octubre-trans

Octubre trans: cuando la disforia no está en el cuerpo sino en la mirada

Octubre es un mes para visibilizar, recordar y reivindicar las identidades trans. Pero también puede ser un mes para pensar más allá de los clichés: porque lo trans no es solo una historia de cuerpos que cambian, sino de miradas que pesan, expectativas que hieren y lenguajes que excluyen.

En psicología, solemos hablar de disforia de género como el malestar que aparece cuando hay una incongruencia entre el género sentido y el asignado al nacer. Pero existe un concepto menos conocido, y cada vez más discutido en los espacios clínicos y comunitarios: la disforia social.

¿Qué es la disforia social?

La disforia social no surge del cuerpo, sino del contacto con una sociedad que no valida la identidad. No tiene que ver tanto con cómo una persona trans se percibe, sino con cómo el entorno la percibe —o no la percibe—.

Es ese malestar que se activa cuando el nombre, los pronombres, la voz o la expresión de género son cuestionados, ignorados o corregidos. Es la sensación de desajuste constante entre quién soy y cómo me leen.

Y es profundamente psicológico: a veces no depende de cirugías ni hormonas, sino de la relación con los otros, del espejo social que devuelve una imagen que no coincide con la identidad real.

El cuerpo como refugio o como campo de batalla

Para muchas personas trans, el cuerpo puede ser una fuente de conflicto, sí, pero también de refugio y afirmación. Sin embargo, la disforia social es más escurridiza: se infiltra en los espacios cotidianos —en la oficina, en la escuela, en la familia— y genera un estado de hipervigilancia constante.

No se trata solo de sentirse mal por ser mal nombrade; se trata de vivir en alerta por si el entorno volverá a desconfirmar quién eres.

Desde la clínica, esto se traduce en altos niveles de ansiedad social, estrés postraumático complejo, y dificultades para desarrollar un sentido estable de sí. Porque cuando el entorno niega tu identidad, no niega solo un nombre: niega tu existencia psicológica.

La mirada que crea (o destruye) identidad

La identidad se construye en relación. Necesitamos que el mundo nos reconozca para poder reconocernos también. Pero, ¿qué ocurre cuando el entorno insiste en devolvernos una imagen que no somos?

La disforia social es, en parte, una herida relacional: no nace en la persona trans, sino en una cultura que no está preparada para sostener la diversidad de identidades.

Por eso, hablar de “disforia social” no es un detalle terminológico, sino un cambio de paradigma. Es pasar de pensar que el malestar está “dentro” de la persona, a entender que está en el vínculo, en la estructura social y simbólica que la rodea.

La importancia de cambiar la pregunta

Durante décadas, la psicología ha preguntado: “¿cómo ayudamos a las personas trans a adaptarse a su cuerpo o a su identidad?”.

Tal vez la pregunta que necesitamos ahora sea otra:

¿cómo ayudamos a la sociedad a dejar de generar disforia social?

Porque la mayor parte del sufrimiento trans no proviene de la identidad en sí, sino de la falta de reconocimiento, de la discriminación sutil o abierta, de los entornos que exigen “demostrar” quién se es para ser aceptade.

Y ahí la psicología tiene una tarea pendiente: revisar sus propios sesgos cisnormativos, sus protocolos, su lenguaje, y su manera de acompañar.

Acompañar desde la validación

Acompañar a una persona trans no es solo validar su proceso corporal, sino sostener su vivencia frente a un mundo que muchas veces no la valida.

Implica reconocer que el malestar no siempre viene de dentro, y que sanar también pasa por reparar el vínculo con el entorno, construir redes de apoyo, y crear espacios donde el reconocimiento no se negocie.

El trabajo terapéutico no debería centrarse únicamente en reducir el malestar, sino en devolverle a la persona el derecho a existir en sus propios términos. Porque la salud mental no es solo un asunto individual: es un reflejo de cómo una sociedad trata a las identidades que la habitan.

Cerrar octubre mirando hacia dentro

En este octubre trans, además de celebrar y visibilizar, tal vez podamos detenernos a mirar cómo nosotres, desde la psicología, la educación o la vida cotidiana, participamos en esa disforia social.

Cada vez que invalidamos, dudamos o corregimos, contribuimos a ella.

Y cada vez que nombramos bien, que escuchamos, que acompañamos con respeto, ayudamos a reparar una herida que no debería existir.

celos-infidelidad

Tengo ataques de celos por un trauma de infidelidad: ¿qué me pasa?

Los celos no son simplemente un “defecto de carácter” ni una muestra de inseguridad superficial. Cuando alguien ha vivido una experiencia de infidelidad, la mente y el cuerpo quedan marcados por una herida que se asemeja a un trauma. Y como ocurre con cualquier trauma, el pasado se queda almacenado en el presente.

Síntomas más comunes

Después de una traición, es habitual que la persona desarrolle una hipervigilancia constante: comprobar redes sociales, interpretar señales ambiguas como amenazas, sentir ansiedad cuando la pareja no responde al teléfono o incluso tener pesadillas.
Otros síntomas frecuentes son:

  • Pensamientos intrusivos: recuerdos de la infidelidad que aparecen de repente.
  • Sensación de peligro constante: como si en cualquier momento “volviera a ocurrir”.
  • Respuestas emocionales intensas: ira, tristeza, miedo, vergüenza, todo en cuestión de segundos.
  • Dificultad para confiar: no solo en la pareja actual, sino también en uno mismo y en el propio criterio.

¿Qué puede activar los ataques de celos?

Los llamados triggers o disparadores son elementos que despiertan la herida emocional. No siempre son lógicos, y de hecho suelen ser desproporcionados en comparación con la situación real. Algunos de los más comunes son:

  • Cambios en la rutina de la pareja (llegar más tarde, usar más el móvil).
  • Ver situaciones en redes sociales que generan comparaciones.
  • Silencios, evasivas o simples distracciones de la otra persona.
  • O incluso, recordar lugares, frases o gestos que estuvieron asociados a la infidelidad pasada.

La mente interpreta todo esto como una amenaza real, aunque en el presente no haya peligro.

¿Por qué no soy capaz de parar?

Aquí está la clave: porque no se trata de un problema de voluntad, sino de un sistema nervioso activado por una herida traumática.
Cuando algo recuerda a la infidelidad vivida, el cerebro activa el mismo circuito de alarma que se enciende en una situación de peligro. Es el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal liberando cortisol, la amígdala disparando la señal de alarma, y el cuerpo respondiendo como si necesitara defenderse. Por eso los pensamientos de celos se vuelven tan obsesivos: en realidad, es una reacción de supervivencia, no un simple capricho.

El problema es que, al intentar controlar compulsivamente a la pareja o comprobar mil veces lo que hace, se obtiene un alivio momentáneo que refuerza la conducta. Es decir, sin querer, el propio miedo se alimenta a sí mismo

Si te reconoces en esta descripción, no es que seas “demasiado celosx” o que tengas un fallo en tu personalidad. Lo que ocurre es que tu sistema emocional todavía no ha podido procesar y elaborar la herida de la traición. Los celos en este caso no hablan de tu falta de valor, sino del dolor no resuelto que se activa una y otra vez.

Trabajar este trauma en terapia puede ayudarte a dejar de vivir en alerta y empezar a recuperar la confianza: en los demás, sí, pero sobre todo en ti mismx.

crisis-pareja-vacaciones

Cómo afrontar una crisis de pareja en vacaciones

Las vacaciones suelen llegar con grandes expectativas: descanso, disfrute, conexión y tiempo para compartir con la pareja. Sin embargo, ese mismo tiempo extra de convivencia, sumado al cansancio acumulado del año y a las altas expectativas, puede generar discusiones y tensiones. A veces, lo que imaginábamos como días idílicos acaba convirtiéndose en un terreno de fricciones.

Vivir una crisis en vacaciones no significa necesariamente que la relación esté destinada al fracaso. Al contrario, puede ser una señal de que hay aspectos que necesitan revisarse y de que existe la oportunidad de crecer como pareja. La clave está en cómo afrontamos lo que sucede después.

Reconocer lo ocurrido sin dramatizar

El primer paso es poner palabras a lo que pasó. Muchas veces, el silencio o el dramatismo hacen que la situación se agrave. Reconocer lo ocurrido con serenidad ayuda a ponerlo en perspectiva.

En lugar de negar o minimizar lo que sentimos, conviene decir algo como: “Durante el viaje discutimos varias veces por los planes y eso me hizo sentir frustrade y distante”. Nombrar la emoción es más sanador que callarla o transformar la incomodidad en reproches.

Practicar la comunicación asertiva

Cuando hablamos desde la acusación (“nunca haces”, “siempre me ignoras”), el otro se pone a la defensiva. En cambio, hablar en primera persona acerca de cómo nos sentimos abre espacio para que la otra persona pueda escuchar sin sentirse atacada.

Por ejemplo:

  • En lugar de: “Nunca me escuchas”.
  • Decir: “Cuando siento que mis opiniones no cuentan, me frustro y me cuesta seguir disfrutando”.

Asertividad significa expresarse con sinceridad, pero también con respeto. No es callar lo que duele, ni soltarlo de forma hiriente, sino encontrar un equilibrio.

No quedarse atrapadx en el pasado

Después de una discusión, es fácil quedar enganchade al recuerdo de lo que se dijo o hizo. Pero recrear una y otra vez la pelea solo mantiene el conflicto vivo. Lo que ayuda a la pareja es usar el pasado como punto de partida para pensar en el futuro.

Pregúntate:

  • ¿Qué puedo hacer diferente yo para mejorar la comunicación?
  • ¿Qué necesitamos como pareja para evitar repetir este patrón?

Dejar de buscar culpables y pasar a la construcción conjunta es el verdadero cambio de perspectiva.

Poner el foco en soluciones

Quejarse o señalar lo que no funciona es fácil; lo difícil es ofrecer alternativas. Una crisis se resuelve cuando, en lugar de quedarse en el problema, se proponen acciones concretas:

  • “Cuando organicemos actividades, ¿te parece si primero compartimos nuestras ideas por escrito y luego decidimos juntes?”.
  • “Cuando una discusión se tense demasiado, hagamos una pausa de 10 minutos antes de seguir hablando”.

Este tipo de pactos sencillos ayudan a bajar la carga emocional y previenen que los conflictos se repitan.

Recordar lo que sí funciona

En medio de una crisis, es fácil enfocarse solo en lo negativo. Sin embargo, toda relación también tiene puntos fuertes que merecen ser reconocidos. Valorar lo que sí funciona —el apoyo mutuo, la complicidad, los momentos de ternura— ayuda a equilibrar la balanza y a no perder de vista la razón por la que la relación merece la pena.

Un gesto tan simple como decir: “A pesar de la discusión, agradezco mucho cómo me cuidaste en tal momento”, puede ser un recordatorio de que el vínculo no se reduce al conflicto.

Si hace falta, pedir ayuda

Hay discusiones que se resuelven conversando, y otras que muestran patrones más profundos que conviene revisar. En esos casos, buscar apoyo terapéutico individual o de pareja no es un signo de debilidad, sino de compromiso. Un espacio profesional puede ayudar a traducir esos conflictos en aprendizajes y nuevas herramientas de comunicación.

Tener una crisis de pareja en vacaciones no es el fin del mundo. Es una oportunidad para mirar con honestidad lo que está pasando en la relación y decidir cómo queremos seguir construyendo. Con asertividad, soluciones prácticas y un enfoque en el futuro, incluso una discusión dolorosa puede convertirse en un punto de inflexión que fortalezca el vínculo.

Porque, al final, lo importante no es no discutir nunca, sino aprender a reconciliarnos mejor cada vez.

descanso-vacaciones

No disfruto de las vacaciones: cuando descansar se vuelve una amenaza

Hay personas que cuando llegan las vacaciones sienten alivio, alegría, descanso. Y hay otras que, aunque lo deseen, no pueden disfrutar de ese tiempo. Se sienten inquietas, irritables o incluso culpables. Porque no están haciendo “nada”, porque “pierden el tiempo”, porque no producen. Porque el silencio de la pausa confronta demasiado.

Esto no tiene nada que ver con ser “adictxs al trabajo” o con que “no sepan disfrutar”, como a menudo se les etiqueta. Tiene que ver con un estilo de funcionamiento psicológico que muchas veces ha sido aplaudido: el de las personas autoexigentes, responsables, organizadas. Las que siempre están haciendo algo, aprovechando el tiempo, “sacando rendimiento” a cada minuto.

Detrás de esa dificultad para desconectar hay muchas veces un perfil perfeccionista. Personas con un alto sentido del deber, con dificultades para ponerse límites, con una mirada crítica constante hacia sí mismas. Personas que han aprendido a sentirse valiosas por lo que hacen, no por lo que son. Y entonces, cuando dejan de hacer, aparece el vacío, la incomodidad, la sensación de estar fallando.

En vacaciones, el sistema nervioso intenta entrar en modo reposo, pero la mente no sabe cómo sostener esa calma. Se activa la ansiedad, la culpa, la sensación de que algo se está haciendo mal. El descanso se vuelve incómodo porque no hay objetivos claros, no hay resultados visibles, no hay validación externa.

Este malestar no es caprichoso. Es la consecuencia de un sistema que ha confundido el valor con la productividad, que ha romantizado la hiperactividad y que ha invisibilizado el daño psicológico que puede producir la autoexigencia crónica.

El problema no es el descanso. El problema es que descansar nos pone frente a nuestras propias heridas: el miedo a no valer, a no ser útiles, a no estar haciendo lo suficiente. Y eso no se resuelve con agendas ni con organización. Se resuelve aprendiendo a mirar con compasión esos lugares internos donde se gestó esa necesidad constante de hacer, de rendir, de demostrar.

Las vacaciones no deberían ser una prueba de productividad. Deberían ser un derecho y una necesidad. Pero para muchas personas, el verdadero descanso empieza cuando se permiten la incomodidad de parar. Cuando se dejan de buscar excusas para seguir haciendo. Y se empieza a hacer espacio, poco a poco, para simplemente ser.

neurodivergencia

Neurodivergencia: ¿por qué hemos pensado que todxs teníamos que ser iguales?

Durante mucho tiempo, el mundo ha estado diseñado para un tipo de cerebro: el “neurotípico”. Todo —la escuela, los horarios laborales, las normas sociales, las formas de comunicarse— gira en torno a un estándar que, además de ser muy rígido, es profundamente excluyente. Y sin embargo, hemos crecido creyendo que ese estándar era lo “normal”, lo deseable, lo correcto. ¿Cómo no íbamos a intentar encajar ahí?

La neurodivergencia —el TDAH, el autismo, el trastorno del procesamiento sensorial, entre otras formas de funcionar— pone en jaque esa idea de homogeneidad. Pero no porque sea un problema, sino precisamente porque revela lo absurdo que es suponer que todxs deberíamos funcionar igual.

¿Por qué se hace masking?

El masking, o camuflaje, es una estrategia que muchas personas neurodivergentes aprenden (a veces sin saberlo) para poder parecer “normales” en contextos sociales, escolares o laborales. No es una elección libre. Es una forma de sobrevivir. De evitar el rechazo, el acoso, la incomodidad ajena.

Consiste en imitar expresiones faciales, forzar contacto visual, ocultar intereses intensos, reprimir movimientos corporales autorregulatorios (los conocidos “stims”), y fingir que no hay ruido o estímulos que incomodan. Es agotador. Y a la larga, puede ser devastador para la salud mental: ansiedad, depresión, burnout, sensación de desconexión profunda con una misma.

¿Y por qué llegan tan tarde los diagnósticos?

Porque el sistema sanitario y educativo sigue anclado en estereotipos. Porque los modelos diagnósticos tradicionales fueron construidos en su mayoría observando a niños varones, blancos, de clase media. Porque muchas personas han aprendido a enmascarar tan bien que nadie sospecha lo que hay debajo. Porque aún hoy se patologiza la diferencia en lugar de comprenderla.

Y también porque todavía hay miedo. Miedo a ponerle nombre a algo que lleva años siendo negado. Miedo al estigma. Miedo a lo que pueda significar aceptar que siempre hubo una diferencia y nadie la vio. O peor: que la vieron, pero no la comprendieron.

Entonces… ¿cómo reparamos esto?

scuchando. Validando. Dejando de asumir que las personas neurodivergentes tienen que adaptarse a un sistema que no fue diseñado para elles. Empezando a preguntarnos en serio: ¿cuántas formas de ser hay que aún no estamos permitiendo?

Este no es un llamado a «integrar la diversidad» desde una mirada condescendiente. Es un llamado a cuestionar el modelo mismo. Porque no se trata de enseñar a encajar, sino de construir espacios que no excluyan.

Quizás el verdadero cambio empieza cuando dejamos de preguntarnos cómo hacer que todas las personas se comporten igual, y empezamos a preguntarnos cómo acompañar a cada quien a ser quien es, con lo que eso implique.

red-flag-conocer-a-alguien

Red flags cuando estoy conociendo a alguien

¿Qué red flags puedo ver cuando estoy conociendo a alguien? Hoy en día, entre matches, mensajes y vínculos fugaces, a veces cuesta distinguir lo sano de lo que no lo es. Se ha vuelto común tolerar actitudes que, en realidad, no deberíamos normalizar.

Pero hay señales que conviene atender desde el principio.

Red flags al conocer a alguien

  • Desaparece y vuelve cuando quiere. No es misterio ni falta de tiempo: es falta de interés o de respeto.
  • Invalida lo que sientes. Si ante tus emociones responde con frases como “estás exagerando” o “eso no es para tanto”, está minimizando lo que te pasa.
  • Presiona para avanzar demasiado rápido. No siempre es romanticismo; a veces es una forma de generar dependencia.
  • Te deja confundide. Si te genera más dudas que calma, más ansiedad que entusiasmo, algo no está bien.
  • Habla mal de todas sus exparejas. Si nadie fue suficiente o todo terminó por culpa de “la otra persona”, pregúntate qué lugar podrías ocupar tú en esa narrativa más adelante.

¿Qué no es normal cuando estás conociendo a alguien?

  • Que te hagan sentir culpable por tener límites.
  • Que jueguen con la ambigüedad para mantenerte ahí, esperando.
  • Que uses más energía en entender lo que está pasando que en disfrutar el vínculo.
  • Que te sientas insegure o confundide la mayor parte del tiempo.

¿Y cuándo es momento de alejarte?

Cuando te descubres justificando constantemente su comportamiento.
Cuando comienzas a adaptarte para ser más aceptable.
Cuando te da miedo expresar lo que sientes por si eso “espanta”.

No todo lo incómodo es una red flag, pero todo lo que te hace dudar de tu valor, sí debería ser una señal.

No confundas intensidad con amor, ni falta de claridad con libertad.
Mereces relaciones donde puedas ser tú, sin miedo, sin esfuerzos forzados, sin estrategias para no perder a alguien que ni siquiera se está esforzando por quedarse.

¿Tú qué señales aprendiste a identificar con el tiempo?

inseguridad-laboral

¿Qué puedo hacer si me da inseguridad buscar trabajo? Pautas, pasos y consejos

Buscar trabajo puede ser una experiencia desafiante, especialmente si viene acompañada de inseguridad, dudas sobre nuestras capacidades o miedo al rechazo. Estos sentimientos son comunes y humanos, pero cuando se vuelven obstáculos persistentes, es importante abordarlos desde una perspectiva psicológica. En este artículo te brindaremos pautas prácticas, consejos para reforzar tu autoestima y pasos concretos que pueden ayudarte a enfrentar este proceso con mayor seguridad.

¿Por qué me siento insegurx al buscar trabajo?

La inseguridad en la búsqueda laboral puede surgir por múltiples razones, entre ellas:

  • Experiencias previas negativas, como entrevistas fallidas o despidos.
  • Falta de experiencia o de preparación para el mercado laboral actual.
  • Comparación constante con otrxs que parecen tener más logros.
  • Autoexigencia y perfeccionismo, que generan una sensación constante de “no estar listx”.
  • Miedos internos, como el miedo al fracaso, al rechazo o al juicio externo.

Es importante entender que la inseguridad no define tu valor. Es una emoción que puede ser gestionada, entendida y transformada.

Trabaja tu autoestima desde lo cotidiano

La autoestima no es algo fijo: se construye y fortalece cada día con acciones pequeñas y consistentes.

  • Reconoce tus logros, por pequeños que parezcan. Lleva un registro diario o semanal de cosas que hayas hecho bien.
  • Habla con amabilidad contigo mismx. Observa tu diálogo interno: ¿te hablas como lo harías con un amigx que está pasando por lo mismo?
  • Rodéate de personas que te apoyen, no que te hagan dudar de ti.
  • Acepta tus emociones sin juicio. Tener miedo o dudas no significa que seas débil, significa que estás en un momento de crecimiento.

Reestructura tus pensamientos limitantes

A menudo, nuestras inseguridades provienen de creencias automáticas como “no soy lo suficientemente buenx” o “nadie me va a contratar”. Puedes practicar una técnica llamada reestructuración cognitiva, que consiste en identificar esos pensamientos y cuestionarlos:

  • ¿Qué evidencia tengo de que esto es cierto?
  • ¿Estoy generalizando por una experiencia negativa?
  • ¿Qué le diría a un amigx que piensa lo mismo?

Reemplazar estos pensamientos por otros más realistas y compasivos te ayudará a disminuir la ansiedad y recuperar el control.

Prepara un plan de acción con pasos pequeños y concretos

La inseguridad se alimenta de la sensación de caos o desorganización. Tener un plan te dará dirección y seguridad:

  • Actualiza tu currículum y adáptalo a cada oferta.
  • Haz una lista de empresas o áreas que te interesan.
  • Practica entrevistas con alguien de confianza o frente a un espejo.
  • Establece metas diarias o semanales, como enviar cierta cantidad de CVs o inscribirte a una capacitación online.

Lo importante no es la velocidad, sino la constancia.

Celebra los avances, incluso si no consigues el empleo de inmediato

Buscar trabajo no solo se trata de conseguirlo, sino de estar en movimiento hacia él. Cada correo enviado, cada entrevista, cada error corregido es un paso hacia adelante. Celebra esos esfuerzos. Te están acercando más de lo que crees.

Considera acompañamiento psicológico si la ansiedad o la tristeza te paralizan

Si sientes que la inseguridad es muy intensa, que te sabotea constantemente o que te impide actuar, tal vez sea el momento de buscar ayuda profesional. Podemos ayudarte a identificar patrones de pensamiento, trabajar heridas del pasado y acompañarte en este proceso con herramientas terapéuticas personalizadas.

Tú no eres tus miedos.

Buscar trabajo siendo insegurx no es un fracaso, es un acto de valentía. Reconocer lo que sientes ya es un paso poderoso. Desde allí, puedes construir una búsqueda más consciente, cuidarte emocionalmente y recordar que el valor que tienes no se mide por un puesto conseguido, sino por tu historia, tus capacidades y tu forma única de ver el mundo.

Confía en tu proceso. Estás aprendiendo, creciendo y avanzando.

violencia-pareja

La violencia en la relación de pareja

La violencia en la relación de pareja es un fenómeno complejo que afecta a millones de personas alrededor del mundo. Se trata de un patrón de comportamientos abusivos que una persona utiliza para controlar o dominar a su pareja, ya sea de manera física, emocional, psicológica, sexual o económica. Este tipo de violencia puede ocurrir en cualquier tipo de relación, sin importar la edad, el género, el estatus social o el origen cultural. A pesar de su prevalencia, la violencia en las relaciones a menudo es difícil de reconocer, debido a que puede manifestarse de formas sutiles y escalonadas.

Tipos de Violencia en la relación de pareja

  1. Violencia física: Es la forma más visible de abuso y puede incluir golpes, empujones, pellizcos, patadas, quemaduras o cualquier otro tipo de agresión física que cause daño corporal. En muchas ocasiones, la violencia física no aparece de manera aislada, sino que se combina con otros tipos de abuso.
  2. Violencia psicológica o emocional: Esta es una de las formas más insidiosas de abuso, ya que no deja marcas visibles, pero sus efectos pueden ser igualmente devastadores. Incluye amenazas, insultos, humillaciones, manipulaciones, desvalorización constante y el aislamiento de la persona de sus seres queridos. El objetivo principal de este abuso es controlar la autoestima de la víctima y hacerla sentir impotente o dependiente.
  3. Violencia sexual: Implica cualquier acto sexual no consensuado o forzado. La violencia sexual en la relación de pareja no solo se limita a la agresión física, sino que también puede incluir coerción sexual, presión para realizar prácticas no deseadas o el uso de la intimidad para controlar o dominar a la pareja.
  4. Violencia económica: Este tipo de abuso se refiere a controlar el acceso a los recursos financieros de la pareja. Puede manifestarse a través de la limitación del dinero, la desvalorización del trabajo de la pareja o el uso de la economía como una herramienta de control.
  5. Violencia verbal: Insultos, gritos, humillaciones constantes y descalificaciones son algunas de las formas más comunes de violencia verbal. Aunque no es tan física como la violencia directa, puede tener efectos duraderos en la salud mental y emocional de la víctima.

Claves para distinguir la Violencia en la relación de pareja

Desbalance de poder y control

Una de las características más definitorias de la violencia en una relación es el uso del poder para controlar a la otra persona. Si uno de los miembros de la pareja constantemente ejerce control sobre la toma de decisiones, los movimientos, las finanzas o incluso las interacciones sociales del otro, es una señal clara de que hay un abuso en juego.

Ciclos de abuso

Las relaciones abusivas a menudo siguen un patrón de ciclos que pueden ser difíciles de reconocer para quienes están involucrados. Estos ciclos suelen incluir una fase de «tensión», seguida de una «explosión» o episodio de abuso, y luego una «fase de luna de miel», en la cual el agresor puede pedir perdón, prometer cambiar y hacer todo lo posible por recuperar el afecto de la pareja. Sin embargo, con el tiempo, este ciclo se repite y la violencia se intensifica.

Aislamiento social

Uno de los métodos más comunes que utilizan los agresores es aislar a la víctima de sus amigxs, familiares y otros apoyos emocionales. El agresor puede intentar distorsionar la realidad, descalificando a la gente cercana a la víctima y creando una dependencia emocional. Esto puede dificultar que la víctima busque ayuda o incluso que reconozca que está siendo abusada.

Sentimientos de culpa y vergüenza

Las víctimas de violencia a menudo sienten culpa o vergüenza por la situación en la que se encuentran. Pueden convencerse a sí mismas de que están haciendo algo mal o que son responsables de las acciones de su pareja. Este sentimiento de culpa puede dificultar que denuncien la situación o que busquen apoyo.

Normalización del abuso

En muchas relaciones abusivas, el abuso se presenta como algo «normal» o «esperado». Las víctimas pueden llegar a creer que el abuso es parte natural de una relación o que es algo que debe ser soportado. Esta normalización es un proceso insidioso que hace que sea más difícil reconocer el abuso o que se minimicen sus efectos.

Cambios en el comportamiento y la autoestima

La violencia en una relación puede llevar a la víctima a experimentar un deterioro en su autoestima. Pueden sentirse inseguras, temerosas, deprimidas o ansiosas. A medida que el abuso aumenta, los cambios en el comportamiento de la víctima se vuelven más evidentes: la persona puede volverse más sumisa, más introvertida o más evitativa.

Cómo ayudar a las víctimas de Violencia en la relación de pareja

Es crucial que las víctimas de violencia en la relación de pareja busquen apoyo y ayuda. Aquí algunos pasos clave para brindar apoyo:

  • Escuchar sin Juzgar: si alguien confiesa ser víctima de abuso, es esencial escuchar con empatía y sin hacer juicios. La víctima necesita sentir que es escuchada y apoyada.
  • Promover la búsqueda de ayuda profesional: las víctimas de violencia deben ser alentadas a buscar ayuda de profesionales como psicólogxs o trabajadorxs sociales que puedan orientarlas sobre cómo salir de una situación abusiva.
  • Proveer recursos de apoyo: existen numerosas organizaciones y líneas de ayuda dedicadas a asistir a las víctimas de violencia. Es importante que las personas afectadas tengan acceso a estos recursos, ya sea en línea, por teléfono o en persona.
  • Reflejar comprensión y paciencia: Dejar claro que la víctima no está sola y que el abuso no es su culpa es fundamental para ayudar a que la persona recupere su confianza y su autonomía.

La violencia en las relaciones de pareja no siempre es fácil de identificar, ya que puede manifestarse de muchas formas.

Siendo conscientes de las señales y patrones comunes, podemos ofrecer apoyo efectivo a las personas que atraviesan este doloroso proceso.

Es fundamental crear conciencia sobre la violencia en las relaciones y promover una cultura de respeto y apoyo para todas las personas, independientemente de su situación. Si bien la salida de una relación abusiva puede ser un proceso difícil y largo, nunca es tarde para buscar ayuda y tomar decisiones que conduzcan a una vida más sana y libre de violencia.

bullying-por-homofobia

Bullying por homofobia

El bullying por homofobia es una experiencia profundamente dañina que deja cicatrices emocionales a largo plazo. No se trata solo de burlas o agresiones físicas; es una forma de violencia sostenida que ataca la identidad misma de la persona, afectando su autoestima y autoimagen incluso en la adultez.

¿Por qué es un trauma complejo?

Hablamos de trauma complejo cuando una persona sufre abuso o violencia de manera continuada, especialmente en etapas de desarrollo como la infancia y adolescencia. En el caso del bullying por homofobia, el daño es muy profundo porque:

  • Ataca la identidad: No es solo rechazo por una acción o característica, sino por el ser mismo de la persona.
  • Aísla y silencia: Muchas víctimas sienten que no pueden pedir ayuda por miedo al juicio social o familiar.
  • Refuerza la vergüenza y el miedo: La violencia sistemática hace que la persona internalice mensajes negativos sobre su orientación sexual.

Impacto en la autoestima y autoimagen en la adultez

Las heridas emocionales del bullying por homofobia pueden manifestarse de diversas formas en la adultez, incluyendo:

  • Autoconcepto deteriorado: La persona puede desarrollar una percepción negativa de sí misma, sintiéndose inadecuada o defectuosa.
  • Miedo al rechazo: Puede haber dificultades para establecer relaciones afectivas por temor a ser lastimadx nuevamente.
  • Hipervigilancia y ansiedad: La constante exposición a la violencia en la infancia puede generar inseguridad y miedo en entornos sociales.
  • Autocensura o disociación: Algunas personas reprimen aspectos de su identidad para evitar confrontaciones, lo que puede generar depresión y falta de autenticidad.

Sanar es posible

El primer paso para sanar es reconocer que el dolor no es culpa de quien lo sufrió. La terapia psicológica, el apoyo de comunidades LGBTQ+ y la construcción de espacios seguros pueden ayudar a reconstruir la autoestima y vivir con autenticidad.

El bullying por homofobia es una herida profunda, pero, con el tiempo, acompañamiento y resiliencia, es posible recuperar la confianza y el amor propio. Nadie debería sentir vergüenza por ser quien es. 

abuso-sexual-infantil

Síntomas del Abuso Sexual Infantil (ASI)

El ASI es profundamente traumático y afecta a millones de niños y niñas en todo el mundo. Este tipo de abuso presenta sintomatología psicológica, física y conductual aguda y a medio-largo plazo. A continuación, se exponen los principales síntomas asociados al ASI, cómo se manifiestan en diferentes edades y qué hacer ante la sospecha de abuso.

Síntomatología psicológica

  • Ansiedad y miedo: lxs niñxs que han sido abusados sexualmente suelen vivir con un miedo constante. Este miedo puede estar dirigido hacia el abusador o hacia situaciones que les recuerden el abuso. También pueden desarrollar fobias o ansiedad generalizada, incluyendo temor excesivo a la oscuridad, a quedarse solxs o a ciertas personas.
  • Depresión y tristeza persistente: el abuso sexual infantil a menudo provoca sentimientos intensos de tristeza, desesperanza y vacío. Algunxs niñxs pueden presentar síntomas de depresión, como pérdida de interés en actividades que solían disfrutar, irritabilidad o irascibilidad, cambios en el apetito, enuresis nocturna o problemas de sueño.
  • Baja autoestima y culpa: muchxs niñxs internalizan el abuso creyendo que es culpa suya o que de alguna manera lo merecen. Esto puede llevar a un deterioro de la autoestima, sentimientos de vergüenza tóxica y una percepción negativa de sí mismxs.
  • Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT): el ASI puede desencadenar síntomas de TEPT, como:
    • Flashbacks o recuerdos intrusivos del abuso.
    • Pesadillas recurrentes.
    • Evitación de personas, lugares o situaciones que recuerden el trauma.
    • Hipervigilancia, sobresaltos fáciles y sensación constante de peligro.
    • Trastornos del sueño.

Síntomas conductuales

El comportamiento puede ser una ventana hacia su mundo emocional. Los síntomas conductuales asociados al ASI incluyen:

  • Regresión en el desarrollo: niñxs pequeñxs pueden regresar a comportamientos más propios de edades anteriores, como mojar la cama, chuparse el dedo o aferrarse excesivamente a lxs cuidadorxs.
  • Cambios drásticos en el comportamiento.
  • Agresividad inusual o comportamiento desafiante.
  • Aislamiento social o pérdida de interés en interactuar con amigxs o familiares.
  • Aparición de conductas sexualizadas inapropiadas para su edad como lenguaje sexual explícito, juegos sexuales con otrxs niñxs o curiosidad extrema por temas sexuales.
  • Conductas autodestructivas: en niñxs mayores o adolescentes, el abuso puede conllevar:
    • Autolesiones como cortarse o quemarse.
    • Abuso de sustancias como alcohol o drogas.
    • Comportamientos temerarios o de riesgo, incluyendo actividades sexuales inadecuadas.
  • Dificultades escolares: disminución en el rendimiento académico, problemas de concentración, evitación de la escuela o aumento en las ausencias injustificadas.

Sintomatología física

Aunque los síntomas psicológicos y conductuales son más comunes, algunos signos físicos pueden ser indicativos de abuso sexual:

  • Dolor, irritación o lesiones en el área genital.
  • Infecciones de transmisión sexual (ITS) en niñxs.
  • Dolor inexplicable en el abdomen o en otras partes del cuerpo.
  • Alteraciones en el sueño, como insomnio o pesadillas frecuentes.
  • Alteraciones físicas de cualquier índole sin etiología clara.

Factores que influyen en los síntomas

La forma en que los síntomas se manifiestan puede variar según diversos factores:

  • Edad del niñx: lxs niñxs más pequeñxs pueden mostrar síntomas más conductuales, mientras que los adolescentes pueden expresar el trauma a través de conductas autodestructivas.
  • Duración del abuso: un abuso prolongado tiende a generar síntomas más graves y persistentes.
  • Relación con el abusador: si el abusador es alguien cercano, como un familiar, las secuelas suelen ser más intensas debido a la traición de confianza.
  • Apoyo recibido: lxs niños que cuentan con un sistema de apoyo sólido pueden manejar mejor los síntomas que aquellxs que enfrentan el trauma en aislamiento.

Detectar estas señales es crucial para intervenir de manera temprana y brindar el apoyo necesario a las víctimas.