez que se enciende la alarma, sino acompañar a que esa alarma pierda poder. No se trata de dejar al paciente solo, sino de ayudarle a descubrir que puede estar consigo mismo sin desmoronarse.

Un vínculo seguro no es uno sin ansiedad, sino uno donde la ansiedad puede ser pensada, sostenida y transformada.

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Bullying por homofobia

El bullying por homofobia es una experiencia profundamente dañina que deja cicatrices emocionales a largo plazo. No se trata solo de burlas o agresiones físicas; es una forma de violencia sostenida que ataca la identidad misma de la persona, afectando su autoestima y autoimagen incluso en la adultez.

¿Por qué es un trauma complejo?

Hablamos de trauma complejo cuando una persona sufre abuso o violencia de manera continuada, especialmente en etapas de desarrollo como la infancia y adolescencia. En el caso del bullying por homofobia, el daño es muy profundo porque:

  • Ataca la identidad: No es solo rechazo por una acción o característica, sino por el ser mismo de la persona.
  • Aísla y silencia: Muchas víctimas sienten que no pueden pedir ayuda por miedo al juicio social o familiar.
  • Refuerza la vergüenza y el miedo: La violencia sistemática hace que la persona internalice mensajes negativos sobre su orientación sexual.

Impacto en la autoestima y autoimagen en la adultez

Las heridas emocionales del bullying por homofobia pueden manifestarse de diversas formas en la adultez, incluyendo:

  • Autoconcepto deteriorado: La persona puede desarrollar una percepción negativa de sí misma, sintiéndose inadecuada o defectuosa.
  • Miedo al rechazo: Puede haber dificultades para establecer relaciones afectivas por temor a ser lastimadx nuevamente.
  • Hipervigilancia y ansiedad: La constante exposición a la violencia en la infancia puede generar inseguridad y miedo en entornos sociales.
  • Autocensura o disociación: Algunas personas reprimen aspectos de su identidad para evitar confrontaciones, lo que puede generar depresión y falta de autenticidad.

Sanar es posible

El primer paso para sanar es reconocer que el dolor no es culpa de quien lo sufrió. La terapia psicológica, el apoyo de comunidades LGBTQ+ y la construcción de espacios seguros pueden ayudar a reconstruir la autoestima y vivir con autenticidad.

El bullying por homofobia es una herida profunda, pero, con el tiempo, acompañamiento y resiliencia, es posible recuperar la confianza y el amor propio. Nadie debería sentir vergüenza por ser quien es. 

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Síntomas del Abuso Sexual Infantil (ASI)

El ASI es profundamente traumático y afecta a millones de niños y niñas en todo el mundo. Este tipo de abuso presenta sintomatología psicológica, física y conductual aguda y a medio-largo plazo. A continuación, se exponen los principales síntomas asociados al ASI, cómo se manifiestan en diferentes edades y qué hacer ante la sospecha de abuso.

Síntomatología psicológica

  • Ansiedad y miedo: lxs niñxs que han sido abusados sexualmente suelen vivir con un miedo constante. Este miedo puede estar dirigido hacia el abusador o hacia situaciones que les recuerden el abuso. También pueden desarrollar fobias o ansiedad generalizada, incluyendo temor excesivo a la oscuridad, a quedarse solxs o a ciertas personas.
  • Depresión y tristeza persistente: el abuso sexual infantil a menudo provoca sentimientos intensos de tristeza, desesperanza y vacío. Algunxs niñxs pueden presentar síntomas de depresión, como pérdida de interés en actividades que solían disfrutar, irritabilidad o irascibilidad, cambios en el apetito, enuresis nocturna o problemas de sueño.
  • Baja autoestima y culpa: muchxs niñxs internalizan el abuso creyendo que es culpa suya o que de alguna manera lo merecen. Esto puede llevar a un deterioro de la autoestima, sentimientos de vergüenza tóxica y una percepción negativa de sí mismxs.
  • Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT): el ASI puede desencadenar síntomas de TEPT, como:
    • Flashbacks o recuerdos intrusivos del abuso.
    • Pesadillas recurrentes.
    • Evitación de personas, lugares o situaciones que recuerden el trauma.
    • Hipervigilancia, sobresaltos fáciles y sensación constante de peligro.
    • Trastornos del sueño.

Síntomas conductuales

El comportamiento puede ser una ventana hacia su mundo emocional. Los síntomas conductuales asociados al ASI incluyen:

  • Regresión en el desarrollo: niñxs pequeñxs pueden regresar a comportamientos más propios de edades anteriores, como mojar la cama, chuparse el dedo o aferrarse excesivamente a lxs cuidadorxs.
  • Cambios drásticos en el comportamiento.
  • Agresividad inusual o comportamiento desafiante.
  • Aislamiento social o pérdida de interés en interactuar con amigxs o familiares.
  • Aparición de conductas sexualizadas inapropiadas para su edad como lenguaje sexual explícito, juegos sexuales con otrxs niñxs o curiosidad extrema por temas sexuales.
  • Conductas autodestructivas: en niñxs mayores o adolescentes, el abuso puede conllevar:
    • Autolesiones como cortarse o quemarse.
    • Abuso de sustancias como alcohol o drogas.
    • Comportamientos temerarios o de riesgo, incluyendo actividades sexuales inadecuadas.
  • Dificultades escolares: disminución en el rendimiento académico, problemas de concentración, evitación de la escuela o aumento en las ausencias injustificadas.

Sintomatología física

Aunque los síntomas psicológicos y conductuales son más comunes, algunos signos físicos pueden ser indicativos de abuso sexual:

  • Dolor, irritación o lesiones en el área genital.
  • Infecciones de transmisión sexual (ITS) en niñxs.
  • Dolor inexplicable en el abdomen o en otras partes del cuerpo.
  • Alteraciones en el sueño, como insomnio o pesadillas frecuentes.
  • Alteraciones físicas de cualquier índole sin etiología clara.

Factores que influyen en los síntomas

La forma en que los síntomas se manifiestan puede variar según diversos factores:

  • Edad del niñx: lxs niñxs más pequeñxs pueden mostrar síntomas más conductuales, mientras que los adolescentes pueden expresar el trauma a través de conductas autodestructivas.
  • Duración del abuso: un abuso prolongado tiende a generar síntomas más graves y persistentes.
  • Relación con el abusador: si el abusador es alguien cercano, como un familiar, las secuelas suelen ser más intensas debido a la traición de confianza.
  • Apoyo recibido: lxs niños que cuentan con un sistema de apoyo sólido pueden manejar mejor los síntomas que aquellxs que enfrentan el trauma en aislamiento.

Detectar estas señales es crucial para intervenir de manera temprana y brindar el apoyo necesario a las víctimas.

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La falsa imagen de la «familia feliz»

En muchas culturas, la familia es retratada como un núcleo de amor incondicional y apoyo mutuo. Sin embargo, para millones de personas, esta idealización contrasta con una realidad marcada por conflictos, críticas, manipulación o incluso abuso. La presión social para mantener la apariencia de una familia «feliz» puede hacer que las personas minimicen su sufrimiento y, lo que es peor, se sientan culpables por tener pensamientos negativos hacia sus propios familiares.

Familias tóxicas: Características comunes

Aunque cada familia tiene dinámicas únicas, hay ciertos patrones de comportamiento que suelen caracterizar a las familias tóxicas:

  1. Control excesivo: Se ignoran los límites individuales, y las decisiones importantes se toman sin consultar al miembro afectado.
  2. Manipulación emocional: Los miembros utilizan la culpa, el chantaje emocional o la victimización para obtener lo que desean.
  3. Críticas constantes y desprecio: Minimizar logros, hacer comentarios hirientes o descalificar las emociones de los demás.
  4. Abusos: El maltrato, del tipo que sea, es una forma clara de toxicidad.
  5. Rivalidades y favoritismo: Comparar a los hijos entre sí o fomentar rivalidades que fragmentan la unidad familiar.
  6. Negación de los problemas: Las dinámicas tóxicas suelen justificarse o ignorarse, lo que perpetúa el daño.

Impacto psicológico de las familias tóxicas

Vivir en un entorno familiar tóxico puede tener efectos duraderos en la salud mental y emocional.

Baja autoestima: Las críticas constantes y la falta de validación emocional pueden hacer que las personas se sientan inadecuadas.

Ansiedad y depresión: La toxicidad familiar puede generar un estrés crónico que afecta la salud mental.

Dificultades en las relaciones futuras: Las dinámicas familiares disfuncionales suelen influir en cómo las personas establecen y mantienen relaciones con amigos, parejas o compañeros.

Sentimiento de culpa: La presión cultural y familiar puede hacer que las personas se sientan responsables por los conflictos, incluso cuando no lo son.

Cómo gestionar la toxicidad familiar

Reconocer que una familia es tóxica puede ser difícil, pero es el primer paso hacia el cambio.

Reconocer y Aceptar la Realidad

     El primer paso es admitir que la familia tiene patrones tóxicos. Identificar los comportamientos problemáticos, como críticas destructivas o manipulación emocional.

    Reconocer cómo estos patrones afectan tu bienestar físico y emocional y entender que admitir la toxicidad no significa que no quieras a tu familia, sino que estás priorizando tu salud mental.

    • Gestionar la Culpa

    Reformula la narrativa: Cambia el enfoque de «Estoy traicionando a mi familia» a «Estoy cuidando de mí mismo» y valida tus emociones.

    • Establecer Límites Claros

    Definir qué comportamientos no estás dispuesto a tolerar, como críticas constantes o invasión de privacidad y comunicarlos de manera asertiva pero respetuosa.

    • Evaluar la Necesidad de Distancia

    En algunos casos, mantener distancia física o emocional de ciertos miembros de la familia puede ser necesario. Esto no significa necesariamente cortar lazos para siempre, sino crear espacio para cuidarte. Comunica tu decisión con claridad y calma y prioriza tu bienestar sin sentir la necesidad de justificarte.

    • Construir una Familia Elegida

    Independientemente de que la familia biológica no cumpla un rol de apoyo no, es beneficioso construir relaciones significativas con amigos, colegas o comunidades que compartan tus valores. Estas «familias elegidas» pueden proporcionar el amor y la estabilidad que necesitas.

    • Buscar Apoyo Terapéutico

    En algunos casos, además de todo lo anterior también sería necesario pedir ayuda profesional. En Quiero Psicología podemos ayudarte a procesar las emociones difíciles, como la culpa, la ira y el duelo, identificar patrones familiares dañinos y ver cómo te afectan en tu día a día y finalmente desarrollar habilidades para establecer límites y tomar decisiones alineadas con tus valores.

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    ¿Por qué se oculta el abuso sexual infantil (ASI)?

    El abuso sexual infantil (ASI) es una de las experiencias más devastadoras que un ser humano puede enfrentar, especialmente durante las etapas más vulnerables de su desarrollo. Este acto traumático deja profundas cicatrices psicológicas, emocionales y sociales que pueden acompañar a la persona a lo largo de su vida.

    ¿Por qué se oculta?

    El ASI se oculta con frecuencia por una combinación de factores psicológicos, sociales y culturales que perpetúan el silencio. Entender por qué ocurre es fundamental para romper el ciclo de abuso y proteger a las víctimas.

    Temor y amenazas por parte del perpetrador

    Muchos abusadores utilizan amenazas o manipulación emocional para garantizar el silencio de la víctima. Estas amenazas pueden incluir: daño físico o emocional a la víctima o a sus seres queridos; advertencias de que nadie les creerá si hablan; aislamiento emocional haciendo que la víctima sienta que no tiene a quién acudir.

    Vergüenza y culpa de la víctima

    Las víctimas de ASI, especialmente lxs niñxs, suelen sentirse responsables del abuso, aunque no lo sean. Esta culpa se origina porque los perpetradores pueden manipularlos para que crean que ellxs provocaron la situación, o porque lxs niñxs no entienden la dinámica de poder involucrada. Además, la vergüenza asociada a un tema tan íntimo hace que muchas víctimas prefieran callar antes que enfrentar la posible humillación.

    Normalización o confusión

    En algunos casos, el abuso ocurre en un contexto en el que la víctima no entiende que lo que está ocurriendo es incorrecto. Esto es especialmente común cuando el abuso comienza a edades tempranas o si el abusador es alguien en quien confían profundamente. Las víctimas pueden confundir el abuso con expresiones de afecto, lo que dificulta que lo denuncien.

    Factores culturales y sociales

    En muchas sociedades, hablar abiertamente sobre temas relacionados con la sexualidad sigue siendo un tabú, lo que dificulta que las víctimas encuentren un espacio para expresarse. Las víctimas temen ser juzgadas, etiquetadas o discriminadas si revelan el abuso.

    Dinámicas familiares

    Cuando el abuso ocurre dentro del entorno familiar, el silencio es más común debido a:

    • Protección del abusador: otrxs miembros de la familia pueden minimizar o encubrir el abuso para evitar conflictos o proteger la «reputación» de la familia.
    • Dependencia económica o emocional: si el abusador es un sostén económico o emocional importante, algunxs miembros de la familia pueden preferir ignorar el abuso.
    • Miedo a desintegrar la familia: las víctimas temen que al hablar provoquen rupturas familiares irreparables.
    • Falta de confianza en las autoridades.

    En muchos casos, las víctimas no denuncian el abuso porque no confían en que las autoridades tomarán medidas efectivas o porque temen represalias. Esto puede deberse a experiencias previas de impunidad en casos similares; temor a procesos legales largos y re-traumatizantes; inexistencia de un sistema de apoyo para proteger a las víctimas;

    Internalización del silencio por parte de la sociedad

    La sociedad misma, al no fomentar un entorno seguro y abierto para hablar sobre el abuso, refuerza la cultura del silencio. Frases como «no hables de eso» o el escepticismo hacia las denuncias crean barreras adicionales para que las víctimas se expresen.

    Desconocimiento infantil

    En el caso de lxs niñxs, muchas veces no tienen el lenguaje o la comprensión necesarios para describir lo que les ha sucedido. Pueden sentir que algo está mal, pero no saben cómo explicarlo o a quién acudir.

    ¿Cómo romper el silencio?

    Para combatir este silencio es necesario:

    • Promover la educación sexual desde temprana edad: enseñar a lxs niñxs a identificar comportamientos inapropiados y a buscar ayuda.
    • Crear redes de apoyo confiables: garantizar que las víctimas tengan acceso a espacios seguros para hablar sin temor a ser juzgadas.
    • Capacitar a lxs adultos: padres, madres, profesorxs y profesionales deben aprender a detectar señales de abuso y responder de manera adecuada.
    • Desafiar los tabúes sociales: hablar abiertamente sobre el ASI y sus consecuencias ayuda a desestigmatizar el tema.

    El silencio es una de las mayores armas del abuso sexual infantil. Romperlo requiere valentía de las víctimas pero también un esfuerzo colectivo de la sociedad para crear un entorno donde el apoyo y la justicia sean accesibles para todos.

    Y si por fin, tú o tu ser querido ha podido romper este tabú y ha podido contar lo que ha sufrido, desde Quiero Psicología podemos ayudarlo.

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    La figura del padre

    La figura del padre en la sociedad es un concepto que ha evolucionado a lo largo del tiempo y varía significativamente entre diferentes culturas y contextos sociales. En el contexto de los mandatos del heteropatriarcado para los hombres, y especialmente en el papel de padre, pueden identificarse algunos aspectos que reflejan expectativas y presiones sociales:

    Rol proveedor principal: A menudo se espera que los hombres asuman el papel de proveedores económicos principales para la familia, lo que implica tener una carrera exitosa y generar ingresos suficientes para mantener a la familia.

    Autoridad y control: Existe la expectativa de que los hombres ejerzan autoridad y control en el hogar, tomando decisiones importantes y estableciendo reglas y límites para los hijos.

    Emoción reprimida: En muchos contextos, a los hombres se les enseña a reprimir emociones consideradas «femeninas» o «débiles», lo que puede dificultar la expresión de afecto y la conexión emocional con los hijos.

    Fuerza y valentía: Se espera que los hombres muestren fortaleza física y valentía, tanto en la protección de la familia como en la resolución de problemas.

    Distanciamiento de las tareas domésticas y el cuidado de los hijos: Históricamente, se ha asociado el cuidado de los hijos y las tareas domésticas con las mujeres, lo que a menudo lleva a que los hombres no se involucren tanto en estas áreas o que lo hagan de manera limitada.

    Normas de masculinidad tóxica: El heteropatriarcado puede fomentar normas de masculinidad tóxica, como la agresividad, la competitividad excesiva y la represión emocional, que pueden afectar negativamente la relación de los hombres con sus hijos y su pareja.

    Expectativas de éxito profesional: A los hombres se les puede presionar para alcanzar altos niveles de éxito profesional como medida de su valía y masculinidad, lo que puede llevar a un desequilibrio entre el trabajo y la vida familiar.

    Este conjunto de normas, valores y expectativas sociales que promueven la heterosexualidad como la orientación sexual «normal» y privilegian el poder y la autoridad de los hombres sobre las mujeres en la sociedad, tienen una serie de consecuencias en los hijos.

    Consecuencias en los hijos

    Algunas de estas consecuencias incluyen:

    Limitación de la expresión emocional: Los hijos pueden verse afectados por la enseñanza de normas de masculinidad que promueven la represión de algunas emociones como hemos comentado anteriormente, dando lugar a problemas como depresión entre otras.

    Perpetuación de roles de género tradicionales: El mandato del heteropatriarcado puede reforzar expectativas rígidas sobre los roles de género, limitando las opciones y oportunidades de los hijos en función de su sexo asignado al nacer. Por ejemplo, se espera que los hijos varones sean fuertes, dominantes y proveedores, mientras que se espera que las hijas sean sumisas, cuidadoras y dependientes.

    Dificultades en las relaciones interpersonales: La socialización basada en el heteropatriarcado puede dificultar que los hijos desarrollen relaciones interpersonales saludables y equitativas. Pueden surgir problemas como la falta de habilidades de comunicación, dificultades para establecer relaciones de igualdad y respeto, y tendencias hacia comportamientos dominantes o sumisos en las relaciones.

    Presión para alcanzar ciertos estándares de masculinidad: Los hijos pueden enfrentar una presión considerable para cumplir con ciertos estándares de masculinidad, lo que puede llevar a sentimientos de inseguridad, baja autoestima y estrés por no poder cumplir con estas expectativas.

    Dificultades para desarrollar empatía y habilidades sociales: Esta socialización puede limitar las oportunidades de los hijos para desarrollar empatía y habilidades sociales al enfatizar la competencia y la dominación sobre la conexión emocional y la colaboración.

    Reproducción de comportamientos sexistas: Los hijos pueden internalizar y reproducir actitudes y comportamientos sexistas aprendidos en el entorno familiar y social, lo que perpetúa la desigualdad de género y la discriminación hacia las mujeres y otras identidades de género.

    Por todas estas razones, es fundamental cuestionar y desafiar estas normas para promover una paternidad más inclusiva, empática y equitativa. Los hombres también deben tener la libertad de expresar emociones, participar plenamente en el cuidado de los hijos y las tareas domésticas, y buscar un equilibrio saludable entre el trabajo y la vida familiar.

    Si crees que te han afectado estas consecuencias en Quiero Psicología te podemos ayudar.

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    ¿Qué es la empatía?

    La empatía podría definirse como un fenómeno que involucra tanto procesos emocionales como cognitivos. Desde una perspectiva psicológica la empatía es más que un acto de comprensión: es un proceso dinámico que nos permite experimentar y comprender las emociones de lxs demás.

    Desde una perspectiva evolutiva, la empatía se desarrolla a lo largo de la vida. En la infancia, lxs niñxs comienzan a reconocer y responder a las señales emocionales de lxs demás, un precursor crucial para el desarrollo de habilidades empáticas más complejas en la adolescencia y la edad adulta.

    La psicología del desarrollo destaca la importancia de cultivar la empatía desde esta etapa más temprana.

    A través de la socialización y el ejemplo de sus cuidadores, lxs niñxs aprenden a reconocer y responder a las emociones de otrxs. Esta habilidad es crucial para el desarrollo de relaciones saludables a lo largo de la vida. Así mismo, la empatía juega un papel fundamental en las relaciones.  Al comprender las emociones y necesidades de las personas que nos rodean se fortalece la conexión emocional. La empatía crea un espacio donde la comunicación es más abierta y donde las diferencias pueden abordarse con comprensión y respeto.

    ¿Qué partes tiene la empatía?

    La empatía tiene una parte cognitiva y una parte emocional.

    La parte más cognitiva implica la capacidad de comprender las emociones y perspectivas de lxs demás desde un punto de vista intelectual. Es la habilidad de ponerse en el lugar de la otra persona y comprender sus pensamientos y sentimientos.

    La parte emocional va más allá de la comprensión intelectual e implica compartir las emociones de otra persona. Es la capacidad de sentir simpatía o compasión, conectándose emocionalmente con la experiencia.

    La psicología ha explorado la base neurobiológica de esta emoción revelando la activación de regiones cerebrales específicas durante este proceso. La corteza cingulada anterior y las neuronas espejo desempeñan un papel crucial al permitirnos experimentar de manera vicaria las emociones de lxs demás. Así pues, aunque la empatía es un recurso valioso, también presenta desafíos.

    La fatiga empática, la dificultad para manejar las emociones intensas de otrxs y la posibilidad de sobreidentificación son aspectos a considerar. Desde este lugar es fundamental saber establecer los límites saludables para preservar nuestro bienestar emocional.

    Si empatizar con el otro te desborda, o acabas tú peor que ellxs quizá te suceda alguna de estas cosas.

    ¿Y si alguien no es empático?

    No obstante, aunque la empatía es fundamental para entender y compartir las emociones de lxs demás, no siempre florece de manera equitativa. La falta de empatía se manifiesta cuando una persona tiene dificultades para comprender o compartir las emociones de otras personas. Puede variar yendo desde una simple desconexión emocional hasta la incapacidad completa de reconocer o responder adecuadamente a las experiencias emocionales de otrx.

    Las causas de la falta de empatía son diversas y complejas. Factores como la genética, experiencias traumáticas en la infancia, trastornos de personalidad y entornos familiares disfuncionales pueden contribuir a esa incapacidad de conexión emocional. Esta falta de empatía a menudo tiene sus raíces en la infancia. Niñxs que experimentan negligencia emocional o algún tipo de abuso pueden tener dificultades para desarrollar habilidades empáticas. Por otro lado, algunos trastornos psicológicos como el trastorno antisocial de la personalidad, el trastorno narcisista, la psicopatía o trastornos del espectro autista (TEA) están asociados también con la falta y/o ausencia de empatía. La comprensión de estos trastornos desde una perspectiva clínica es crucial para abordar las barreras emocionales que presentan.

    En ese sentido, la falta de empatía puede generar desafíos significativos en las relaciones interpersonales. La incapacidad para comprender las emociones y necesidades de otras personas puede conducir a la incomunicación, malentendidos, conflictos y una profunda sensación incomprensión y soledad. Las conexiones afectivas pueden debilitarse, afectando la calidad de las relaciones y generando consecuencias a nivel social.

    Por todo ello, en psicología clínica se busca abordar la falta de empatía mediante intervenciones y tratamientos especializados a través de terapias cognitivo-conductuales, sistémicas, programas de desarrollo de habilidades sociales y enfoques terapéuticos centrados en la empatía que pueden ser herramientas valiosas para trabajar esta dificultad emocional.

    Si sientes que se te escapan claves de la empatía, que te han dicho muchas veces que eres egoísta pero no sabe por qué, quizá te podría venir bien explorar qué te está ocurriendo, en Quiero Psicología te podremos ayudar.

    Negligencia emocional en la infancia

    Existen muchos tipos de negligencia. Algunos de tipos de negligencia más significativos para la sociedad son los que tienen que ver con algo más visual, como el maltrato físico y la carencia de materiales o alimentos, dejando a los niños casi en la inanición. Sin embargo, existe otro tipo de negligencia bastante habitual en muchas familias, la negligencia emocional.

    ¿A qué nos referimos con negligencia emocional?

    A la incapacidad que tienen los progenitores o contexto y núcleo principal donde se desarrolla el menor, de responder adecuadamente a las necesidades emocionales. Es un tipo de negligencia muy peligrosa, ya que, no es visible y tienen consecuencias muy importantes a largo plazo.

    Es importante identificar la diferencia con el abuso, pues este ocurre de manera totalmente deliberada entendiendo que va a haber un perjuicio. En la negligencia puede ocurrir que las figuras de cuidador del menor no interpreten sus necesidades a nivel emocional y acaben descuidadas.

    Un ejemplo claro, sería cuando un niño esta sufriendo algún tipo de acoso en la escuela y los padres consideran que es un juego de niños, a veces, se hace con la intención de quitar hierro al asunto y evitar que el niño sufra, sin embargo, no validar sus emociones y no proporcionarle apoyo en ese momento con el tiempo el niño aprenderá a que sus emociones no son importantes y dejen de buscar ayuda y consuelo.

    Es necesario conocer la sintomatologia más que puede llegar a mostrar un niño en caso de sufrir negligencia emocional:

    • Tristeza
    • Ansiedad
    • Apatía
    • Problemas de aprendizaje
    • Hiperactividad
    • Falta de atención
    • Evitar la cercanía emocional con sus iguales.

    Si no se interviene en ese momento, pueden haber consecuencias en la vida adulta, que se caracterizan principalmente en no pedir ayuda, incapacidad para tener intimidad con otras personas, problemas a la hora de sentirse satisfecho emocionalmente, etc.

    ¿Cómo podemos trabajar la negligencia emocional?

    Terapia:

    Un terapeuta puede enseñar a los niños a identificar, expresar y aceptar las emociones que tengan en un contexto seguro donde se validaran los sentimientos que puedan experimentar, así como también aprenderán a gestionarlos.

    Terapia familiar:

    La terapia familiar es una de las mejores opciones para tener una dinámica emocional adecuada en casa y mantenerlo en el tiempo. Un terapeuta puede ayudar a comprender la importancia de una adecuada gestión emocional. La intervención temprana puede modificar y corregir los comportamientos que puedan estar relacionados con la negligencia emociona.

    Clases para padres:

    Los padres que descuidan las necesidades emocionales de sus hijos podrían beneficiarse de las escuelas para padres. Estos cursos ayudan a los padres y cuidadores a aprender las habilidades necesarias para reconocer, escuchar y responder a las necesidades emocionales del niño.

    ¿Qué podemos hacer como padres?

    Como padres se tienen grandes responsabilidades y es importante estar atentos a las demandas emocionales, observar los gestos del día a día de los niños y darles las respuestas necesarias, demostrando que sus experiencias, emociones y sentimientos importan y pueden buscar ayuda siempre que les sea necesario y buscando ese apoyo y refugio.

    Si quieres que nosotras seamos la mano experta que te acompañe estaremos encantadas de acompañarte en este proceso.

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    Fertilidad: creencias y emociones asociadas

    Tener hijos parece ser uno de los hitos vitales más normalizados e instaurados socialmente, especialmente si resulta que tienes un aparato sexual femenino. Sea una meta internalizada o un deseo que se tiene, muchas personas tienen dificultades en cada paso del proceso; desde la decisión, pasando por la concepción y hasta la crianza de los hijos. Uno de los momentos que suelen crear más emociones desagradables como son la ansiedad, la frustración o la tristeza es la concepción. Este momento que implica una gran inversión física y psicológica está plagado de muchas creencias erróneas que suponen un gran impacto emocional, y que exploraremos a continuación.

    “Un embarazo es fácil de conseguir”:

    Esto es una creencia falsa, en la que se generaliza, simplifica e idealiza un proceso tan complejo que, literalmente, nos da la vida. Un embarazo depende de muchos factores y condiciones, y es diferente para cada persona, no podemos basarnos en tópicos y apariencias muy edulcoradas en las redes sociales y círculos cercanos. Cuando una persona quiere tener hijos biológicos, parece evidente que los demás lo consiguen con facilidad y uno mismo, no.

    No olvidemos el poder de dos fenómenos psicológicos: la atención selectiva, es decir la capacidad para centrar nuestra atención en un estímulo especifico y “dejar fuera” los demás (por ejemplo, si buscamos un embarazo, ya solo vemos personas embarazadas por todas partes); y el sesgo de confirmación, que es un prejuicio de pensamiento, mediante el cual se busca información que confirma lo que pensamos (por ejemplo, “los demás lo consiguen antes que yo” porque me fijo solo en las personas que tienen embarazos avanzados – sin saber cuántas personas podrían estar en el proceso o en un embarazo muy temprano).

    “No puedo hablarlo con nadie”:

    A lo anterior, se le añade que no es sencillo abrirse ante los demás sobre el proceso de fecundación, y muchas veces, después de conseguir el embarazo, muchas personas prefieren dejar atrás el doloroso proceso.

    Por ello, se suele desconocer el número real de personas que tienen dificultades con la fecundación, pero cada vez más personas recurren a tratamientos de reproducción asistida como Fecundación in Vitro, ovodonación, etc. Es muy positivo tener apoyo psicológico durante el proceso y contar con un grupo de apoyo que pueda estar pasando o haya pasado por una situación similar. 

    También es importante poner límites: si no quieres que te pregunten, quieres compartir el proceso solo con unas personas que elijas, estás en tu pleno derecho.

    “Cuando me relaje/menos lo espere, me quedaré embarazada”:

    Es cierto que un nivel de estrés muy elevado puede influir en la ovulación por un desajuste hormonal, pero este tipo de frases aumentan la sensación de culpa o responsabilidad, siendo el estrés una emoción ocasionalmente inevitable. Es bueno continuar con nuestros hábitos y otras metas que tengamos para mantener nuestro estado de ánimo y tranquilidad: podemos cuidarnos a nosotros y nuestras relaciones, favorecer el proceso con una buena alimentación y ejercicio, etc., pero no podemos paralizar toda nuestra vida, ya que eso ejerce mucha más presión y estrés, de no ser tan fácil como esperábamos.

    “Yo soy el problema”:

    La frustración en un proceso de fecundación suele llevar a sentimientos de inseguridad y culpa, especialmente en la persona que pretende embarazarse. Es un proceso que ya hemos descrito como sensible y muy complejo.

    La realidad es que, en casos de infertilidad, se achacan el 40% de los casos al factor masculino, otro 40% al factor femenino, un 10% de casos se debe a factores combinados de ambos y el 10% restante a causas desconocidas. No podemos negar la realidad biológica en la que la reserva ovárica se reduce a partir de los 35 años, pero las condiciones de los espermatozoides también pueden verse afectados.

    No se trata de buscar responsables, sino de poder explorar causas para elegir el método más efectivo para lo que esté sucediendo.

    Una consulta a un especialista, donde se puedan explorar todos los factores, es esencial cuando las dificultades se estén dando, para poder también romper mitos como “cuantas más relaciones sexuales mejor” o “esta postura asegura el embarazo”. Se recomienda que esa consulta pueda hacerse después de un período de 6 meses o un año de intentos, según la edad de la mujer.

    Si te encuentras con dificultades, antes, durante o después de este proceso, en Quiero Psicología, estaremos encantadas de acompañarte y apoyarte con las herramientas que necesites.

    qué-es-la-parentalización

    ¿Qué es la parentalización?

    La parentalización o parentificación es un proceso donde, a raíz de diferentes circunstancias, el hijo ha de hacerse responsable de sus propios padres. Esto provoca una inversión de roles, el niño pasa a desempeñar la figura paterna, responsabilizándose y cuidando de sus progenitores.

    Formas de la parentalización:

    La parentalización puede darse a través de múltiples formas:

    • Emocional: Existen padres con dificultades para regular sus emociones, que tienden a delegar la toma de decisiones relevantes en sus hijos ante su falta de estrategias de afrontamiento. Estos hijos, desde los primeros años de vida, tienden a hacer de sostén emocional, a cuidar la salud mental de sus padres o incluso ejercen de mediadores entre las disputas de sus progenitores.
    • Económica: Se trata de niños o adolescentes que han de hacer frente a gastos económicos para sostener a la familia porque sus padres se encuentran en situación de desempleo o sufren de alguna alteración que les impide trabajar. Estos menores o bien han de combinar la escuela con un trabajo, o en los peores casos, acaban abandonando sus estudios.
    • Instrumental: Estos niños se encargan de realizar las tareas domésticas como la limpieza del hogar, la compra, cocinar, llevar a sus hermanos menores al colegio, etc.

    ¿Por qué ocurre?

    La parentificación tiene lugar cuando nos encontramos con padres que carecen de habilidades de afrontamiento y de regulación emocional suficientes para manejar sus propios estados mentales, y por tanto, para también responder a las de sus hijos.

    Cuando un progenitor no es capaz de empatizar con las necesidades individuales que tiene su hijo ni presenta la capacidad para poder responder adecuadamente a sus demandas, se da un cuidado negligente. ¿Qué quiere decir esto? Que las necesidades del niño no se reconocen correctamente o se ignoran.

    A consecuencia, el niño desarrolla diferentes estrategias a modo de supervivencia. Habrá menores que tenderán más a la evitación, ignorando y bloqueando sus emociones y necesidades, porque saben que no se les va a atender o incluso, pueden ser sancionados. Mientras que otros, ante esta negligencia, tenderán a hiperresponsabilizarse ellos mismos no solo de sus propias necesidades sino también de las de sus padres.

    Estos fenómenos suelen ser recurrentes en entornos donde uno de los progenitores padece algún trastorno mental, entre padres que se encuentran bajo un proceso de divorcio, familias donde ha fallecido uno de los principales cuidadores, situaciones de riesgo social, padres que consumen sustancias o relaciones de maltrato.

    ¿Qué consecuencias tiene en la vida adulta?

    Cuando somos bebés, somos seres totalmente dependientes de nuestros cuidadores. Nuestro cerebro y por tanto, las principales funciones ejecutivas, están todavía sin desarrollar, por lo que recibir un cuidado adecuado y mantener un vínculo seguro con nuestros cuidadores es esencial para poder lograr un funcionamiento adaptativo en la vida adulta.

    Si crecemos en un entorno parentalizado, evidentemente, estas necesidades básicas no se van a poder cubrir adecuadamente.

    Como hemos explicado antes, el niño, desde su propia inmadurez cerebral y siguiendo las reacciones de sus padres, desarrollará sus propias estrategias para evitar el sufrimiento: Reprimir sus emociones, ignorar sus propias necesidades, anteponer las demandas de sus padres a las suyas, sobreproteger a sus cuidadores, etc.

    Siguiendo la teoría del apego, y cómo podemos ver a través de las personas que atendemos, estos patrones de comportamiento y roles quedan instaurados en la memoria del niño y generan por un lado, una representación de cómo han de actuar en el resto de situaciones sociales y por otro lado, una serie de expectativas de cómo actúan los demás.

    Es como si el cerebro, con el fin de simplificar la información y ahorrar energía, crease una especie de mapa mental o guión de actuación para poder enfrentarse a las situaciones sociales y evitar así el malestar.

    El problema surge cuando estos mapas son representaciones distorsionadas de la realidad, es decir, cuando el niño ha asumido una inversión de roles que no le corresponden a su edad madurativa y por tanto, no representan un adecuada relación paterno-filial.

    A consecuencia, hablamos de niños inseguros, con baja autoestima, sensación de desprotección y por tanto, un elevado nivel de ansiedad, que podrá interferir en la vida adulta.

    Estas personas, ante la ausencia de un modelo de regulación emocional eficaz, suelen tener dificultades para identificar sus estados emocionales y regular sus propias emociones.

    De hecho, es muy habitual que estos niños parentalizados desempeñen un rol cuidador en el resto de situaciones sociales, como con amigos y pareja, ya que han aprendido que lograrán ser reforzados y escuchados si anteponen las necesidades de la otra persona a las suyas.

    Suelen ser personas con dificultades para expresar su opinión, poner límites, decir que no, y sobre todo, dependen mucho del refuerzo externo para reafirmar su valía.

    Otra estrategia muy común es la de desarrollar un patrón evitativo. Estos menores cuando exponen sus necesidades o sus estados emocionales, son ignorados y a veces incluso castigados. Por ende, ante esta negligencia, aprenden que la mejor forma de sobrevivir, y no resultar molestos para sus padres, es desconectarse de sus emociones.

    Si crees que has sido un niño parentalizado y te sientes identificado con este post, tiendes a hiperresponsabilizarte de las necesidades de tu entorno y experimentas malestar, en Quiero Psicología podemos ayudarte.