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Por qué la terapia no sirve sin continuidad

Afortunadamente, la salud mental va teniendo cada vez más visibilidad e importancia para las personas. Aunque cuidar de nuestra salud mental no siempre implica iniciar un proceso terapéutico, muchas personas acaban por buscar ayuda profesional, habiendo pasado un espacio de tiempo en el que se ha contemplado la idea o se han buscado profesionales. De estas personas, existe un porcentaje de personas que recurren a profesionales, lo hacen de una forma ineficaz, desde el desconocimiento mayormente, que puede ser perjudicial: desmotivando a la persona hasta que incluso descarte la opción de pedir ayuda, estigmatizando, aumentando el sentimiento de desesperanza respecto a sus problemas, posponiendo un aspecto de autocuidado esencial, etc.).  Por ello, te daremos unas pocas pistas que pueden romper mitos acerca de la frecuencia de la terapia.

Con una sesión me vale

Aunque puedas salir muy contento o con ciertas herramientas a corto plazo de la primera sesión, esto no equivale a una terapia: Una terapia implica un proceso terapéutico con una evaluación e intervención, que por supuesto no puede darse en una sesión (especialmente si no es de 1 hora).

La primera sesión sirve especialmente para averiguar si te sientes cómodo con tu terapeuta y con el tipo de terapia que practica.

Haber puesto en práctica esas herramientas es muy buena señal de que estás motivado para tu terapia y posiblemente de que te sientas a gusto con tu terapeuta, así que ¡enhorabuena! Sigue con tu proceso y aprovecha ese impulso de energía y ánimo, y no te dejes llevar por la emoción del momento que te dice que ya todo está bien. Si aun así sientes que el problema era algo muy puntual y está solucionado, comunícalo a tu terapeuta y espera a ver si esos cambios se mantienen: la terapia no es milagrosa, pero no se puede tampoco subestimar el efecto que tiene sentirnos escuchados, validados y con la confianza de poder enfrentarnos a situaciones y emociones complejas.

Voy cuando lo necesito

Aunque no todos los procesos terapéuticos son iguales, sí que es fácil observar cómo este proceso no suele implicar una mejora de forma lineal nuestro estado de ánimo: existen altibajos, similares a lo que ocurre fuera de las sesiones. Esto puede llevar de forma impulsiva a “volver” a terapia cuando nos sentimos mal, sin aprender a gestionar esos altibajos, sino con intención de “quitarlos”.

De esta manera, la terapia se convierte en intentar apagar fuegos, en vez de poder averiguar que los genera para estar mejor a largo plazo, impidiendo un aprendizaje sostenible.

Además, cuando se recurre a las sesiones de esa forma tan poco constante, es difícil poder trabajar de forma continuada un mismo problema (ya que pueden suceder muchos eventos nuevos en nuestra vida) y estando a un nivel que permita el aprendizaje (teniendo una intensidad emocional muy alta, bajar la intensidad para poder gestionar la emoción puede ser la prioridad).

Si solo vas al gimnasio una vez para fortalecer, a pesar de que hagas mucho en ese entrenamiento, esto no tendrá efectos, y es probable que te lesiones o tengas tantas agujetas que no puedas, ni quieras, continuar con tu objetivo.

«Es que no tengo dinero /tiempo»

Si la frecuencia tan irregular se debe a complicaciones económicas, coméntalo con tu terapeuta para que podáis encontrar una frecuencia que te sea cómoda a la vez que eficaz, se entiende que la terapia es un esfuerzo económico y la idea es poder facilitarla en la medida de lo posible. Si se trata de complicaciones debido a poco tiempo libre u horarios cambiantes, la mayoría de los terapeutas tenemos en cuenta la variabilidad del horario laboral de muchos (si además se tienen varios trabajos y/o labores domésticas), pero puedes comentarlo para definir la disponibilidad que es más recurrente para las sesiones (y confirmar solo entre dos opciones) o en la que cuando podréis definir la sesión (según te entreguen tus horarios, por ejemplo) y puedes considerar la opción de poder tener sesiones online, especialmente para ahorrar tiempo en desplazamientos. Ir a terapia es una inversión de tiempo, no es fácil, pero tu bienestar lo merece.

“Vengo porque me lo ha pedido mi pareja/familia”

En este tipo de casos, hablamos de personas, que si bien hacen un esfuerzo por una persona o tras ultimátums porque quieren conservar la relación que sea, no están inherentemente motivadas en la terapia. Esto no quiere decir que no pueda haber una reflexión posterior y que luego se encuentren motivados, pero los cambios en terceras personas no pueden ser objetivos del proceso terapéutico (“quiero que mi expareja vuelva conmigo, o vea que estoy mejor”): si no eres tú la persona que quiere conseguir un cambio, el esfuerzo no suele ser ni fácil, ni fructífero.

Una variante de esta idea es venir para “ser feliz”, y, aunque es una idea que se promueve mucho en la sociedad, es un concepto idealista que es importante redefinir en términos cuantificables y personales.

Si se busca eliminar las emociones o situaciones desagradables, es probable que la terapia se abandone, puesto que es una parte importante de ella aprender a sentir de forma segura y gestionar lo que solemos evitar de forma intuitiva, pero acaba siendo perjudicial.

Si te decides a iniciar tu proceso terapéutico, de forma seria y para tu crecimiento y bienestar, estaremos encantadas de poder ayudarte desde el equipo de Quiero Psicología.

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Lo duro de ir a terapia

Mucha gente llega a terapia con una idea errónea de lo que es el cambio, de lo que es adquirir herramientas emocionales para tener más recursos.

En general, se cree que el cambio será todo coser y cantar. El paciente viene a terapia pensando: este síntoma tan molesto que tengo me lo quitan y ya está.

Error. El síntoma no se quita. El síntoma se interpreta lo que significa, lo que está expresando para poder saber de dónde viene: si es que te cuesta decir que no, si es que tienes miedo a las personas de autoridad, si es que tu autoestima está dañada, si es que pasaste por una pareja tóxica y un largo etcétera.

El paciente se sorprende al descubrir que la causa estaba en otro sitio. Algunos en este proceso abandonan porque quieren quitarse el síntoma molesto pero no “remover la mierda”. Muchos perfiles evitativos huirán.

Pero, oh sorpresa, para mejorar el dolor no se puede rodear. El dolor se atraviesa. Sólo de esta manera saldrás del otro lado sintiéndote más fuerte y mejor.

Ahora, si eres tan valiente como para seguir trabajando en ello (o ya lo has sido), enhorabuena, pero ahora entrarás (o habrás entrado ya) en un camino que a ratos se puede hacer muy duro.

¿Qué tiene «malo» ir a terapia?

Un tabú del que no se habla es de lo que te espera ahora. Si haces una terapia profunda y completa adquirir esas herramientas emocionales te hará más sabio o sabia, hará que identifiques lo que te hace daño, tus traumas, tu forma de querer y la forma en la que te han querido pero también te hará ver el mundo de una forma que hasta ahora no lo has contemplado. Y eso no siempre se va a sentir como fácil.

Te relato aquí alguna de las cosas más clásicas que puedes o has podido experimentar:

  1. Ves más claro a las personas que te rodean, para lo bueno y para lo malo. Te darás cuenta de que alguna (o mucha) de la gente que te rodea es tóxica, manipuladora o simplemente sin ningún recurso emocional y te pondrá en la duda de cortar, cambiar o alejarte de relaciones. Spoiler: lo harás. Y dependiendo de la relación puede ser muy costoso emocionalmente, habrá momentos donde preferirás no haberlo visto. Pero al final nunca te arrepentirás, quizá conserves menos personas en tu vida, pero éstas no te harán sentir solo, no te criticarán y hundirán tu autoestima.
  2. Ves el mundo mucho más claro: cuando de repente aprendes sobre tipos de apego, formas de manipulación, características tóxicas, tipos de personalidad, etc, te das cuenta mucho más rápido y mejor de quién hace qué y porqué. Sin embargo: la gente de tu entorno no lo hará. Muchos te negarán esa realidad que ahora ves, la minimizarán, te dirán “ya conoces a fulanito”, “te tomas todo muy a pecho” o “es que es tu madre”. Esto te puede hacer sentir solo o ignorado. Te encuentras en un mundo de repente, que, de nuevo, tampoco te arrepentirás al final haber descubierto, pero sé consciente de que lo verá menos gente, porque sólo lo ve la gente que ha trabajado en ellos mismos, en asumirse y conocerse. Y esto no abunda tanto.
  3. Te darás cuenta de tu historia vital: probablemente descubrirás traumas (porque todos tenemos) sobre ti, tu familia, amigos y parejas y esto provocará que pases épocas en duelo, triste o enfadado. Es necesario cambiar la historia errónea que te habías contado, es necesario quitarte culpas que nunca debiste tener, responsabilizar a los otros de lo que te hicieron y otras cosas te harán verte a ti mismo de una manera distinta. Cuando avances verás cómo tu autoestima crece, cómo atraviesas esos dolores, pero no siempre será todo sencillo.

¿Merece la pena hacer terapia?

Con esto quiero decir que todo el que se somete a un proceso de terapia se verá reforzado, mejorará y sentirá que cambia su vida, pero no es todo un camino de rosas. Por eso es de admirar a todos aquellos pacientes que se someten a estos procesos de cambio, algunos de ellos lo hacen pensando que son débiles porque tienen ansiedad o están deprimidos o les agobia los exámenes. Pero nada más lejos de la realidad, todo lo contrario: es mucho más valiente intentar mejorar todos los días y enfrentarse a lo que nos duele que quedarse en el mismo sitio sin hacer nada.

Si has elegido empezar (o ya llevas tiempo en un proceso de terapia) sólo puedo decirte que estés orgulloso de ti, que todo ese dolor que ahora sientes se disipará. Atraviésalo, que del otro lado te espera algo mejor.

Y si no, y quieres empezarlo, en Quiero Psicología te estamos esperando.

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Depresión ¿Qué siento? ¿me he roto para siempre?:

¿Qué es una depresión?

Cada vez hay menos estigma de cara a la salud mental y aunque es muy positivo poder hablar sin tapujos de problemas psicológicos, se ha trivializado mucho la palabra depresión:

Una depresión no es simplemente tristeza desencadenada por un evento desagradable vital (ya que está sería una reacción emocional totalmente adaptativa de nuestro cuerpo), por lo que no sería apropiado usarlo indistintamente con la palabra “tristeza”. Es importante que la etiqueta nos da un contexto: poder entender los síntomas, como interactúan, qué suele ocurrir en esos casos… pero…

Una persona no es una depresión: recuerda que basta que cambie un criterio de los que se han definido como parte del grupo, para no “encajar”: es fácil ponernos la etiqueta, pero no tanto quitárnosla. Por eso, la mayoría de los psicólogos trabajan con los síntomas, la personalidad y el contexto de la persona, y no con un trastorno “aplicable a todo”.

Tipos de depresión

Aunque depresión se use livianamente el término depresión, aquí nos referiremos al más común que es el episodio depresivo mayor. De hecho, afecta a cerca de un 5 % de la población mundial, y con más frecuencia a las mujeres que a los hombres. Un episodio depresivo mayor se manifiesta por una combinación de síntomas que interfieren con la capacidad para ser funcional, es decir que altera la vida habitual de la persona (trabajar o estudiar, dormir, comer, socializar, etc.). Estos episodios depresivos pueden clasificarse como leves, moderados o graves.

Aun teniendo un episodio depresivo, existen diferentes tipos de trastornos con relación a éste: puede ser un trastorno depresivo de un solo episodio, recurrente (quiere decir que la persona ha experimentado por lo menos dos episodios) o un trastorno bipolar (es un trastorno que se caracteriza por episodios depresivos que se alternan con episodios maníacos). También existe el trastorno distímico, el cual se suele definir como depresión crónica y se caracteriza por la mayoría de la sintomatología de la depresión mayor, pero en una intensidad más leve, menos incapacitante y durante más tiempo (mínimo 2 años).

¿Cuáles son los síntomas?

El trastorno depresivo mayor es un trastorno que afecta principalmente al estado de ánimo, pero también a la forma de pensar y percibir la realidad, al organismo. Describiremos los criterios diagnósticos de la depresión mayor, pero recordemos que solo un profesional puede diagnosticar con una evaluación completa de la persona y su situación.

La persona tiene que presentar cinco o más síntomas de la siguiente lista (siendo uno de los dos primeros obligatorios para su diagnóstico), de manera diaria, y durante al menos dos semanas, afectando a su funcionamiento vital, como hemos comentado antes:

1. Un estado de ánimo triste, desanimado, desesperanzado.

2. Una pérdida de interés en casi todas las actividades habituales, especialmente evidente en las que antes sentía placer.

3. Alteraciones en el peso y/o apetito. Aunque generalmente se da una disminución del apetito y una pérdida significativa del peso, algunas personas muestran un aumento del apetito o de la ingesta de alimentos -aunque no haya apetito- y también del peso.

4. Alteraciones en el ciclo de sueño: suelen aparecer muchas dificultades para quedarse dormido y/o sueño interrumpido, o demasiado sueño (hipersomnia).

5. Alteraciones en el aspecto psicomotor: algunas personas pueden sufrir episodios de agitación, incapacidad para permanecer tranquilo, y otros un enlentecimiento psicomotor, que consiste en hablar muy pausadamente y moverse lentamente (como si uno fuera a cámara lenta).

6. Una fatiga constante o gran pérdida de energía: que cualquier tarea, por pequeña que parezca, supone un esfuerzo titánico o parece difícil o imposible de lograr. 

7. Sentimientos de inutilidad y culpa, muy intensos y desproporcionados, sobre situaciones presentes o pasadas. Se repasa lo vivido, magnificando errores, catalogando cada acto como un fracaso, poniendo atención en todas las señales negativas.

8. Dificultades para concentrarse, tomar decisiones o recordar.

9. Pueden aparecer pensamientos recurrente acerca de la muerte y/o el suicidio (exista o no un plan, se lleve a cabo o no). A pesar del miedo a morir, la persona suele estar convencida de que él y los demás estarían mejor si falleciera.

Como hemos comentado, existen otros síntomas que se suelen dar como: llanto frecuente, sentimientos de angustia y ansiedad constante, irritabilidad y explosiones emocionales,

¿Por qué o cómo aparece?

Una depresión puede desencadenarse por un evento externo de naturaleza desagradable (despido, ruptura, fallecimiento), o no tener un desencadenante claro (endógena).  En ambos casos, pueden estar implicados diferentes factores que interactúen o lo potencien, como:

  • Químicos y hormonales: puede existir una desregulación de ciertos neurotransmisores (los mensajeros químicos del cerebro) importantes como la serotonina, u hormonal, como el tiroides o como los estrógenos y progesterona (ciclos menstruales, embarazos, etc.)
  • Genéticos: puede existir una predisposición genética, pero no quiere decir que se vaya a padecer, ya que el contexto familiar puede ser similar o no, pero otras circunstancias varían.
  • Médicos: muchos trastornos orgánicos cerebrales se acompañan de depresión con una frecuencia muy alta, como el cáncer.
  • Psicosociales: vivir situaciones traumáticas o de alto estrés (un divorcio, pérdida de un ser querido, etc.) pueden facilitar un trastorno depresivo, pero además rasgos de personalidad o patrones de conducta como: una baja autoestima, apego ansioso…

En relación a esto, se han formulado muchas teorías: Según Lewinsohn, la depresión se origina en una baja frecuencia de estímulos reforzadores positivos, ya sea disponibles en el ambiente, por las características de la persona (perspectiva, habilidades sociales…). Según Seligman, se debería a un estilo de atribución interno, global y estable que se basa en la desesperanza, y que hace que, ante sucesos desagradables, la persona tienda a la depresión (indefensión aprendida). Según Beck, las personas desarrollan esquemas y estructuras cognitivas, basadas en experiencias pasadas y guardadas en la memoria, que posibilitan una visión negativa de uno mismo, del mundo y del futuro (la Triada Cognitiva). Estos esquemas filtran la información recibida del mundo y por tanto definen cómo la persona percibe la realidad. Según Bower, cuando una persona está en un estado concreto emocional, le resulta fácil recordar sucesos previamente asociados en el pasado con esa emoción, pudiendo reinterpretar la realidad de esa forma, amplificando el estado emocional negativo.

Tips para la recuperación

  • Trata de estar acompañado y hablar con personas de tu entorno en las que confíes, si alguno ha pasado por algo similar, es más fácil que pueda apoyarte como necesitas.
  • Haz actividades agradables, aunque sea poco tiempo, y aunque no te sientas tan bien como antes al realizarlas o creas que no vas a estar al 100%. Empezar ya es algo.
  • No espere que su estado de ánimo mejore de inmediato, sino gradualmente.
  • Pospón decidir cambios importantes (cambiar de trabajo, divorciarse, etc.), consulta con personas que te conozcan bien y tengan una visión más objetiva de la situación.
  • No esperes grandes cambios rápido, toca celebrar cada pequeño logro: intenta ponerte metas realistas para la situación en la que estás. Sentirse mejor toma tiempo.
  • Es fácil que tengas pensamientos negativos, recuerda no creértelos, aunque puedan parecer muy reales en el momento. Puedes apuntarlos en algún lugar, ya los evaluarás y cambiarás más adelante.
  • Busca ayuda profesional que pueda darte herramientas y comprensión en un espacio seguro. En Quiero Psicología podemos ayudarte si estás listo para dar el paso.
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Gestionar emocionalmente un cambio laboral

En la actualidad vivimos una situación de incertidumbre debido a los problemas que la inflación pueda estar provocando, esto se ve reflejado en el panorama laboral. Muchas personas se ven obligadas a cambiar constantemente de trabajo para buscar aquellos objetivos laborales que necesitan o mejorar las condiciones salariales que les permita tener una vida.

Últimamente, observamos mucho en los medios de comunicación como en especial, los jóvenes, se pueden ver afectados por los cambios o la incertidumbre laboral. En terapia también observamos la demanda de muchos jóvenes con inseguridades y miedo a cambiar de trabajo o verse en situaciones totalmente precarias. Hay que tener en cuenta, que muchos jóvenes hoy en día tienen una formación muy amplía y están muy cualificados para poder avanzar en su profesión.

Sin embargo, es muy significativo cuando comprobamos que a pesar de toda la preparación adecuada, se ven sometidos en trabajo precarios y abusivos, en los que además no son valorados profesionalmente. Todo esto puede conllevar una inestabilidad emocional, además de afectar gravemente a la autoestima.

Algunas demandas en terapia más allá de ayudar a gestionar dichos cambios, también nos hacemos frente ante despidos improcedentes con alegaciones incoherentes o la privación de  renovaciones contractuales con la única finalidad de tener contratos temporales que permitan mayor ahorro económico por parte de la empresa. Debido a estas situaciones, mucha gente acaba optando por la posibilidad de opositar, pero este camino tampoco es fácil ya que, conlleva un cambio importante en el modo de vida.

Todos estos factores pueden perjudicar a la estabilidad emocional de una persona. ¿Cómo podemos gestionar emocionalmente los cambios laborales?

  • Deja fluir las emociones,  al contrario de lo que opinan muchas personas, reprimir las emociones solo nos puede perjudicar. Respetemos nuestro momento de indecisión, nuestro miedo o nuestra rabia. Son emociones necesarias y está bien vivirlas para que puedan ser pasajeras y no se queden enquistadas.
  • Aceptar la situación, es mejor focalizarse en aquello que sí podemos gestionar o controlar por nuestra parte que frustrarnos por acontecimientos o cambios que no están en nuestro poder.
  • Busca tus refugios externos, aquellos sitios o momentos del día a día que te permite resetear y afrontar los cambios desde otro punto de vista.
  • Focalizate en los aspectos positivos del cambio, en ocasiones puede provocar mucho vértigo cambiar de trabajo o asumir nuevos patrones en un mismo puesto laboral, pero puede que dentro de estos cambios se dé una oportunidad buena, busca aquello que puedes ganar con el cambio.
  • Valora tus cualidades laborales, y manten objetivos profesionales a los que quieras llegar y ponte a ello, actuación para alcanzarlos.
  • Siempre te puedes apoyar en tus seres queridos, te puede ayudar a despejar la mente y valorar la situación desde otra perspectiva.

Por otro lado, nos podemos ver en la situación de interrumpir nuestro ejercicio profesional en contra de nuestra voluntad. ¿Qué pasa si me han despedido?

El despido es un duelo como otro cualquiera y necesita pasar una serie de fases que nos permita gestionar lo sucedido.

  • Negación. A veces es muy díficil reconocer la situación acontecida. Esto puede conllevar rabia y frustración constante posicionando a la persona en irritabilidad constante.
  • Negociación, en esta fase nos intentamos autorregular utilizando frases como, “todo va a salir bien”.
  • Tristeza, esta fase se caracteriza por un sentimiento de vacío e incertidumbre, esto provoca una desmotivación profunda. Es importante tener en cuenta que los motivos de despedido, en ocasiones, van más allá de nuestras cualidades y profesionalidad.
  • Valoración de la situación, se revisa los aspectos de la organización y se empieza a valorar nuevas oferta de empleo.
  • Aceptación, que consiste en reconocer de forma sincera la situación y aceptarla, sin buscar culpables y asumiéndola. Es un proceso de adaptación a la nueva situación, sin resignación.

Cualquier cambio laboral o situación de desempleo  es un factor estresante que en ocasiones sea difícil de gestionar, por ello, no dudes en contactarnos desde Quiero Psicología podemos ayudarte.

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Duelo ambiguo: estar sin estar

A lo largo de nuestra vida, experimentamos muchas pérdidas, lo que lleva a que realicemos muchos duelos: ya sea por personas o animales que han fallecido, parejas que ya no forman parte de nuestra vida o pérdidas materiales, que, aun siendo materiales, pueden significar mucho para nosotros, como mudarse de la casa familiar.

Además de lo complejo que puede ser un duelo, existe un tipo de duelo que puede ser especialmente difícil, se trata del duelo ambiguo. En este caso, la pérdida no es total, ni completamente tangible, a pesar de estar ocurriendo: se trata de una pérdida ambivalente que sucede de forma confusa, no permitiendo a la persona despedirse o asimilar el cambio de realidad. Esto puede mantener el dolor y prolongar el duelo, desgastando a la persona.

¿Qué casos podrían ser duelos ambiguos? Puede ser el caso de personas físicamente ausentes, pero presentes emocionalmente, por ejemplo, desapariciones, adopciones, migraciones o incluso divorcios. O también pueden ser casos en los que las personas siguen físicamente presentes, pero ausentes emocionalmente, como serían los casos de personas con enfermedades degenerativas como Alzheimer o demencias.

Los duelos ambiguos pueden generar:

  • Emociones de injusticia, soledad, ansiedad, rabia, incomprensión e incluso indefensión. No solo de cara a la pérdida, sino también pueden estar dirigidos hacia uno mismo por verse en esa situación o sentirse sobrepasado por estas emociones.
  • Una emoción intensa de incertidumbre y confusión, que puede aumentar los niveles de ansiedad y de estado de ánimo, provocando irritabilidad y explosiones emocionales
  • Sentimientos de bloqueo o paralización, sintiendo que no se puede retomar o avanzar, incluso culpa ante la posibilidad de hacerlo o al hacerlo.

Todo esto puede conllevar a la evitación experiencial, es decir tener conductas o hábitos (como el abuso de medicación, drogas o alcohol) para no sentir estas emociones, lo cual puede tener el efecto contrario, cronificando el duelo y complicando el proceso.

Algunas pautas que pueden ayudarte:

  • No hay formula mágica para el duelo, pero tomarse un tiempo para asimilar como ha cambiado la situación y aceptar el malestar que estás pudiendo sentir es importante. Aunque nos gustaría acelerar estos momentos para pasar a “estar bien”, es importante elaborar este duelo y pasar por todo el proceso, no hay prisa.
  • Puedes dedicarte un momento para comprobar como te vas sintiendo emocionalmente con un diario o simplemente con unos minutos de reflexión diaria, sin juzgar si lo que sientes es “normal”, lógico o malo. Sé compasivo contigo mismo. La incertidumbre es de las emociones más desagradables y difíciles de gestionar para la mayoría de las personas, que te esté costando, no quiere decir nada sobre tu valía, tu capacidad, ni sobre ti.
  • Aunque puede suponerte un gran esfuerzo, intenta cuidarte mucho en estos momentos, o puedes pedir a personas que te conozcan que te ayuden a iniciar ese autocuidado.
  • Es importante sentirse acompañado en cualquier proceso de duelo, especialmente si es ambiguo. Apóyate en personas de tu círculo cercano, con las que te sientas comprendido y acogido. No es necesario que nos den “soluciones” o que nos quiten el malestar, solo que nos acompañen.

Busca una forma que sea significativa para ti de poder despedirte de esa persona, existen muchos rituales de despedida, pero valora de qué forma te gustaría a ti o a esa persona, honrar vuestra relación y cerrar este momento de incertidumbre. A veces ese ritual puede repetirse, especialmente al principio, para cuando necesites estar en contacto con esa persona o recordarla desde el cariño y la aceptación (por ejemplo, visitar el lugar donde hiciste ese ritual).

Si no sabes si has cerrado el duelo y quieres saber síntomas que podría generarte también puedes leer nuestro anterior post aquí.

Si ves que sigues teniendo dificultad para gestionar ese duelo ambiguo o las emociones que te está generando, estaremos encantadas de ayudarte desde el equipo de Quiero Psicología.

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Llora tus pérdidas

Muchas veces en esta vida (por no decir prácticamente todas) nos han enseñado a evitar las emociones negativas, en especial, la tristeza.

¿Por qué?

Hay la creencia generalizada de que sufrir no «sirve» para nada. Esta actitud totalmente racional y utilitarista en realidad no encaja en nuestro mundo emocional (y por lo tanto irracional). Nuestro cerebro, nuestro cuerpo, no entiende ese mensaje frío al que le intentamos someter.

Si no lloras una pérdida (o cualquier otra cosa importante) eso se te quedará atascado y empezará a provocar otros problemas.

Te pongo un ejemplo muy visual: Si tu vas llenando un vaso y no lo vacías en algún momento rebosará e inundará el espacio alrededor. Pues así vivimos, sólo que esas inundaciones provocan otros síntomas, que, la mayoría de veces ni siquiera los relacionamos con esa pena.

Y tú te preguntarás ¿pero qué consecuencias puedo tener? o ¿cómo puedo saber si tengo algo que no he llorado y me está afectando?

Rabia

Una de las formas más habituales que tiene nuestro cuerpo de tratar de paliar estas «inundaciones», o acumulaciones de tristeza, es la ira.

¿Por qué? porque la ira viene a defendernos de aquellos o de aquella cosa que pensamos que nos hizo daño. Puede ser que de repente te notes irritado con los que tienes alrededor o especialmente con una persona pero no sabrías ni decir por qué. En el caso de duelos no resueltos puede que incluso estés enfadado con esa persona que te abandonó o que se murió. O en el caso de duelos de pareja no resueltos puede ser que te enfades sin motivo con tu nueva pareja.

La rabia es muy tentadora porque nos evita la tristeza y es normalmente bien acogida por el entorno («sí, sí, tu ex es un cabrón») pero a la larga no dará buenos resultados, sólo hará que se te quede atascada esa pena y cuanto más tiempo pases sin mirarla peores problemas te puede provocar como por ejemplo sabotear nuevas relaciones trasladando el trauma que te dejaron y actuando a la defensiva con quien no tiene la culpa.

Evitación máxima

Otra manera de no afrontar es precisamente esta, evitarlo todo. De repente todo lo que rodea esta tristeza se transforma en tabú, en secreto, se cambia de tema. Esto es muy típico verlo en las familias, por ejemplo aquel tío tuyo que abandonó a tu tía y de lo que no se habla, aquel abuelo que murió del que no te queda ni una foto, o aquella persona que murió pero que su casa sigue sin haberse movido un ápice en el tiempo con todas sus pertenencias en su sitio. O ese ex que parece que ni pasara por tu vida porque jamás hablas de él.

Pudiera parecer que la pena desaparece porque se entierra, pero no desaparece, de hecho cuando ese tema salga notarás que te activas, que sube tu ansiedad, o que te derrumbas interna o externamente (llanto descontrolado, rabia o ansiedad como si hubiera pasado ayer).

En casos extremos esto puede llevar a una disociación, es decir, ni siquiera recuerdas que aquello pasara, hay una laguna en tu memoria porque tu cuerpo asumió que no podía llorarlo en ese momento y ahí se quedó. Incluso puede haber una disociación aún más complicada, lo recuerdas y a pesar de que sabes que debería de ser dolorosa ya no sientes nada, lo cuentas como si contaras que ayer comiste macarrones.

En todos estos casos ocurre lo mismo, notas síntomas, emociones desbordantes, sin venir a cuento, algunas de ellas ya no sabes ni de dónde narices te vienen.

Otras

Hay otras muchas consecuencias, por ejemplo que distorsiones tu memoria para que encaje el recuerdo en otro relato del acontecimiento menos traumático (pero que te lleva a culparte o a narrarlo de forma que afecta a tu vida), ponerte a cuidar desmesuradamente a los demás para negar tu propio sufrimiento, hacerte el fuerte continuamente para que los demás no sufran o para no romper tu autoimagen, etc…

¿Qué hago entonces con mis penas y pérdidas?

Pues lo que te voy a decir no es una novedad, y es algo, que aunque pueda parecer sencillo, muchas veces no lo es: Llóralas.

Nuestro cuerpo necesita atravesar ese sufrimiento, entender que esa pérdida ha sucedido para poder adaptarse y readaptarse. Necesitas parar y darle importancia a tu dolor. Sé que una de las principales pegas aquí si la tristeza es muy profunda será ¿pero y si me pongo a llorar y no paro nunca?¿y si me deprimo?

Créeme que el cuerpo tiene sus propios mecanismos para volver a salir a flote, y lo que lloras hoy no tienes que llorarlo mañana. En mi metáfora del vaso verás como se va vaciando aunque a veces pases ratos donde puedas pensar que te ahogas.

Cómo en algunas situaciones este puede ser un proceso difícil, y en ocasiones, dependiendo del tema, incluso puede ser largo, aquí te dejamos una serie de consejos. Pero para lo que necesites estamos formadas en ello y te podremos acompañar para que te liberes de aquello que tanto te cuesta.

Trauma por abandono

En muchas ocasiones en terapia se intervienen en situaciones orientadas al miedo que nos produce tan solo pensar en la soledad. Miedo a que nuestra pareja nos deje o miedo a desvincularse de determinadas amistades que ni siquiera nos hacen sentir bien. En un porcentaje muy elevado ese miedo va vinculado al trauma que una persona ha podido tener por abandono ya sea físico, emocional o ambos.

Una persona puede sentir abandono emocional aunque las personas estén a su alrededor cubriendo las necesidades fisiológicas. El abandono también se puede sentir por una muerte inesperada, aunque evidentemente esto ha sido en contra de la misma persona, puede conllevar que sintamos un abandono y una soledad profunda, así como también puede suceder en las personas que han sido adoptadas.

El trauma por abandono suele tener su origen en la infancia. Sufrir un abandono en la infancia es algo  importante que conlleva dificultades a la hora de  relacionarse con el mundo en la vida adulta. Este sentimiento puede tener una grave consecuencia en la autoestima y cuando en alguna ocasión nos encontremos en  situaciones complicadas como por ejemplo; un despido laboral, una ruptura de pareja etc, enseguida nos llevaremos esto al terreno totalmente personal sintiéndonos inválidos y poco suficientes para los demás.

En este caso nos vemos en la obligación de volver a aprender determinadas cosas por nosotros mismos, a vernos y valorarnos como realmente nos merecemos.

¿Qué consecuencias podemos tener?

Es importante entender que no todo el mundo aceptan y expresan las emociones y el dolor de la misma manera, va a depender de muchos factores en los que se hayan desarrollado, no obstante, podrían existir consecuencias comunes:

  • Una de las consecuencias más obvias que podemos observar en la sesión es la dificultad a la hora de establecer relaciones tanto sentimentales como sociales de manera estable. Las personas con sentimientos de abandono tienden a la desconfianza, sentirse vulnerables, o incluso tener épocas de tristeza y apatía que a veces no saben reconocer de donde provienen.
  • Es común observar conductas de autosabotaje (siempre de manera inconsciente). Cuando una persona se encuentra en una relación en ocasiones su propia sensación de poca valía puede provocar conductas y actitudes que conlleven a la ruptura. Esto ocurriría porque no se consideran merecedores de la felicidad..
  • Es posible que haya problemas de una gran dependencia emocional o ansiedad por relacionarse teniendo la necesidad de aprobación y reconocimiento siempre de manera externa.
  • A su vez, es común sufrir ciertas “reminiscencias emocionales”. En ocasiones, algo o alguien reactiva sus sentimientos de abandono y todo su mundo se paraliza de nuevo.
  • Puede aparecer la ansiedad sostenida en el tiempo. Las personas con heridas por abandono suelen estar en un estado constante de hipervigilancia. Al haber vivido situaciones de peligro en la infancia sin que nadie los socorriera, aprenden a no pedir ayuda y tener que reprimir las emociones.

¿Cómo se puede trabajar este trauma?

En una primera instancia hay que hacer un viaje a nuestro mundo interior, utilizar el diario emocional, mirarse al espejo desde la consciencia, poner en práctica conductas y actividades que conlleven ponerse como prioridad. Sobre todo y muy necesario un proceso terapéutico que permita llegar a la introspección y autocuidado, si quieres que nosotras seamos la mano experta que te acompañe en Quiero Psicología estaremos encantadas.

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¿Por qué no sé (casi) nada de la vida personal de mi terapeuta?

Si alguna vez has estado en terapia tal vez te hayas preguntado acerca de la vida de tu terapeuta o por qué no pareces saber mucho sobre asuntos personales suyos. Quizás te haya picado la curiosidad o te hayas planteado por qué pareces saber tan poquito de una persona que sabe tanto de tu vida. (¡Si es así sigue leyendo!)

Lo cierto es que esto tiene varias explicaciones y todo esto no es casualidad, sino que suele ser una decisión consciente y orientada a los objetivos de la terapia.

Por un lado, tu terapeuta está allí para cuidarte a ti y a tu salud mental, por lo tanto, es una relación asimétrica de cuidados. Nuestra función es ayudaros y acompañaros a alcanzar el máximo bienestar posible y eso requiere explorar temas muy íntimos: inseguridades, recuerdos, expectativas y creencias de cada persona. ¡La terapia va de vosotras! No somos las protagonistas y os merecéis un espacio en terapia dedicado a vuestro cuidado y dónde os podáis permitir mostraros vulnerables.

Por supuesto, al entrar en estos temas nuestra misión es que os sintáis a gusto, en casa; y para ello es de crucial importancia que no os sintáis juzgados y que sintáis qué podéis hablar con total libertad y sinceridad.

Si las personas que nos dedicamos a realizar terapia diésemos opiniones sobre ciertos temas o compartiésemos nuestras vivencias sin filtro, es más fácil que sin querer, acabemos proyectando una imagen de cómo somos y también de como esperamos que sean los demás.

Es fácil que sin darnos cuenta como pacientes intentemos complacer a nuestro terapeuta, para sentirnos válidas o intentar no decepcionar respecto a la imagen que se tiene de nosotras. O, al contrario, puede ser que si sentimos que podemos no encajar con la imagen que se tiene de nosotras u optemos por callarnos cosas que necesitamos compartir.


Para que se entienda mejor vamos a poner un ejemplo práctico: si por ejemplo mi terapeuta me dice que es del Barça y yo soy del real Madrid (o viceversa) y los dos expresamos abiertamente del equipo que somos podrían viciarse ciertas dinámicas. Por ejemplo, si gana el equipo de mi terapeuta quizás yo venga con algo de frustración o enfado a terapia y no me apetezca hablar de ciertos temas. O si gana mi equipo tal vez sienta que si saco el tema pueda hacer sentir mal a mi terapeuta y esquive hablar del tema. En ambos casos estaría cambiando mi comportamiento, acomodándome a factores que no son relevantes a mi proceso terapéutico, y me merezco centrarme en mí misma en terapia.


En teoría no parece ser una influencia muy grande el poder comentar un partido o de que equipo somos, ¿verdad?

¿Pero qué sucede cuando hablamos de asuntos mucho más personales o que evocan emociones mucho más fuertes?

Vamos a poner otros ejemplos ilustrativos (que esperemos que nunca sucedan en terapia).

Si nuestra terapeuta revelase que tiene una mala relación con su madre, su padre, su abuela o su hermano puede que nos sintamos mal o culpables como pacientes si nuestra relación con ese miembro familiar es estupenda y que nos cohibamos en lo que expresamos en terapia. Por el contrario, si nuestra terapeuta expresa que tiene una relación estupenda con su padre, su madre, su ex… y nosotros no tenemos esa experiencia puede hacer que nos sintamos tristes, solos o incomprendidos. De nuevo, esta segunda situación puede dañar también el vínculo entre terapeuta y paciente y es un pilar principal de la terapia.

De hecho, al comenzar un proceso terapéutico lo que más va a definir cuanto se avanza en terapia va a ser las habilidades y capacidades del terapeuta. Sin embargo, conforme avanza el tiempo y las sesiones lo que más define el progreso es la calidad del vínculo entre paciente y terapeuta. Es decir, lo que más afecta al éxito terapéutico es tener buena relación con mi psicólogo: que yo me sienta comprendido, cuidado, protegido. Esto hará que yo me sienta más motivado, más comprometido… y si creo más en mi terapeuta probablemente crea más en mí.

Por este motivo, revelar información personal nuestra como terapeutas no tiene sentido en muchos contextos o incluso puede ser dañino y es recomendable que no hablemos de temas que puedan generar inseguridades en el vínculo terapéutico. Por otro lado, es importante que también como terapeutas decidamos activamente poner límites con aquellos que no estemos cómodas.

¿Significa eso que mi terapeuta no puede contarme nada personal suyo?


Al contrario, significa que podemos compartir experiencias nuestras, pero debe tener un objetivo terapéutico. A esto se le denomina autorrevelación. Y, de hecho, al revés, la autorrevelación puede unir y ser esencial para ofrecer apoyo en la terapia.

Si mi terapeuta me dice que es bisexual y yo también lo soy, puede ayudarme a salir del armario (o simplemente hacerme sentir más segura si yo también lo soy). Si mi terapeuta me dice que ha perdido un ser querido y yo también he vivido esa experiencia, puedo sentirme más reconfortada al transitar el duelo en terapia. Si mi terapeuta me dice que tuvo insomnio o ansiedad y ahora ya no puede hacerme sentir que voy a conseguir solucionar mi problema pronto (¡cuidado con autorrevelar problemas en el presente que puede hacer sentir a nuestras pacientes que ciertos problemas no tienen solución, aunque sí la tengan!).

Si mi terapeuta me cuenta que también se ha cuestionado su género (o está en ello) puede validar que yo pueda estar en un proceso similar o que tengo derecho a explorar mi género en libertad. Si mi terapeuta me revela que tiene hijas y yo también puedo sentirme más comprendida si tengo dificultades en la crianza. O, al contrario, si mi terapeuta no tiene peques puede validarme en mi decisión de no tenerlos. También existe la posibilidad de que mi terapeuta me exprese que, aunque no tenga hijas y yo sí se va a esforzar mucho en comprender como es mi visión del mundo o la crianza y me haga sentir igualmente validada. Si mi terapeuta es de una opinión política similar a la mía o es feminista y me lo expresa puede hacerme sentir más en casa y que me sienta más cómoda para hablar abiertamente de esos temas.

En definitiva, no se trata de compartir o no compartir experiencias nuestras sino de saber compartir de una forma que va a ser sanadora para la paciente y el vínculo terapéutico. Estaremos encantados en ayudarte desde el equipo de Quiero Psicología.

Negligencia emocional en la infancia

Existen muchos tipos de negligencia. Algunos de tipos de negligencia más significativos para la sociedad son los que tienen que ver con algo más visual, como el maltrato físico y la carencia de materiales o alimentos, dejando a los niños casi en la inanición. Sin embargo, existe otro tipo de negligencia bastante habitual en muchas familias, la negligencia emocional.

¿A qué nos referimos con negligencia emocional?

A la incapacidad que tienen los progenitores o contexto y núcleo principal donde se desarrolla el menor, de responder adecuadamente a las necesidades emocionales. Es un tipo de negligencia muy peligrosa, ya que, no es visible y tienen consecuencias muy importantes a largo plazo.

Es importante identificar la diferencia con el abuso, pues este ocurre de manera totalmente deliberada entendiendo que va a haber un perjuicio. En la negligencia puede ocurrir que las figuras de cuidador del menor no interpreten sus necesidades a nivel emocional y acaben descuidadas.

Un ejemplo claro, sería cuando un niño esta sufriendo algún tipo de acoso en la escuela y los padres consideran que es un juego de niños, a veces, se hace con la intención de quitar hierro al asunto y evitar que el niño sufra, sin embargo, no validar sus emociones y no proporcionarle apoyo en ese momento con el tiempo el niño aprenderá a que sus emociones no son importantes y dejen de buscar ayuda y consuelo.

Es necesario conocer la sintomatologia más que puede llegar a mostrar un niño en caso de sufrir negligencia emocional:

  • Tristeza
  • Ansiedad
  • Apatía
  • Problemas de aprendizaje
  • Hiperactividad
  • Falta de atención
  • Evitar la cercanía emocional con sus iguales.

Si no se interviene en ese momento, pueden haber consecuencias en la vida adulta, que se caracterizan principalmente en no pedir ayuda, incapacidad para tener intimidad con otras personas, problemas a la hora de sentirse satisfecho emocionalmente, etc.

¿Cómo podemos trabajar la negligencia emocional?

Terapia:

Un terapeuta puede enseñar a los niños a identificar, expresar y aceptar las emociones que tengan en un contexto seguro donde se validaran los sentimientos que puedan experimentar, así como también aprenderán a gestionarlos.

Terapia familiar:

La terapia familiar es una de las mejores opciones para tener una dinámica emocional adecuada en casa y mantenerlo en el tiempo. Un terapeuta puede ayudar a comprender la importancia de una adecuada gestión emocional. La intervención temprana puede modificar y corregir los comportamientos que puedan estar relacionados con la negligencia emociona.

Clases para padres:

Los padres que descuidan las necesidades emocionales de sus hijos podrían beneficiarse de las escuelas para padres. Estos cursos ayudan a los padres y cuidadores a aprender las habilidades necesarias para reconocer, escuchar y responder a las necesidades emocionales del niño.

¿Qué podemos hacer como padres?

Como padres se tienen grandes responsabilidades y es importante estar atentos a las demandas emocionales, observar los gestos del día a día de los niños y darles las respuestas necesarias, demostrando que sus experiencias, emociones y sentimientos importan y pueden buscar ayuda siempre que les sea necesario y buscando ese apoyo y refugio.

Si quieres que nosotras seamos la mano experta que te acompañe estaremos encantadas de acompañarte en este proceso.

Felicidad

7 comportamientos para sentirse «pleno»

En muchas ocasiones nos encontramos en terapia personas que acuden con el propósito principal de ser «feliz».

A veces se entiende la felicidad como un concepto invariable y estático en el tiempo.

Cuando nuestra meta está focalizada en algo, al conseguirlo se tiene la creencia errónea de que a partir de ese momento seremos felices para siempre. Es decir, la felicidad está relacionada a los deseos y objetivos que una persona ha conseguido.

Es importante entender que la felicidad es una experiencia subjetiva y relativa, por lo tanto, la gente sabe reconocer cuando siente esa felicidad y cuando no.

No existen requisitos explícitos para ser feliz, cada persona tiene sus propias circunstancias y motivaciones.

La felicidad se considera hedónica, este término hace referencia a la satisfacción de conseguir una meta y como esa satisfacción acaba desapareciendo con el tiempo, planeando ya la siguiente meta. Por ello, se podría considerar la felicidad como momentos de la vida en la que sentimos autorrealización y satisfacción plena, sin ser algo estático en el tiempo.

No obstante, el sentimiento prolongando en el tiempo de bienestar mente sería la Plenitud emocional.

La plenitud emocional es el sentimiento de bienestar emocional que siente una persona y en muchos ámbitos de su vida y permite un adecuado funcionamiento en las relaciones con otras personas. También permite que tengas habilidades para aceptar las circunstancias complicadas que lleguen.

La plenitud emocional permite tomar decisiones de manera más objetiva y constructiva manteniendo una mente abierta que permita orientarse a las posibles soluciones ante los problemas de la vida.

¿Qué conlleva la plenitud emocional?

1. Desvincularse y decir adiós

Liberarse tanto del pasado como vínculos hacia personas que no nos atraen ningún beneficio, permite despegarnos y crecer personalmente. Reparar las heridas emocionales del pasado permite centrarse en la solución de problemas desde el presente.

2. Mirar al pasado sin sufrimiento.

La tristeza es una emoción totalmente necesaria tanto para la supervivencia como para el crecimiento personal. Las personas con esa plenitud emocional pueden aceptar los daños ocurridos y enfrentar el presente.

3. Ser más consciente tanto de los pensamientos como de las emociones.

Las personas plenas tienen una mayor conciencia tanto de los pensamientos como de los sentimientos internos y externos, llevando a cabo la solución de problemas desde el autocuidado y respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Esto conlleva que sean más resilientes, por lo tanto, los cambios que se produzcan en su vida se verán desde la forma constructiva y no destructiva.

4. Empatizar

Al tener un mayor reconocimiento de sus propias emociones saben dirigirlas, gestionarlas y entender las emociones ajenas. Ese autoconocimiento y aceptación optimizará el equilibrio con las relaciones de su vida.

5. Flexibilidad mental sin autoexigencia.

Los errores nos permite ser tolerantes y saber corregir o reconocer qué otro camino necesitamos para continuar. Las personas maduras aceptan los errores como una forma de innovar.

No hay sentimientos de culpabilidad por no llegar a determinadas expectativas, aceptan  limitaciones sin que sea un fracaso.

6. Expresión emocional.

A través de la confianza en nosotros mismos podremos identificar y gestionar mejor las dificultades que se nos presenten en la vida.

A veces también da miedo expresar emocionalmente lo que uno siente por las posibles incomprensiones de otras personas, pero la barrera emocional dificulta las cosas.

7. Buscar soluciones sin caer en la queja.

Es totalmente lícito quejarse de una situación que se puede considerar injusta, no obstante, en ocasiones nos vemos sometidos a una retroalimentación de lamentos y quejas sin encontrar la salida. Las personas emocionalmente plenas aprenden a encontrar diferentes caminos y rectificar en caso que sea necesario, tomarán decisiones saliendo de la zona de confort y tomarán otras alternativas que puedan tener mejores resultados.

¿Quieres aprender a vivir con plenitud emocional? No dudes en ponerte en contacto con nosotras, en Quiero Psicología estaremos encantadas de ayudarte a crecer y obtener el bienestar que te mereces!